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JUEGOS PARALÍMPICOS I ENTREVISTA AS

Emilio Morenatti: "La discapacidad no está en tu brazo o tu pierna, sino en tu cabeza"

El fotoperiodista, ganador del Pulitzer, ha cubierto los Juegos Paralímpicos. No son sus primeros. Lo hace por trabajo y convicción. "Enganchan", confiesa.

Tokio
Emilio Morenatti, durante los Juegos Paralímpicos.
Marko Djurica

Emilio Morenatti (Zaragoza, 1969) no para. Es omnipresente. Lo mismo aparece en la natación que en el atletismo o el ciclismo. Los deportes no dan tregua y las historias tampoco. Su cámara es su brújula para encontrarlas y su curiosidad, el motor para contarlas. Para muchos compañeros es 'el del Pulitzer', aunque a él le cuesta reconocerse en esa etiqueta. Los Juegos Paralímpicos de Tokio no son sólo trabajo, también un camino personal. El fotoperiodista de Associated Press perdió la pierna izquierda cuando explotó una bomba en Afganistán, durante una salida con las tropas norteamericanas a la que no tenía que haber ido, en 2009. Su mirada y sus reflexiones sobre la discapacidad dejan poso. Lo mismo que sus instantáneas. Entre trabajo y trabajo, carrera y carrera, se citó con AS para charlar sobre la dimensión de estos deportistas y de sus logros, sobre su adaptación a cualquier situación, sobre la vida.

—¿Cómo ha sido su experiencia en los Juegos Paralímpicos? ¿Había cubierto algunos con anterioridad?

—Hice Londres 2012, tanto de olímpicos como de paralímpicos y me pareció una experiencia muy buena porque aquí se juntan varios factores. Uno, de hacer lo que te mandan y otro, fundamental, el interés por ver cómo mueve todo dentro de una competición como ésta. Está mi propia curiosidad como persona con discapacidad y la necesidad de visibilizar este mundo y su mensaje de superación. Me traen esos dos factores, pero adicionalmente hay un trabajo largo que propuse hace meses a AP y me aceptaron. Se trata del seguimiento a una serie de americanos heridos en combate, que estuvieron en la guerra de Afganistán o Irak y perdieron algún miembro y a quienes el deporte les ha cambiado la vida. La discapacidad se la cambió, pero el deporte ha hecho que, de alguna forma, le encuentren sentido. Indagué qué veteranos quedaban y los contacté para ir a visitarles a sus casas en Estados Unidos. Un reportero ha tomado nota de todo aquello y la historia sale este martes 7 de septiembre. Hay una reflexión sobre la discapacidad y el deporte. Detrás de cada deportista hay historias tremendas que vamos descubriendo a medida que nos los encontramos. Igual llega alguien a la meta que te llama la atención, indagas y hay un historión detrás, pero ¿cuántas hay? Vemos sólo la punta del iceberg. Adicionalmente a eso cubro las competiciones.

—A lo largo de los Juegos ha publicado en sus redes fotos de los deportistas con sus historias, algo que está teniendo mucha repercusión y una gran difusión.

—Fíjate la rumorología en general, cuando dicen que por qué no se visibiliza más, cuando lo estoy haciendo. Hay una protesta generalizada, pero claro que está llegando. Lo único que ocurre es que no somos tantos como los olímpicos, ni hay especiales en los medios. Esas pinceladas son nuestro trabajo y, en mi caso, lo hago por descubrir una experiencia personal. Cubriendo los paralímpicos me pasa un poco como cuando cubro historias en Gaza o en sitios donde realmente la misión del fotoperiodismo es fundamental y se trata de llegar con la mayor de las sensibilidades. Cuando se dan las circunstancias te sientes muy útil. Aquí requieres contar las historias con mucha sensibilidad. Hay una cosa que me fascina de los paralímpicos. A veces estás en la piscina y ves salir a un nadador sin brazos ni piernas. Te pones delante con la cámara y dudas antes de hacer la foto, pero te mira y te pide que le mandes la foto. Te deja descolocado porque te está sonriendo y te está dando una empatía tremenda. Se crea una vinculación, un compromiso... Te das cuenta de que la limitación está en nosotros, no en ellos. Me ha pasado con muchos, que tienen unas discapacidades tremendas y que posan para ti como si fueran modelos de caché. Se aparcan los complejos y se crea una burbuja de hermandad en la que la gente viene a hacer una fiesta, entre comillas, de la discapacidad. Se celebra hasta que llegues el último. Yo he pasado fotos del último, ¿cuándo se hace eso? Pero la reacción de la llegada ha sido tremenda y tal. Eso es lo fascinante y engancha. Vienes una vez y quieres venir más. Entre los fotógrafos tenemos la misma conversación, hemos cubiertos olímpicos y paralímpicos y son estos últimos los que nos llegan más.

—De las historias de los deportistas que ha sacando, ¿cuál le ha impresionado más?

—Hay un nadador brasileño, Gabriel Geraldo Santos Araujo, que no tiene brazos ni piernas y no entiendo ni cómo flota siquiera, pero gana siempre. Al no poder celebrarlo levantando sus brazos, lo que hace es que coge un chorro de agua con la boca y lo lanza hacia arriba. Esa celebración me pareció espectacular. La gente se busca la manera. También me impresionó la triatleta italiana Veronica Yoko Plebani, que tiene una enfermedad severa y físicamente se ve que ha debido de sufrir muchísimo, ha perdido dedos y pies y se le ve unos daños tremendos en la piel. Me tocó bastante. Ha encontrado en el deporte una escapatoria, como la ciclista americana Oksana Masters, a la que afectó la radiación de Chernóbil. Son casos que no sabía, ni los estaba buscando, pero ganan y te preguntas quién es. No sé si la gente termina enterándose de todo esto.

