Mussolini inventó los ‘oriundi’

El Mundial de 1934 lo ganó Italia. Era el segundo que se jugaba. El de 1930, lo había ganado Uruguay, que venció en la final a Argentina. Aquel de 1934 se jugó en suelo italiano, en plena exaltación del régimen de Mussolini. Y el propio Duce puso todo su empeño en que Italia lo ganara y para ello alentó desde tiempo antes la incorporación al calcio de argentinos o uruguayos, descendientes de italianos. Oriundi, o sea. Cinco de ellos jugaron durante el Mundial con Italia, y tres estuvieron en la final victoriosa. Uno Monti, hasta repetía final. Había jugado la del 1930 con Argentina.

Recuerdo esto por el reciente Europeo de fútbol sala, ganado por Italia con una plantilla en la que diez de los catorce jugadores eran italobrasileños. Nacidos en Brasil, aprendieron allí su arte. Italia les fue incorporando sucesivamente y nacionalizándoles gracias a su ascendencia italiana. Todo correcto y legal según las normas vigentes, pero ¿representa esa selección el potencial del fútbol sala italiano? Evidentemente no. Y no saco esto para atacar a Italia, sino como ejemplo extremo. Nosotros mismos tenemos el caso de Muehlegg, cuyas medallas postizas nos salieron por la culata.

Lo difícil a la hora de enjuiciar este asunto es que los movimientos migratorios propios de esta época crean un cuadro en el que es difícil distinguir unos casos de otros. Y acaso también sea ocioso. Pero yo aún prefiero que una selección represente el poder deportivo real de un país (con su vieja población y con sus inmigrantes naturales, si es un país de acogida, como el nuestro) y no un revoltijo de nacionales y estrellas importadas gracias a un mayor nivel económico. Para eso ya está el deporte de clubes. Falsear el valor de nuestras selecciones es hacernos trampas en los solitarios.

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