Cuando era el partido ‘de la máxima rivalidad’

Aunque Gil suele decir, para consumo de desmemoriados o de generaciones muy recientes, que hasta que él llegó al Atlético este era un club menor, avasallado por el poder de su vecino y tal y tal, la verdad es más bien la contraria. Los últimos años han servido para abrir una brecha histórica, mal disimulada por el doblete del 95-96, entre dos vecinos de fuerzas comparables. Más fuerte casi siempre el Madrid, pero por estrecho margen. Por eso hace unos cuantos años estos partidos de la máxima rivalidad cortaban la respiración de la ciudad durante toda la semana previa.

Y por eso viene bien este, en el que el Madrid triunfante de los últimos tiempos, que ha pretendido mirar por encima del hombro a todo lo que no fuera, como poco, Milán o Manchester United, pasa un examen durísimo en el Calderón. El Madrid lleva una semana en la sartén y difícilmente soportará otra igual sin daños estrepitosos. Está tan poco acostumbrado a perder que su propio desconcierto le hace autoinfligirse más daño. Como esa reclusión de día y medio en La Manga, bajo una manta de lluvia desde ayer tarde, o la salida de pata de banco de Roberto Carlos.

Así que el partido se presenta bravo, si el Atlético lo sabe aprovechar. Un partido con mucho en juego, las dos aficiones entre temerosas e ilusionadas, premio serio en la victoria (afianzarse en la UEFA en un caso, espantar la crisis y seguir en carrera por la Liga en otro) y castigo duro en la derrota. El Atlético ha utilizado 32 jugadores en esta Liga, lo que habla de una búsqueda angustiosa, pero sabe que tiene una oportunidad de revancha ante un equipo al que hemos visto desplomarse en el último mes. Algo en el ambiente me recuerda el dramatismo de años atrás. Y me gusta.

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