El Masters que hace insostenible el cisma del golf
El fin de semana en Augusta acrecienta la sensación de que se necesita ya una solución que vuelve a parecer lejana.


Simple y llanamente, cuatro veces al año no son suficientes. Es una sensación que el planeta golf, de aficionados a jugadores pasando por medios de comunicación, patrocinadores y resto de agentes involucrados, tiene desde hace tiempo, y que acrecienta el apoteósico Masters de Augusta recién concluido.
Porque, salvando las distancias, guiones como el del domingo podrían darse más a menudo en el calendario de tener a todas las estrellas en la misma constelación, o en dos distintas pero con vasos comunicantes fuera de los cuatro majors.
El tiempo ha demostrado que la división no funciona ni para unos ni para otros, al menos en términos de generación de interés. El PIF de Yasir Al-Rumayyan tendrá un flujo de caja ilimitado, y el PGA el respaldo financiero de los tiburones de la industria deportiva estadounidense a través del Strategic Sports Group, pero no recuperará al completo a la audiencia mientras haya que seguir a los buenos en horarios distintos, en lugares distintos y en canales distintos.
Ya el año pasado el Masters, la joya de la corona, registró sus peores números televisivos desde tiempos pandémicos. Y en la primera vuelta de la edición recientemente concluida, el dato que está disponible por ahora, la caída fue severa: un 28% respecto al año pasado en ESPN, de 3,2 a 2,3 millones de espectadores. Por su parte el debut del LIV en la Fox, la primera gran cadena con la que llega a un acuerdo, convocó el pasado febrero a unos 80.000 televidentes, guarismo muy discreto.
Síntoma de hastío que afecta no solo al major tradicionalmente con más repercusión. Es un cuadro general. Y lo peor es que la solución no parece más cercana cuando faltan escasos dos meses para que se cumplan dos años del principio de acuerdo alcanzado entre PGA y LIV para confluir en un ente comercial que aunara los intereses de ambas estructuras.
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca pareció acelerar las conversaciones, que han atravesado varias fases desde ese primer acercamiento de posturas en el verano de 2023. El magnate metido a político llevó al Despacho Oval al comisionado del PGA, Jay Monahan, y a los representantes de los jugadores del circuito norteamericano, Tiger Woods y Adam Scott, hasta en dos ocasiones. De allí salieron todos con las orejas dando palmas, anunciando a bombo y platillo que la reunificación sería completa.
Un acelerón y de nuevo un frenazo
No mucho después el momentum se ha diluido por completo. Ahora en los mentideros se dice que no habrá entente, que Al-Rumayyan no traga, que no ha invertido su tiempo ni el dinero del petróleo saudí en una obra efímera, y que su idea, por supuesto indigerible para el otro bando, es que el LIV siga operando.
Y tampoco es que los jugadores del PGA, por lo que han ido deslizando algunos en este lapso, estén fascinados con la idea de una reagrupación sin penalidad para los que cambiaron de chaqueta, ni siquiera con el caramelo que les han puesto delante para ver si con él se tragan también el sapo: esos paquetes de acciones en la propiedad del circuito que son novedad mundial, como si a Rafa Nadal le hubieran pagado en su día con un porcentaje de la ATP. En un clima de urgencia, incluso el Masters tira del carro, y Scott O’Neil, CEO de la superliga saudí, estaba invitado esta semana en Augusta, donde Fred Ridley, presidente del club, aseguró que se verían pese a que no tenían programado “un encuentro concreto”.
Más allá de las diferencias entre unos y otros, todos saben que esto no funciona, o al menos que no funciona tan bien como podría. Y si los que se supone que son algunas de las mentes más brillantes del mundo de los negocios deportivos no pueden encontrar terreno común, deberían dimitir todos en fila de a uno por despojar a los aficionados, el corazón de este juego, de la esencia del deporte que aman: ver a los mejores enfrentándose cada semana.
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