La locura se adueña de Buffalo y la indiferencia de Saint Louis
La gestión de los Bills devuelve la ilusión a la afición mientras que el maltrato a los seguidores de los Rams echa a la gente del estadio.
El sábado por la mañana en Orchard Park, alrededor del estadio Ralph Wilson de Buffalo, estado de Nueva York, cientos de personas acampaban en sus tiendas y sus autocaravanas. La fiesta, las barbacoas, iluminaron todo el día. Quedaban 36 horas para que allí debutaran los Buffalo Bills y la afición no podía esperar para llenar el campo con 72.000 espectadores.
El domingo a las doce del mediodía, horario del centro de Estados Unidos, se abrieron las puertas del Edward Jones Dome de Saint Louis. Con pereza, como con una sensación de obligación más que de pasión, los seguidores de los Rams fueron ocupando sus localidades en un número inferior al de cualquier día de debut en la NFL en los últimos 20 años en la ciudad: tan sólo 51.792 espectadores.
¿Cómo se ha llegado a esto, cuando en el centro de Estados Unidos la pasión por este deporte es desbocada y hasta hace un par de años Buffalo era el principal candidato a perder su equipo de football en toda la NFL? Todo tiene que ver con la gestión. Y no la deportiva precisamente, sino la económica y la social.
En los últimos días en vida de Ralph Wilson, los Bills eran una franquicia cuya respiración se parecía mucho a la de su mítico dueño. Con un contrato firmado para jugar un partido por temporada en la vecina Toronto y la mayor racha, aún vigente, de cualquier equipo NFL sin pisar playoff el futuro se asociaba a una urbe diferente a Buffalo. La ciudad, industriosa y obrera, vive en permanente crisis económica desde hace décadas.
Los mercaderes del deporte se arrimaron a los Bills a esperar su deceso para comprar la franquicia a precio de ganga y recolocarla en praderas económicas más verdes, en urbes superpobladas a las que ofrecer un trozo de diversión. Pero el viejo Ralph dejó, como Vito Corleone en El Padrino, una trampa para incautos que sólo habría de saberse tras su funeral. Una jugada desde el más allá. Puro Nueva York. Consistía en que el comprador de los Bills debería comprometerse con Buffalo, con su alicaída pero orgullosa afición, esa que tiene al equipo como algo más, como algo suyo.
Con eso en mente, su familia vendió el cortijo a la familia Pegula. Estos, con el patriarca Terry a la cabeza, ya había mostrado su compromiso inquebrantable con Buffalo al dirigir el equipo de la NHL, de hockey hielo de la ciudad, los Sabres. La noticia fue recibida como una auténtica Super Bowl por los seguidores. La #Billsmafia salto de júbilo al ver desaparecer a los inversores desconocidos y saberse unida a uno de los suyos, Terry Pegula.
El año pasado el primer partido de la temporada, contra los Dolphins, fue una fiesta. Una fiesta de bienvenida a los Pegula y un abrazo de regreso al héroe mitológico del equipo, Jim Kelly, que venía de batallar con la quimioterapia. Fue el inicio de una luna de miel que explotó definitivamente ayer.
Porque esto no deja de ser una competición deportiva y, además de la reafirmación de la raíces, ahora los Buffalo Bills además tienen un equipo para pelear por ganar cada domingo. El ambiente en el partido contra los Colts fue increíble. No había un tercer down en el que se pudiese escuchar nada. El propio Rex Ryan, entrenador de los Bills, afirmó que nunca había visto nada igual. Pues que se acostumbre, que vienen los "odiados" Patriots la semana que viene.
Que diferencia con Saint Louis.
Durante los últimos veinte años los Rams han pasado por épocas deportivas mejores y peores. Llegaron a ser "The Greatest Show on Turf". Ganaron una Super Bowl y perdieron otra cuando eran inmensamente favoritos, en lo que se conoce como una de las mayores sorpresas de la historia de este deporte y, por cierto, el inicio de la dinastía de los New England Patriots. Pero también han tenido momentos horribles en los que eran el peor equipo de la competición.
Ahora, desde luego, están lejos de ambos extremos. Ponen sobre el campo un producto digno, sobre todo en defensa, y son capaces de pelear casi contra cualquiera. Su principal problema es que están en una división que lleva un lustro siendo demoniaca, pero eso sólo asegura rivalidades más duras y mejores partidos. Más pasión. Más emoción. Más seguimiento.
En el campo, ayer, la peor entrada de un debut en los últimos 20 años.
Porque Stan Kroenke, el dueño de la franquicia, ha abandonado a la ciudad y, por lo tanto, esta ha abandonado al equipo. El tipo es un constructor que se ha lanzado a la aventura de levantar un megaestadio en Los Angeles, en el barrio de Inglewood, que le costará 1.700 millones de dólares y que, por descontado, tendrá que acoger a dos equipos de la NFl para resultar rentable. Uno de ellos, no lo dudéis, serán los Rams.
Tampoco lo dudan los viejos seguidores de Saint Louis que saben que no están animando a un equipo sino que están acompañando el coche fúnebre en esta temporada. Y resulta muy complicado estar de fiesta en un funeral.
Es por eso que en Buffalo la victoria sobre los Colts poco menos que paralizó las escuelas hoy, y en Saint Louis ganar a todo un rival divisional y candidato a todo como los Seahawks apenas si fue un amargo recordatorio de lo que se está a punto de perder.