Italia contra Italia, igual a nada

Jugaban entre sí el Inter y el Milán. Dos semifinalistas europeos de un mismo país, de una misma ciudad. Más aún: eran los únicos equipos de una misma ciudad que tienen la Copa de Europa en sus vitrinas. Y les digo más: el que salga de este duelo será rival del Madrid en la final, si todo sale como esperamos. Más que suficiente para que en la redacción se siguiera con interés el partido, que mereció los honores del directo en La 2 y en Canal +. Bueno, pues al cabo de un rato observé que nadie miraba. Indiferencia, cabezas en el ordenador. Un cierre ejemplar, vamos.

Yo mismo casi desistí. Era como ver la pintura secarse en la pared. Recuerdo ocasiones en las que he estado más distraído esperando el autobús. Al menos te enfadas porque el de la acera de enfrente siempre llega antes. Pero en el caso de este presunto partido de fútbol no había nada con lo que distraerse. Ya sé que los partidos italianos a veces producen goles, pero eso son sólo los partidos menores. Los de Liga de cada domingo y así. Pero en ocasiones trascendentes como esta semifinal de rivalidad en el Giuseppe Meazza un gol hubiera sido un hecho antisocial intolerable.

Y no es que no haya buenos jugadores. Hay algunos. Incluso bastantes, si quiere mirarse el asunto con cierta indulgencia. Pero saben comportarse. Van al ataque de pocos en pocos, y con cautela. Siempre en cortés inferioridad numérica frente a los que defienden. Siempre atentos al principio esencial: lo primero es no inventar, sino anticiparse a lo que el otro va a inventar para impedirlo. Podría parecer cosa de mérito, pero no lo es, porque el de enfrente tampoco pretende inventar nadad. Total: ningún fallo, partido perfecto, empate a cero y aquí paz y después gloria.

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