La mística del laurel olímpico

Casillas y Torres, triunfadores en el fútbol profesional, quieren jugar este verano los JJOO de Atenas. Lo han hecho saber por lo bajinis, sabiendo que por su edad tienen cabida en el equipo. (Y aun sin ella, porque el fútbol olímpico está reservado a selecciones Sub-23, pero admite tres jugadores mayores de esa edad por equipo). Pero el caso es que ellos, triunfadores en un fútbol superior, añoran ese escalón que se dejaron atrás. Y lo mismo que ellos piensa Ronaldo, que también quisiera estar en su selección olímpica. Ronaldo, que ya ha ganado el Mundial, y la Intercontinental, y lo que haga falta.

Y no deja de ser curioso. El fútbol se profesionalizó antes que otros deportes y por eso fue mirado con recelo y luego con aversión en el mundo olímpico ya en los años veinte del siglo pasado. Por eso creó su propia Copa del Mundo ya desde 1930 y llegó incluso a faltar de los JJOO en 1932. Luego regresó, con selecciones supuestamente amateurs. Durante años, el campeonato olímpico fue dominado por las selecciones de la Europa comunista, donde todos eran oficialmente amateurs, aunque vivieran del fútbol, bajo el disfraz de altos empleos en la función pública. Como el coronel Puskas.

Cuando el Movimiento Olímpico asumió, tarde y mal, el profesionalismo se volvió hacia el fútbol. Este ya tenía su calendario propio y su Mundial, y lo más que aceptó fue enviar a los juegos a las selecciones Sub-23, reforzadas si acaso con tres mayores. Un torneo menor, en suma. Pero para los futbolistas no es tan así. El oro olímpico tiene un brillo especial, que aún hoy moviliza a los Casillas, Torres, Ronaldo ... Quieren esa medalla. Y eso nos enseña que la vieja lucha olímpica por un concepto idealista y educativo del deporte no ha sido tan baldía como parece. Que ha dejado algo.

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