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Pikuniku

Pikuniku

Distopía colorista

Pikuniku, análisis

Pikuniku, el nuevo indie de Devolver Digital, combina puzles y plataformeo con una estética adorable y un argumento distópico, pero cargado de humor.

Actualizado a

Devolver Digital se ha consolidado como la editora de referencia para los videojuegos indie por múltiples razones. En concreto, su éxito se cimenta en base a tres pilares fundamentales. Uno de ellos es la regularidad, puesto que la compañía norteamericana acostumbra a publicar varios títulos de renombre cada año. Su constancia y tino son admirables. Solo en 2018, y barriendo para casa, Devolver apadrinó obras tan destacadas como The Red Strings Club y GRIS, dos títulos españoles que no han cesado de acaparar elogios y galardones. Un par de indies que, además, también sirven para ejemplificar el segundo argumento que explica la buena fama de la empresa de Austin (Texas, EE UU): la calidad. El sello de Devolver es uno de los más prestigiosos del panorama independiente por lanzar videojuegos de calado como Hotline Miami, Enter the Gungeon, The Talos Principle o los mencionados líneas ha. Títulos sobresalientes que refuerzan el valor de marca de la compañía estadounidense.

No obstante, el elemento que de verdad explica el reconocimiento de Devolver entre desarrolladores, crítica y público es la diversidad. Al contrario que con editoras como Chucklefish, de las que siempre se espera un simulador de embelesador pixel-art, Devolver es una auténtica caja de sorpresas. Poco o nada tienen que ver experiencias ludoficcionales como Minit, My Friend Pedro y Reigns. Lo que las conecta, el paralelismo entre ellas y todas las ya enumeradas, es Devolver. Hablamos de una compañía capaz de ofrecer en un mismo año la hiperviolencia simiesca de Ape Out y los puzles más adorables con Pikuniku, el título que nos atañe. La magia de Devolver y del propio Pikuniku radica, ante todo, en su capacidad para sorprender.

Una distopía repleta de color

La obra de Sectordub es, en principio, un videojuego de apariencia adorable que combina algunas lógicas del metroidvania con las del rompecabezas. Y decimos “en principio” porque, al contrario de lo que sus tráilers e imágenes puedan transmitir, Pikuniku es una distopía. Encantadora y divertida, sí, pero una distopía al fin y al cabo. Encarnamos a un misterioso ser de color rojo y forma redondeada, Piku, que amanece tras una siesta de las que marcan época. Con apenas tiempo para quitarse unas legañas casi fosilizadas, la simpática criatura emprende su camino hacia alguna urbe cercana. Todo a su alrededor es jolgorio desmedido, alegría inocente y tonos pastel. Al menos, a simple vista. No tardaremos en percatarnos de que la felicidad imperante no es más que un envoltorio vistoso para el más amargo de los caramelos.

En Pikuniku, nada es lo que parece. Hay mucho de orwelliano en su argumento, plagado de guiños a obras como 1984, del propio George Orwell, y a otros autores emblemáticos del género distópico como Phillip K. Dick y Aldous Huxley. Quizá no cuenta con la misma profundidad ni calado que las obras de los autores mencionados, pero la distopía protagonizada por Piku derrocha ingenio. Cualquiera familiarizado con su bibliografía se percatará de la conexión con tan solo leer la sinopsis de este indie. Una megacorporación, Sunshine INC., monopoliza todos los ámbitos de la sociedad con la promesa de crear un mundo mejor y colmar los bolsillos de los habitantes de billetes. Evidentemente, su propósito está lejos de ser altruista. Tampoco se limita a la aspiración de obtener rédito económico. Sunshine INC. trama algo. Los robots de esta empresa explotan hasta la saciedad los recursos naturales del lugar, dejando un rastro de ríos secos, tierra estéril y bosques despoblados. Sunshine INC. oculta un egoísmo descontrolado, capaz de convertir cada pueblo en un yermo, bajo una máscara sonriente.

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El papel del jugador, en la piel de Piku, no es otro que encabezar una revolución. Dicho cometido pasa por rodar por las laderas y prestar nuestra ayuda a los ciudadanos resolviendo un amplio abanico de tareas, cuya complejidad va in crescendo conforme avanza el título, para lograr que dejen de depender de Sunshine INC. y se liberen de su yugo. Son situaciones desternillantes, el punto fuerte del juego, en las que el humor impregna todo tipo de puzles. No obstante, rebosan significado y todas están vinculadas con la trama distópica descrita. Por ejemplo, será habitual tener que inspirar a artistas de toda índole para que recobren la inspiración perdida por la monotonía que predomina desde la llegada de la avara empresa. Otro caso bastante explícito es el de la araña a la que hay que patear para que recuerde que no necesita a ninguna empresa para construir un puente, pues puede hacerlo con su propia telaraña. A modo de último ejemplo, hay un reto que consiste en batir a un robot en un desafío de baile en el que se filtra la idea de que, por perfecta y precisa que sea la máquina, jamás gozará de la creatividad de un ser vivo. Cada puzle resuelto contribuye, amén de a sacarnos una sonrisa, a que los personajes de Pikuniku sean un poco más libres e independientes.

