El equipo como misterio ecológico

Un equipo que funciona es en realidad un sistema ecológico compensado, en el que todo prospera apoyándose en lo de alrededor. Cuando un equipo funciona bien, todos parecen buenos, incluso mejores cada día. Cuando funciona mal, todos parecen malos, incluso peores cada día. Por ejemplo: el Atlético se ha puesto a jugar de repente bien, y volvemos a descubrir que el Niño Torres es un delantero brillante. Hace un mes estábamos horrorizados de su repentina decadencia. Ha bastado que apareciera Nikolaidis a su lado para que todo se arreglara. 

El ejemplo contrario más extremo lo tenemos en la Real Sociedad, equipo brillante y seguro el año pasado, y que ahora es una sombra de aquello. Han bastado los vaciles con De Pedro y la puesta en marcha de la teoría de las rotaciones para que todo se descompusiera. El equipo más estable y de funcionamiento más claro de la Liga pasada (el sistema ecológico más logrado) es ahora un desorden, un proceso de continua descomposición. Como un hermoso bosque en el que de repente sustituimos una especie por otra y todo se va paulatina o bruscamente a paseo.

La pregunta es cuánto tienen que ver los entrenadores en estos procesos. La respuesta está en función de su soberbia. Los humildes son los mejores: buscan, retocan y cuando el funcionamiento aparece de forma más o menos imprevista lo dejan ahí. Los soberbios se empeñan en una idea, o cuando todo funciona castigan a la figura por celos, o sienten una imprudente necesidad de hacer notar su mano. Ignoran que un buen entrenador no hace un buen equipo. Un buen equipo lo hacen unos buenos jugadores. Pero un mal entrenador se carga un equipo.

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