—¿Qué ha encontrado en la cobertura de unos Paralímpicos que no haya vivido con los Olímpicos?

—Los Juegos Olímpicos son muy complicados porque hay una gran demanda para todo, se nos trata como borregos porque hay mucha gente. Los Paralímpicos te dan más movilidad, hay menos presión mediática. Esa libertad es la que me lleva a hacer un periodismo más personal, sin tener que estar limitado a lo que te da un teleobjetivo largo, que te da una visión muy corta. Yo defino el tipo de cobertura por el tipo de lente que utilizo. Aquí usamos unas lentes muy largas porque no podemos llegar donde ocurren las cosas, pero cuando estoy en conflicto voy con mi 50 mm. y me acerco al sitio. Es muy metafórico esto del campo de acción de las lentes. A mí me gusta pisar el terreno, llevar mi 50 y decidir qué distancia pongo, no que me la impongan. Aquí es impuesto, aunque en los Olímpicos muchísimo más. Te sugieren hasta el tipo de lente que debes llevar. Aparte hay toda una industria detrás, las de las marcas de fotografías que compiten entre sí.

—¿Cómo le ha repercutido recibir un Premio Pulitzer?

—Todavía no lo he conseguido procesar y no lo digo de coña. El otro día me decía un colega de Yakarta: 'Joder, tú eres el del Pulitzer en solitario'. Y pensaba, '¿yo?'. Es algo tan bueno que casi no lo abarcas. No sé si lo haré. Probablemente no. Me parece una noticia demasiado potente como para asumirla. Ahora cuando voy a una competición me lo dicen. Oye, pues mira, bien. Es algo bueno, pero me da reparo.

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Paulino Oribe

Ganó el Pulitzer por una serie de fotos de la pandemia y precisamente durante ésta se habló de la ausencia de fotos crudas y descarnadas para mostrar la virulencia de la situación...

—Yo hago ese ejercicio todos los días. Siempre tiro un paso para atrás y lo pienso, pero al final echo arrojo. Hay que sacar las imágenes tal cual son. Estoy haciendo un ejercicio en las redes sociales, que nos dan un termómetro de cómo es la sociedad para bien o para mal, enviando ciertas fotos a ver si las pillan. Tienes que leerte el caption (pie de foto) y entender la imagen. Hay quien lo comprende y es muy gratificante. Tratas de sensibilizar lo máximo y tienes una respuesta muy positiva que no tienen los medios de comunicación. Por ahí nos ganan las redes. A mí me interesa utilizar el respeto por la persona que se fotografía. Una persona sin brazos, siendo fotografiada con todas sus cicatrices, es algo que tendemos a ocultar. Y yo voy con mi pierna al aire, pero aquí, en Barcelona y en todos lados. Hay que normalizar la discapacidad, empezando por uno mismo. Todo el mundo sabe de discapacidad física, pero es muy difícil descubrir la mental de mucha gente, que la oculta o quiere transformarse en una persona que no es. Normalizar esto es fundamental. Yo intento hacerlo no sólo a través de mis fotografías sino también de mi propia personalidad, diciendo me falta una pierna y esto es lo que hay. Te puede gustar más o menos, te pueden coser a miradas, pero hay que devolver una sonrisa. La misma que me devuelven algunos de los deportistas que fotografío. El otro día estaba haciendo una fotografía a una pareja de nadadores turcos, Beytullah Eroglu y Sevilay Ozturk, que estaban meaos de la risa, en su mundo y les importaba un pepino absolutamente todo. Me pidieron la foto y estaban muy orgullosos de haber llegado donde habían llegado.

—¿Queda mucho camino por delante en la tarea de normalizar o naturalizar la discapacidad?

—Queda todo el camino porque vivimos en una sociedad de estética, donde lo raro (alguien sin una pierna, un brazo...) produce rechazo. Vamos a peor en eso. Vivimos en una sociedad consumista donde la estética suma o quita puntos, te los resta si eres viejo, tienes discapacidad... Todos defendemos el tema de la discapacidad, pero no estamos dispuestos a mostrar nuestra desnudez. Y por desnudez no me refiero a mostrar tus genitales sino a tus defectos. La sociedad está abocada a cuidar en extremo la estética y condenar lo otro. Por ahí no vamos bien. Todo eso también lo promueven las marcas.

—A nivel personal, ¿cómo vive la discapacidad?

—Una cosa es que nazcas con discapacidad y no sepas cómo serías tú sin la discapacidad. Y otra, que con 40 años pierdas una pierna. He sido siempre una persona muy ágil, muy activa, que se subía a los árboles a hacer fotos y ahora las encuentro. Mi discapacidad me acompañará siempre, son heridas eternas, pero sí hago ejercicios (y casi lo consigo) para empezar a reconocerme tal cual soy. Ahora soy así, toca así y ya está. Si me canso un poco y tengo que sentarme, aviso para que el resto tire y luego yo cojo un taxi. El Pulitzer lo he conseguido gracias a un patinete eléctrico porque sé que caminar para mí es una tortura. Me busco la fórmula para salir adelante. Es mi caso y el de todas las personas con discapacidad, el reconocerte en la persona en la que te vas convirtiendo. Pasa igual con la edad. Si lo niegas tienes dos problemas: que eres viejo y que lo quieres negar. Estoy en ese trabajo. A mí me cuesta. A veces me cabreo y digo: 'Con lo que yo era'. Con eso no vamos a ningún sitio. Se trata de qué es lo que soy y qué es lo que puedo conseguir. La discapacidad no está en tu pierna o en tu brazo, la discapacidad está en tu cabeza. Esa es la limitación realmente.