El cuento de la lechera que salió bien

Primero fue Figo, golpe audaz que desarboló al Barça; luego, la recalificación de la Ciudad Deportiva, que dio dinero para pagar la deuda sideral que arrastraba el club, más el fichaje de Figo, que él adelantó con su propio riesgo, más el de Zidane el año siguiente. Desde ahí en adelante, todo fue rodando por sí mismo. Más público en el campo, más derechos de televisión, más galácticos, mejores ingresos por llevar la camiseta de Adidas, por poner Siemens sobre ella, más dinero por venta de todo tipo de artículos, mercados abiertos en Asia o Estados Unidos, más ingresos cada vez.

Esto se llamaba antes el cuento de la lechera, y no salía bien. Laporta lo llamó círculo virtuoso y está por ver que le salga. Pero a estas alturas parece claro que a Florentino Pérez le ha salido bien. Con una fórmula arriesgada, que incluía un principio irrenunciable: no hacer caso a la maraña teórica que entre todos (técnicos, periodistas, aficionados) hemos tejido en torno al fútbol desde la WM. Florentino ve el fútbol como lo veíamos a los doce años: los mejores, en el ataque; los demás, en la defensa. Cuantos más buenos haya en mi equipo mejor. Más público y mejores resultados.

Así, desoyendo mil sugerencias que le decían que lo primero que tenía que comprar era un central, ha hecho un equipo distinto, que llena el Bernabéu y que provoca un vendaval de ilusión incomparable. Y ha conseguido el más extraño de los milagros: que las cuentas le cuadren. Que yo sepa, será la primera vez en la que un club ingrese más de lo que gasta. Ahora afronta el segundo mandato con la voluntad de hacer aún más recortes de gastos (en el funcionamiento del club) y construir la Ciudad Deportiva. Y mientras, mantiene el baloncesto al pairo, a la espera de que la NBA se abra a Europa.

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