En la variedad está el gusto

Tras varios párrafos, queda claro que Pikuniku es un título que concede mucho peso a lo narrativo, en el que la jugabilidad orbita en torno a lo argumental. Así, los puzles están conectados con la trama y contribuyen a reforzar el mensaje liberador que Sectordub pretende transmitir. Empero, al principio de esta crítica hemos indicado que Pikuniku también cuenta con cierto componente metroidvania. Este indie huye de la linealidad y apenas fuerza a seguir un camino concreto. Al contrario, el título brinda cierta libertad al jugador para decidir si quiere volver a lugares ya visitados para descubrir nuevas zonas y secretos con las herramientas conseguidas. Y es que ayudar a los habitantes tiene premio, ya que el juego nos obsequia con una serie de accesorios, como por ejemplo unas máscaras, con las que acceder a nuevas partes del escenario. Allí aguardan todo tipo de trampas y rompecabezas que amplían todavía más el ya extenso catálogo de retos del que presume Pikuniku. En esos emplazamientos ocultos, además, puede haber monedas adicionales con las que comprar todo tipo de accesorios para el protagonista en la tienda.

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En un juego cuya estructura es bastante similar a lo largo de toda la partida, agradecemos la notable variedad de sus puzles y lo mucho que da de sí el escenario. Hay minijuegos de baile, batallas contra jefes e incluso desafíos deportivos, todos ellos interconectados por el tono cómico que caracteriza a este indie. Asimismo, no hay un solo píxel en Pikuniku que no invite a escudriñarlo y a experimentar con las decenas de mecanismos y trampas que pueblan sus niveles. Sectordub no ha desarrollado una obra difícil, pero sí demanda que el jugador medite todas las posibles soluciones a los rompecabezas que propone. Y la respuesta a dichos enigmas nunca decepciona. El gran mérito de este indie es su pericia para huir de lo monótono y abrazar la sorpresa constante. Sin duda, Pikuniku se mantiene fresco durante toda la aventura, por lo que jamás resulta repetitivo. No es un título precisamente largo, puesto que a duras penas supera la barrera de las tres horas, pero eso importa poco cuando cada minuto de juego tiene algo divertido que ofrecer.

Su cooperativo y faceta artística, pequeños alicientes

Para aderezar un plato que ya de por sí es bastante sabroso, Sectordub añade un modo cooperativo local que convierte a Switch en la plataforma óptima para disfrutar de la experiencia. La lógica es la misma que en la aventura principal, con decenas de puertas, interruptores y ejercicios de ingeniería con los que interactuar, aunque especialmente pensados para dos jugadores. No son demasiados niveles y pueden completarse rápidamente, pero esta aproximación cooperativa es cuanto menos interesante. A este cooperativo más bien conservador hay que sumarle la posibilidad de echar unas canastas en una suerte de baloncesto con sandías bastante divertido. Es un minijuego que ya aparece en el transcurso de la partida principal, pero que gana muchos enteros en compañía de alguien más. En general, el cooperativo de Pikuniku se antoja un poco escaso, si bien hay que comprenderlo como un complemento, una guinda para una tarta que, aunque algo pequeña, deja saciado a cualquiera.

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Conviene cerrar la crítica haciendo hincapié en una faceta técnica, la de Pikuniku, especialmente atractiva y cuidada. Este indie apuesta por la sencillez y las formas redondeadas, casi como si de una serie infantil como Peppa Pig o Pocoyó se tratara. Por conectarla con otros videojuegos, su estética también recuerda a títulos muy similares en lo visual como Patapon o, sobre todo, LocoRoco. Repleto de color, su ambientación apuesta por entornos naturales, como bosques y cuevas, y más bien pequeños, casi liliputienses, como las casas de los distintos personajes. Todos y cada uno de los pequeños espacios que vamos visitando en nuestro imparable avance bidimensional hacia la libertad derrochna personalidad, algo que consolida una banda sonora muy agradable y una excelsa traducción al castellano. Aspectos técnicos como los recién descritos definen a la perfección los principales rasgos de todo Pikuniku: color, sencillez y originalidad. Y cariño, muchísimo cariño.

8

Muy Bueno

Juego de notable acabado que disfrutaremos y recordaremos. Una buena compra, muy recomendable para amantes del género. Está bien cuidado a todos los niveles. Cómpralo.