Dos castizos convertidos en extraños

Curioso fútbol este. Hace poco hubiéramos jurado que Luis y Del Bosque constituían lo más estable de sus respectivos clubs, de los que representaban su esencia más profunda. Pero de repente están los dos en fuera de juego. Y en vísperas del derby. Uno porque se quiso ir y en seguida le cogieron la palabra. Y cuando reclamó su derecho a rectificar se lo pusieron todo lo difícil que pudieron. El otro porque quiere seguir, pero no está tan claro que quieran que siga, aunque no saben cómo decírselo ni si tienen alguien para sustituirle. En fin, que los dos tienen hoy cierto aire interino.

Es una prueba más de lo mucho que quema la función de entrenador. Mucha gente se pregunta para qué sirven. Para una cosa seguro que sí sirven: para tener la culpa cuando algo sale mal. Y ellos lo saben. Cada entrenador sabe que hay una raya en el suelo, y que a un lado está él y al otro están el presidente, los jugadores, los directivos, el gerente, los periodistas, los médicos, los aficionados, los recuperadores y hasta los jardineros, que nunca quieren regar o dejar de regar cuando él les dice. Pero a todos ellos les sirve cuando las cosas van mal, porque le pueden echar la culpa.

El que no quiere culpables no necesita entrenador. Es el raro caso de Piterman. El que quiere culpables se harta del entrenador, porque le echa la culpa de lo que pasa y por eso mismo empieza a verle inútil y prescindible, y busca otro, sin reparar en que al poco tiempo ese otro también tendrá que tener la culpa de algo y será igualmente detestable. El fútbol necesita a los entrenadores para descargar las iras colectivas y hacerlos extranjeros en su propio mundo. Y así pasa que llegamos a un derby y dos castizos como Luis o Del Bosque parecen cuerpos extraños en ese castizo partido.

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