De los restos del naufragio Chip Kelly a la final de la NFC
El recorrido de estos Philadelphia Eagles y de su general manager, Howie Roseman, es uno de los más extraños y fantásticos de la actual NFL.
Ahí va una historia sobre una decisión que fue tan extraña como, a dos años vista, acertada. Se trata del momento en el que Jeffrey Lurie, dueño de los Philadelphia Eagles, convenció a todo un señor general manager de la NFL para coger su inmenso ego, comérselo sin salsas ni aditivos, con la bilis quemándole el esófago, y esperar pacientemente a la digestión. Esta es la narración de cómo ese general manager miró por el bien la franquicia en vez de por el suyo propio y acabó convirtiendo los restos de un naufragio en el mejor equipo de la liga profesional de fútbol americano.
Todo comienza en 2013. Los Eagles ponían fin a trece años de (maravillosa) relación con Andy Reid y buscaban empezar un nuevo proyecto. Howie Roseman había estado en la franquicia esos mismo años y había ascendido, paso a paso, hasta el puesto de jefe supremo, de general manager, así que fue él el que se encargó del adiós de Reid y del fichaje de su sucesor. El elegido fue nada menos que Chip Kelly, entrenador de la Universidad de Oregon, revolucionario del fútbol americano, genio ofensivo, mente privilegiada, futuro del deporte y gurú absoluto a tiempo completo.
El problema con estos perfiles es que vienen con el orgullo y la autoconfianza a tope de casa, así que plegarse a las ideas u opiniones de otros no les resulta fácil. Así, Howie Roseman y Chip Kelly chocaron casi desde el inicio. Y eso que Kelly tenía la voz final sobre los 53 hombres de la plantilla, dejando el poder de Roseman bastante limitado.
No le fue suficiente. Tras dos años, 2013 y 2014, de tiranteces, Chip Kelly fue al despacho de Jeff Lurie y le dijo que le quitara de encima al general manager. Ante esta situación, tampoco muy extraña en la NFL, el propietario tiene dos salidas: se despide al entrenador o se despide al ejecutivo.
Lurie optó por una tercera vía inexplorada hasta entonces: dar todo el poder al entrenador, pero dejar a Roseman en la franquicia en calidad de... en calidad de nada, de darle un despacho y tenerle en "pause". Que Roseman aceptara eso es la segunda parte imprescindible para este bizarro devenir. En 2015, un general manager de la NFL se apartó y se quedó mirando como otros hacían su trabajo. No buscó ofertas en otro sitio, no hizo entrevistas, no pataleó, no se señaló el pecho con el índice diciendo "me lo merezco, me lo merezco". Sólo aceptó esperar en el limbo.
Y Howie Roseman ganó.
El 2015 fue un año catastrófico para Chip Kelly. Su labor como entrenador jefe estaba empezando a ser cuestionada, pues su revolucionario esquema resultaba cada vez por más predecible para los coordinadores defensivos, y la caída al fondo de la liga lo remató con un trabajo como general manager espantoso. El traspaso de LeSean McCoy a los Buffalo Bills por Kiko Alonso fue la guinda a una serie de movimientos inexplicables que dejaron al vestuario incrédulo. Sólo la guinda, insisto, porque ya llevaba tiempo con el grupo de hombres al que dirigía completamente perdidos en casos como los de DeSean Jackson o Jeremy Maclin años atrás.
Al concluir la temporada, Lurie decidió despedir a Chip Kelly y volver a colocar a Howie Roseman en su puesto de general manager. Su extraña apuesta le había dado resultado.
Harto de aventuras, Roseman volvió a lo que mejor conocía: el staff de Andy Reid. Llamó a Doug Pederson, coordinador ofensivo en ese grupo, y le ofreció ser el entrenador jefe de los Eagles con mandato expreso de ser sensato, de apostar por la ortodoxia y, claro, por ser un empleado y no alguien con ínfulas de jefe absoluto. Pederson, educado en la tradición más pura de la NFL, aceptó de buen grado.
Y, de allá para acá, la obra de un general manager y un entrenador que, sin inventar la pólvora, tomaron decisiones sensatas que, con su inevitable pizca de suerte, les ha llevado a tener el mejor equipo de la liga. Sí, porque creo que si Carson Wentz no se hubiese lesionado es lo que serían, lo que son, ganen o no ganen la Super Bowl.
Eligieron al propio Wentz para que su proyecto tuviera un quarterback franquicia; sacaron una primera ronda y una cuarta del draft por Sam Bradford y, tan importante como eso, en el traspaso del quarterback liberaron espacio salarial para fichar a Alshon Jeffery y arreglar su problema en el cuerpo de receptores; encontraron a precio de saldo a LeGarrette Blount y engañaron (he usado el verbo correcto, sí) a los Miami Dolphins con una cuarta ronda por Jay Ajayi; solidificaron las dos líneas como la parte clave del equipo, con buen tino en Brandon Brooks, Stefen Wisniewski, Timmy Jernigan o el linebacker Nigel Bradham; rehicieron la secundaria con Ronald Darby, vía traspaso, o Rodney McLeod...
Del destrozo de Chip Kelly montaron una plantilla asombrosa, con un esquema claro y definido, con un entrenador que sabe lo que quiere, que maximiza la versión de cada hombre y con apuestas por jugadores que saben de qué va esta liga, que no hace falta que sean estrellas para montar una estructura equilibrada en cada esquina.
Jeff Lurie puede presumir de haber obrado un milagro. Conseguir que el fiasco de Chip Kelly sea la génesis de este equipo, convencer a Howie Roseman de esperar su momento aún cuando su momento ya había llegado tiempo atrás, entra directo a la cima de los proyectos deportivos memorables, aunque sólo sea por su carácter único. Al final, resultó que lo más revolucionario fue lo que hizo Roseman y no Kelly.