Las lágrimas de Benítez y el extraterrestre Queiroz

Benítez se marcha con lágrimas y deja al Valencia también arrasado en lágrimas. Llegó hace tres años, cuando el club parecía estar en derribo: se iba Cúper, se iba Mendieta, se iba Pedro Cortés, acababa de perderse la final de la Champions y un golazo de Rivaldo había dejado al Valencia sin clasificarse para la del siguiente año. A eso se unía el recelo con que se le recibió, por madrileño y por madridista. A los tres años deja dos títulos de Liga y una Copa de la UEFA. Y eso en medio de un club caótico, con la propiedad dividida y las oficinas llenas de conspiradores.

El mérito de Benítez fue que supo aislar a la plantilla de todo el ruido exterior y crear un compromiso de trabajo en torno a un proyecto común. Sus lágrimas de ayer reflejan la emoción viril que le produce evocar estos años difíciles y triunfales en cooperación con un grupo de jugadores de los que ahora se separa. Pese a sus éxitos, el Valencia seguía siendo un club difícil para él. Ya ha convencido a la hinchada, pero los conspiradores de pasillos siguen andando por ahí y Benítez se ha cansado de pelear con mezquinos. Se va triunfador, pero harto de esa cara oscura de ese gran club.

Imposible evitar la comparación con Queiroz, que se marchó sin triunfos ni emoción. Es curioso el efecto devastador que este hombre culto y educado ha dejado. Se diría que es un extraterrestre hecho de antimateria. Un agujero negro en el que ha desaparecido todo: el modelo de Zidanes y Pavones, Valdano, la flema de Florentino, el trébol, la fe en la cantera, los milagros de Casillas, el genio de Raúl, la alegría de Roberto, la coleta de Beckham, las virguerías de Zidane y hasta los goles de Ronaldo, que resulta que ahora, a las órdenes de Parreira, sí adelgaza. O sea, que no era tan difícil.

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