Di Pietropaolo no cumplirá los cuarenta años

Leo en nuestra edición de ayer que se ha revelado recientemente la causa de la muerte en julio pasado de Fabrizio di Pietropaolo. ¿Y quién era Fabrizio di Pietropaolo? Pues un futbolista italiano menor, un jornalero de la gloria, que destacó como alevín en el Roma y que luego jugó en el Parma, cuando aún era un club modesto. ¿Y de qué murió? Pues del mal de Gehrig, el ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), causa de muerte prematura de tantos exfutbolistas italianos. Muerte larga y muy dolorosa. A Di Pietropaolo le obligaban a inyectarse Cortex, un anabolizante.

Fabrizio di Pietropaolo habría cumplido los cuarenta en octubre. Mucho tiempo por delante para disfrutar de una vida, de una familia, de unos amigos, de batallitas que contar de su agridulce carrera. Bien hubiera podido, dentro de unos años, mostrar a sus nietos su vieja figura en cromos, los Panini italianos. Pero no. Ya no está. No podrá contar embustes a los nietos. Fue asesinado por la imprudencia temeraria de druidas anónimos que sintetizan en los laboratorios productos cuyo alcance a medio plazo no son capaces de prevenir ni de controlar. Y que ellos no toman. Ellos siguen vivos.

Cuando hablamos contra el doping es por eso, por todos los Di Pietropaolo del mundo. Cuando reclamamos energía ante el caso Gurpegui es por eso, no porque nos satisfaga que le caiga una larga suspensión, sino en favor de su salud y de la de todos los que vengan detrás. Cuando escuchamos las explicaciones del druida de turno sobre cómo el cuerpo del atleta cazado genera el producto prohibido nos invade un irritante pesimismo. No se puede reducir a los deportistas a la condición de laboratorios vivos al servicio de doctores cojoncianos. Ese modelo es tan odioso como siniestro.

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