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RUGBY | SEIS NACIONES

Escocia baila el ‘ruck and roll’

El equipo de Scott Johnson derrota a Irlanda con una remontada de esfuerzo, riñones y defensa. Laidlaw decidió con cuatro golpes de castigo pese al amplio dominio verde.

El irlandés Paddy Jackson intenta zafarse del escocés Kellw Brown.
El irlandés Paddy Jackson intenta zafarse del escocés Kellw Brown. Ian MacNicolAFP

Escocia le remontó en el segundo tiempo a Irlanda un 3-8, ganó el partido y puso a Murrayfield entero a bailar el ruck and roll, derivación musical de rugby macho que observa arrojo extraordinario en la defensa, interminables golpes de riñón en todas las fases cerradas y un espíritu de sacrificio colectivo capaz de sobreponerse a las predicciones o a la lógica de las estadísticas. Irlanda, que empezó dominando y tuvo la iniciativa del juego durante más de medio partido, acabó bailando al son del equipo de Scott Johnson, que ha convertido su interinidad en un inesperado proceso de regeneración del equipo escocés. El choque resultó tan emotivo como imprevisible, difícil de explicar desde el punto de vista cartesiano, numérico y científico que a veces parece afectar al rugby profesional de hoy: pese a dominar la posesión y el territorio de largo, controlar el juego más de la mitad del choque, anotar un ensayo en la segunda parte, de Gilroy, y obligar a Escocia a un total de 128 placajes, Irlanda perdió. Cuatro golpes de castigo de Laidlaw como cuatro clavos en un ataúd.

Fue una victoria asombrosa. No por la calidad, desde luego sí por la forma. Un triunfo que cuestiona todos los apartados estadísticos, su capacidad para explicar o decidir los encuentros; y que ratifica la impresión de que a Escocia no le importa poner todas las cifras en su contra: ya contra Italia ganó, y de forma muy aplaudida, con una disponibilidad de la pelota y del espacio mucho menor que su rival. Entonces usó un puñado de contraataques, fogonazos de incontestable electricidad; ayer, los señalados aciertos de Laidlaw con la pelota parada, cuando se derrumbó Irlanda. Fórmulas distintas, con una misma base. Y de efecto similar: un triunfo basado en la progresiva frustración del rival, que no encuentra modo de sobreponerse a la valiente defensa escocesa, su agresividad en la melé y el ruck y el modo de hacer caminar el marcador en su favor a partir de posiciones aparentemente defensivas.

El triunfo sitúa a Escocia en tercera posición del torneo, igualada con Gales y sólo por detrás de Inglaterra, y con aspiraciones a algo más: para mantenerlas vivas, desde luego, tiene que ganar a Gales dentro de 15 días, otra vez en Murrayfield. Mientras tanto, ha sumado dos victorias en casa. Irlanda tardará en comprender cómo pudo perder este encuentro. Durante toda la primera parte fue el único equipo que avanzó, tuvo la pelota y abrió huecos. Con dos debutantes en la sala de operaciones (Paddy Jackson de apertura y Luke Marshall de primer centro) tuvo dos o tres escapadas de ambos en combinación y del ala Keith Earls en las que le faltó acabar el trabajo. Las combinaciones y el juego de pies de Marshall puso a Irlanda a las puertas del ensayo, pero faltó claridad en el último pase, para aprovechar los estupendos apoyos de Brian O’Driscoll.

Por si eso fuera poco, y a pesar del potente empuje escocés en las melés y el colosal trabajo de Jim Hamilton en las touches, Irlanda gozó de superioridad numérica por la expulsión diez minutos del pilar Ryan Grant. Tampoco supo aprovecharlo: Paddy Jackson erró su primer golpe a palos. Metería el segundo, pero Irlanda tuvo que conformarse con un exiguo 0-3 al descanso, después de haber puesto, movido y avanzado todas las fichas del partido.

Escocia, pese a la desventaja, jamás pareció demasiado incómoda en su papel. Laidlaw había desaprovechado en el cierre del primer tiempo la posibilidad del empate. El peligro escocés va más allá de lo evidente, como bien aprendió Italia. Es notable, por contradictorio, que Andy Robinson buscase un rugby abierto, veloz, de combinación y descarga, durante su etapa, y acabara dimitiendo sin conseguir adecuar la naturaleza de Escocia a esa pretensión. Desde su llegada en diciembre, el que fuera su ayudante, Scott Johnson, ha conseguido relanzar al equipo con una propuesta totalmente contraria. Y, encima, sacándoles a las estrellas voladoras del back-three escocés (Visser, Maitland y Hogg) un rendimiento que Robinson nunca obtuvo: seis ensayos hizo Escocia en los dos partidos precedentes de este Seis Naciones. Una cifra impensable para la Escocia de Robinson, siempre muy recortada en su capacidad anotadora.

De vuelta al juego, el segundo tiempo se abrió con una ruptura de O’Brien que, algunas fases más tarde, acabaría en el ensayo de Gilroy. Kearney, el zaguero irlandés, se había hecho presente en esa jugada. O’Driscoll también estuvo cerca. Lo acabó Gilroy con un reverso contra el intento de placaje del talonador Ross Ford. Irlanda se vio 0-8. Jackson no transformó. La ventaja aún era corta. La larga media hora siguiente constituyó una lenta pero progresiva e imparable caída de los irlandeses en la trampa caledonia.

Escocia mantuvo su intensidad en los encuentros, el juego subterráneo y la dinámica de crecimiento. Anotó sus primeros tres puntos en el minuto 50 de juego: los seis siguientes, que pondrían el 9-8, llegarían antes del 60’. Así de rápido le voló a Irlanda su dominio. En el proceso, los escoceses alcanzaron la cifra conjunta de cien placajes, lo que describe su esfuerzo defensivo. Irlanda apenas había hecho 24, lo que se dice nada: cinco jugadores habían terminado la primera parte sin siquiera contar un placaje.

Algo profundamente revelador acerca de la dinámica del partido. Sin embargo, Irlanda extravió el gobierno y su posesión empezó a adolecer de insustancialidad, de confusión, de planes. Mientras los escoceses avanzaban a base de horadar los rucks y erosionar la resistencia verde, provocando fueras de juego y golpes de castigo, Paddy Jackson se venía abajo. Salió O’Gara: y el excelente californiano confirmó que su mejor tiempo ha pasado y que ya no es un recurso considerable para Irlanda. Una noticia de alcance terrible.

A seis minutos del final, Laidlaw puso el 12-8 que sería definitivo. Rebasados por la proporción de su caída, Irlanda hizo un último intento. Tuvo un golpe a tres del final que decidió jugar a la touche, para intentar entrar por el mismo procedimiento que habían aplicado los escoceses para su triunfo: el empujón. No lo consiguieron. Después de unas cuantas fases de demolición humana, Escocia resistió el ataque final en la trinchera de su 22 e Irlanda acabó el partido, y la derrota, con un balón adelantado en su última intentona. Una escena que vino a resumir su impotencia. Escocia lo había hecho. Con sangre, sudor y ruck and roll.