Acto de autoafirmación del barcelonismo

Desde luego, no puede decirse que Laporta se quedara solo en su desafío al Sevilla, a Audiovisual y al fútbol en general. Le acompañaron 80.237 hinchas en una noche exaltada, culminada por un sensacional gol de Ronaldinho que compensa el empate. Laporta tiene hoy por hoy un crédito ilimitado. Para subir los abonos, para poner publicidad en las camisetas, para convocar a la grey culé de madrugada. Su neoperonismo de barretina está calando hondo en una afición que había llegado a sentirse desesperada y que ha encontrado el mesías que la rescate.

Copio literalmente de la magnífica crónica sobre el hecho que escribe David Torras en El Periódico de Catalunya: "Más que el presidente de un club parece un líder religioso a quien los culés, tan necesitados de fe, han abrazado con fervor ciego." Tres años de gasparismo más florentinismo, mezcla fatal para el Barça, han colocado a la afición en un estado de ansiedad que ahora se transforma en un poder extraordinario para la junta de Laporta. Nos puede parecer bien o mal, pero es así. Lo único que hay que desear es que Laporta maneje con tacto el enorme caudal moral que ponen en sus manos.

Y este gesto ha sido malo. Un alarde de prepotencia sin sentido y sin más provecho que ese acto de exaltación, de puro consumo interno. A cambio, recelos y antipatías, además de un desagradable pleito jurídico con la empresa que provee gran parte de sus ingresos económicos. Y una cosa más: al Barça siempre le ha distinguido su identificación con el sentimiento nacionalista catalán. En efecto,es más que un club. No me escandaliza que Laporta sea fiel a ese mandato. Hace bien. Pero por lo mismo debe pensar que sus actos pueden enaltecer o empañar la imagen de toda Cataluña.

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