Cuando el fútbol tiene cara de perro...

El de anoche fue uno de los partidos que los clásicos llamaban a cara de perro. La cara de perro, sobra decirlo, la puso el Oporto, con su fútbol feo, pegajoso y pegón, muy pegón. Y pegón con muy mala uva. Con el pie, con el codo, con el hombro, con la cabeza, pero siempre con muy mala uva. La bobaliconería del árbitro lo permitió y quedó muy claro que el Oporto se maneja bien en ésas, porque ha desarrollado ese inconfundible estilo artero y dañino que requiere entrenamiento, perseverancia y mala intención. Un fútbol odioso que hay que repudiar, aquí y en Sebastopol.

Por eso quizá el Depor nos pareció otro. De la sinfonía ante el Milán al sufrimiento de Oporto media todo el abanico que el fútbol puede producir. Y en los dos registros, en la excelencia y en la supervivencia, hemos visto al Depor moverse bien, lo que quiere decir que hay equipo. Y una final de Champions se alcanza, y se gana, cuando se es capaz de manejarse en los palacios y en las mazmorras. El Depor de anoche no nos divirtió, pero no nos defraudó. Mantuvo el tipo y sacó un resultado que no es el ideal, pero que significa que la eliminatoria se reduce a un partido, a jugar en Riazor.

Perdió, eso sí, a Mauro Silva y a Andrade para ese partido. Lástima. Y una reflexión sobre el arbitraje. Indigna que se pase por alto tanta patada y tanto codazo alevoso y se amoneste por una protesta, caso de Mauro, o que se tome por la tremenda lo que no es más que un gesto de reprimenda, sin posibilidad ni deseo de infligir daño alguno. Lo de Andrade no es agresión ni por el forro. Me temo que la distancia entre los árbitros y la esencia del juego es cada vez mayor. Siempre he visto buenos y malos árbitros, pero esta pérdida del verdadero sentido de las reglas es un mal galopante.

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