El presagio de un relevo

¡Quién estuviera en Asturias, en algunas ocasiones! Así reza el himno asturiano y en eso pensaba yo ayer, con un nudo en la garganta, cuando hacía la cuenta atrás de las últimas vueltas de Fernando Alonso. ¡Quién estuviera en Asturias! Para gritarlo más fuerte, para salir a la calle y abrazarse con cualquiera, para escuchar el estrépito de la alegría total, para estar en el epicentro de la réplica de este terremoto que nos llegó ayer desde Hungaroring, un lugar lejano, de nombre mestizo, pero que queda desde ya impreso en la memoria colectiva de este viejo país.

Me recordó por su implacable eficacia las mejores exhibiciones de Indurain. Así se gana una carrera. Es cierto que se daban las mejores condiciones para su coche, pero ganó de cabo a rabo, sin perder el liderato más que durante una vuelta por su primera parada. Con veintidós años y veintiséis días es el ganador más joven de la historia de esta competición siempre puntera que es la Fórmula 1. Con veintidós años y veintiséis días se permitió el lujo insólito de doblar a Michael Schumacher, que le discute a Fangio el título honorífico de mejor piloto de la historia.

Ese momento en que le dobló presagiaba un relevo que se producirá más pronto que tarde. Alonso está llamado a suceder a Schumacher, a batirse con ventaja con Raikkonen y Montoya, otros dos pilotos de nueva generación que le flanquearon en el podio. Pero de los tres el más joven es él, y estaba en lo más alto, después de una carrera perfecta, en la que su victoria no tuvo la ayuda de ninguna avería o accidente de quienes le pudieran hacer sombra (Barrichello iba muy por detrás cuando la impresionante desintegración de su coche). ¡Quién estuviera en Asturias...!

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