La primera temporada de la Superleague Fórmula se cierra este fin de semana en el circuito de Jerez. Y eso ya es un éxito sin precedentes. Porque las intentonas de aunar las carreras de coches con el mundo del fútbol es tan antiguo como fallido había resultado hasta ahora. Pero esta vez las cosas han sido diferentes. Seguro que el campeonato ha tenidos los defectos propios de la juventud de su organización; sin embargo, lo verdaderamente importante es que los promotores han pasado de las ideas y las palabras a la acción, que es algo tan simple (y al mismo tiempo tan complicado) que poner monoplazas en la pista apoyados por algunos de los clubes de fútbol más importantes del mundo. Así que este salto cualitativo merece todos los elogios y representa la semilla de lo que, en un futuro a medio plazo, debería ser un certamen mucho más consistente, seguido y valorado.

Ojalá se cumplan tales expectativas, porque siempre es bueno que haya carrera de coches de calidad, bien organizadas, con el apoyo de la prensa, cobertura televisiva y, ante todo, seguimiento de los aficionados. Aunque mantengo mis reparos sobre la viabilidad del proyecto. Posiblemente me equivoco, porque los responsables de la Superleague no se lanzaron a una aventura arriesgada y costosa animados por una intuición, sino por estudios serios y contrastados que aseguraban que el aficionado al fútbol lo puede ser también a los coches si se identifica con el club de sus amores (esto me ha sonado mucho a mi buen amigo Manolete...). Yo no lo veo tan claro. Creo que el perfil, la pasión, el interés de los seguidores de uno y otro deporte nada tienen que ver, sus puntos de encuentro son mínimos y su conciliación es bastante compleja. No sé si en los campos de fútbol se ha hablado este año de las actuaciones de los monoplazas de sus equipos, pero mi sensación es que los tiros van otros derroteros. Repito que me encantaría equivocarme y le deseo larga vida a la Superleague. Así que démosle tiempo al tiempo y sabremos quién tenía razón...