Partido de estreno pero con mucha historia

En 1967, el Celtic ganó la Copa de Europa. Era la primera vez que ganaba esa competición un equipo no latino. Su victoria, conseguida ante el Inter en Lisboa, vino a sacudir al fútbol europeo del yugo del catenaccio, ya temido en aquellos años y representado justamente por el Inter, que había ganado las ediciones de 1964 y 1965 y había sido semifinalista en 1966, vencido justamente por el Madrid ye-yé. El entusiasmo por la caída del Inter (que jugó la final sin Luis Suárez, lo que relativizaba el éxito escocés), despertó enorme entusiasmo general. El Celtic había matado al dragón.

Pero curiosamente, de aquello se derivó más mal que bien. Aquella victoria del Celtic degeneró en un elogio del fútbol fuerza, una adoración por el físico, la pierna fuerte, el salto y el choque que alteró por años el fútbol europeo. El Celtic no era tan así (tenía en sus filas al enanísimo Johnston como mejor jugador) pero así se predicó su victoria y eso produjo un atraso notable. En las canteras empezó a cultivarse el físico más que el talento. Entre la generación de Amancio y la de Butragueño hubo un corte que dañó al fútbol europeo y particularmente al español, tan dado a las modas.

Pero era un buen equipo. Si se leyó mal su victoria e hizo daño, no es culpa suya. Se ve que también es posible escribir torcido con renglones derechos. Desde entonces no ha vuelto a ganar título europeo alguno, pero su rango y su empaque son reconocidos por todos. Hoy juega en Sevilla la final de la UEFA. Un respeto. Y un respeto para el rival, el Oporto, campeón europeo también una sola vez, mucho más reciente. Ante el Bayern, con un refulgente Futre y con un glorioso taconazo de Madjer. Con un estilo alegre y bonito. La final de esta noche es inédita, pero tiene mucha historia.

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