Entrenadores al borde de un ataque de nervios

A última hora de la tarde, Gil firmó una paz precaria con Luis. La primera bronca del segundo siglo se cerraba así en falso, sin resolver la cuestión esencial: ¿pueden Luis y Gil trabajar juntos? He aquí uno de esos matrimonios antiguos, tan reacios a romper como a mantenerse en concordia. Cuando no tiene cerca a Luis, Gil cree que le resolvería los problemas. Pero cuando lo tiene cerca no le ve las virtudes, recela de sus buenas relaciones con la prensa y se va cargando de argumentos contra él. Y de cuando en cuando estalla. Y rompen. Y luego se arreglan.

En realidad, lo que le pasa a Gil les pasa a muchos. "Lo malo no es que echen a los entrenadores, sino que no saben para qué los contratan", dijo un día Menotti. Un frase bien hecha y muy acertada. Hasta el mismísimo Madrid anda en dudas mal disimuladas (al menos así le está llegando al interesado) sobre Del Bosque. Su contrato acaba pronto y no le llaman para renovar. Él empieza a tener la mosca tras la oreja: ¿necesitaré un título o dos para que me renueven? Y por primera vez ha buscado un agente que negocie por él, De Felipe. Y eso enfría aún más las cosas.

Y el Alavés echa a Mané, forjador del Pink Team, aquel equipo que hizo vivir al club el periodo más feliz de su vida. Y el Rayo va a por su cuarto entrenador, que resulta ser el primero, Fernando Vázquez. Y en A Coruña Irureta sufre cada vez más la incomprensión de sus jugadores, que no digieren eso de las rotaciones. Y Benítez boquea contracorriente en un club con el que consiguió el último campeonato de Liga. No saben para qué les quieren, dice Menotti. O quizá sí: para desahogarse en ellos cuando vienen mal dadas. Mal oficio el de entrenador. Bien pagado, pero malo.

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