De cómo Valdano le ganó la partida a Alfaro

La semifinal de Zaragoza se jugó bajo los ecos del estruendo que produjo la de Sevilla. Alfaro acusaba ayer a Valdano de comportamiento mafioso, lo que quizá no sea sino su homenaje subconsciente a la maniobra del director general del Madrid. Alfaro, provocador y manejador de tensiones, debe de haberse dado cuenta ya a estas alturas de que perdió la partida justamente en su terreno. Su acción provocó la expulsión de Zidane, que picó como un pardillo. Pero luego él mismo cayó, junto a todo su equipo, en la estrategia de la tensión, y por ahí se escapó el partido.

Porque cuando alguien tiene que meter tres goles le conviene que haya fútbol. Cuando alguien tiene que dejar correr el reloj, le conviene que haya bronca. Con la trastada que le hizo a Zidane, Alfaro cambió el curso del partido, que pasó de fútbol a jaleo. Era previsible que Iturralde se las buscara para compensar, con o sin bilardeada de Valdano en el descanso. Y la exaltación a que se entregaron los sevillistas al encontrar en el descanso a Valdano frente al vestuario del árbitro contribuyó a despistarles de su objetivo principal, que no era ganar una bronca, sino meter goles.

Esa es la enseñanza que debe dejar ese partido: que a veces el cazador resulta cazado. Respecto a Valdano, se dejó un girón de su largo y bien ganado prestigio en una acción reprochable pero que benefició mucho a su club, porque sacó al Sevilla del partido y posiblemente creó mala conciencia en el árbitro. Confirmó una vez más que en esto del manejo de tensiones futbolísticas ser argentino (o uruguayo) todavía es un grado. A su impecable traje de gentleman del fútbol le ha salido una mancha, pero la lección que le dio a Alfaro quizá haya valido la pena.

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