50 ANIVERSARIO DE AS | LAS INTRAHISTORIAS DE ÁNGEL CRUZ
Los dos muertos de Atlanta 96, Michael Jackson, Muhammad Ali y un robo
Los Juegos Olímpicos empezaron mal para nosotros: a Carlos de la Puente, uno de los enviados especiales, le robaron la documentación y el ordenador.
A los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 acudimos cuatro periodistas del Diario AS: Enrique Ojeda, Carlos de la Puente, Rafa Pintor (fotógrafo) y el que esto firma. Y en la capital de Georgia entramos con mal pie: a Carlos de la Puente le robaron el ordenador, el teléfono móvil y la documentación. Presuntamente lo hizo alguno de los voluntarios que se hacían cargo del traslado de nuestras pertenencias desde el aeropuerto hasta el lugar de acreditación. No tan presuntamente.
Las gestiones burocráticas y policiales para acreditar a Carlos y para poner la denuncia duraron horas y cuando por fin terminaron, los organizadores nos colocaron a bordo de una furgoneta (acompañados por un periodista norteamericano que había sufrido idéntica suerte), conducida por un par de jóvenes de color. Pronto descubrimos que no tenían ni la más remota idea de dónde estaba nuestro alojamiento.
Chocando las manos entre sí, riendo, llevándonos por extraños vericuetos, de noche, entre bosques espesos e inmensos y con Billie Jean, la canción de Michael Jackson, a todo volumen, tardaron horas en llevarnos a nuestro destino. El periodista estadounidense pedía, desconsolado, que detuviesen la furgoneta y le dejasen en cualquier lado, a lo que el chófer dicharachero y su divertido acompañante se negaron. Y consiguieron finalmente llegar a nuestro destino gracias a las indicaciones que les dieron en un hospital situado en el fin del mundo. Ya desde entonces Billie Jean está asociada en mí con los Juegos de Atlanta. Pero había otra tonadilla a bordo, que interpretaba malamente Enrique Ojeda: "No estamos lokos, que sabemos lo que queremos…”, de Ketama.
El cónsul español dotó a Carlos de la Puente de un salvoconducto, algo que todos pensábamos que existía sólo en las novelas de aventuras tipo Miguel Strogoff y, desde el periódico, le llegó días después otro ordenador portátil, de forma que trabajó a pleno rendimiento.
Muhammad Ali emocionó
Un coloso del deporte, casi destruido físicamente, pero siempre imponente. Los 85.000 espectadores nos quedamos boquiabiertos, porque el secreto se había mantenido a la perfección. Por cierto, el estadio fue demolido parcialmente 23 días después de que terminasen los Juegos. Ahora el recinto se llama Turner Field y en él juegan al béisbol los Atlanta Braves.
Una bomba y dos muertos
Pero los Juegos de Atlanta tuvieron la desgracia de convertirse en los segundos en sufrir un ataque terrorista letal, después de Múnich 1972, en los que un comando palestino originó una matanza entre deportistas israelíes. En la capital de Georgia era más allá de medianoche cuando una bolsa con tres bombas acompañadas de clavos como metralla hizo explosión en el Centennial Olympic Park, durante un concierto del grupo Jack Mack and the Heart Attack. Murieron Alice Hawthorne, una estadounidense de 44 años, que recibió el impacto de un clavo en el cráneo, y el cámara turco Melih Uzunyol, de 38, que sufrió un infarto cuando acudía a la carrera a cubrir el acontecimiento.
El Centennial Olympic Park estaba situado justo al lado del Centro de Prensa y había que atravesarlo para cubrir la información del balonmano, por ejemplo. Los cuatro enviados del Diario AS estábamos en el momento de la explosión a bastantes kilómetros de distancia, durmiendo en nuestro hotel. Yo recibí la primera noticia por una llamada de mi mujer desde Madrid, que estaba horrorizada y muy preocupada.
Los autobuses de la organización no funcionaban aún, así que cogimos un taxi camino del Centro de Prensa. Fuimos de los últimos en poder entrar. Poco después la policía selló el recinto, en un despliegue impresionante. Los móviles dejaron de funcionar durante bastante tiempo, por lo que quedamos incomunicados temporalmente de la redacción en Madrid, donde nuestro coordinador era Vicente Carreño, excelente periodista y grandísima persona.
Nos repartimos el trabajo. Una de mis tareas, a petición propia, fue acudir a la rueda de prensa del FBI, obligada según las costumbres estadounidenses, pero inútil informativamente: “No podemos responder a esa pregunta”, “No podemos precisar datos en estos momentos”, “La investigación está en marcha”… y así todo el tiempo. Los Juegos no se interrumpieron y esa misma tarde volvimos a escribir de deporte, pero con el atentado omnipresente.
Posteriormente se supo que el asesino era Eric Robert Rudolph, un hombre de ultraderecha, cristiano extremista, carpintero de profesión, opuesto al aborto y enemigo de homosexuales y lesbianas. Precisamente se le detuvo en Carolina del Norte a raíz de otros ataques a clínicas abortistas. Vivía escondido en un bosque y sobrevivía en parte gracias a la ayuda de algunos simpatizantes, tan ultras como él. Fue condenado a cadena perpetua, sin derecho a revisión. Justificó el atentado porque, según él, los Juegos Olímpicos defendían el socialismo y la globalización.
Al regreso también hubo algún problemilla. Perdí el pasaporte en el JFK, el aeropuerto de Nueva York en el que hacíamos escala desde Atlanta a Madrid, pero increíblemente me permitieron facturar y embarcar. ¡Iba a salir de Estados Unidos sin pasaporte y sin mayor contratiempo! Ya sentado en el Jumbo, una mujer policía me lo entregó con una sonrisa. Eran otros tiempos. Ahora, en era Trump, hubiera acabado en el calabozo.