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REAL MADRID - LIVERPOOL

Michael Robinson: “En Anfield siempre hubo un aire irreverente”

Michael Robinson podría estar horas y horas hablando del Liverpool, de su esencia, de sus primeros recuerdos en la grada de The Kop...

Actualizado a
Michael Robinson: “En Anfield siempre hubo un aire irreverente”
ASTV

¿Qué tiene el Liverpool para ser un club tan diferente?

Duende. Siempre ha sido el pequeño equipo de la ciudad. El Everton representaba la aristocracia y el protestantismo, lo blanco... Nosotros éramos los pobres y teníamos incluso que alquilar Anfield, porque el dueño era el Everton. Acabamos siendo el club de la clase obrera. Al Everton le llamamos los Toffees, los caramelitos. Aún me acuerdo de cuando era niño, que había dos señoras que tenían cestas grandes y tiraban caramelos al público. Y mientras eso sucedía, en el Liverpool estaban cantando las canciones de los Beatles, “I love you ye-ye-ye…”. Más que un ambiente deportivo, había uno irreverente.

¿Recuerda su primer partido en Anfield?

Estaba en The Kop con mi padre. Nosotros íbamos desde Blackburn, donde yo me crié porque mi padre puso un Bed&Breakfast. Teníamos Anfield a 40 minutos en coche. Ganamos 1-0 al Bourne, un centro de Callaghan que St. John metió con la cabeza justo donde yo estaba…

Menuda suerte.

Aquel día llegamos antes por dos razones. Primero porque yo tenía seis años y ese fondo era todo de pie y había que buscar un sitio para el pequeño Michael. La otra razón era para estar cantando y escuchando el ambiente una hora antes, que era cuando se llenaba Anfield. Mi padre me cuenta que yo dije: “De mayor quiero ser futbolista”. ¡En ese momento yo no había visto ningún partido, los jugadores ni siquiera habían salido! Luego, cada quince días eran como la víspera de la llegada de Papa Noel.

¿De jugador también vivía esa mística?

Como visitante ya había salido del vestuario de la izquierda, me había encontrado con la leyenda This is Anfield, y ya en el campo había visto salir a esos de rojo con los primeros acordes del himno. Y había pensado que era un corderito que iba al matadero, que por favor, aquello terminara cuanto antes. Luego me tocó vivirlo como local por primera vez. Salí del vestuario de la derecha. Y antes de bajar las escaleras, Joe Fagan, nuestro entrenador, como antes lo había hecho Paisley y antes de él Bill Shankly, nos dijo: “No olvidéis que esta gente de ahí fuera os adora. Sois el único orgullo que tienen. Amadles tanto como os aman…”. Salí el quinto, besé el escudo como los cuatro de delante, y todo el estadio me dijo que nunca caminaría solo. No sabía si podría estar a la altura. Nunca me acostumbré a Anfield.

¿Qué significado tiene Bill Shankly para el Liverpool?

Es el arquitecto de un sentimiento. Y era un gran comunicador. Tenía mil refranes. Por ejemplo, que ‘el fútbol no es una cuestión de vida o muerte, sino mucho más que eso’ (risas).

¿Qué ambiente se respiraba en su Liverpool?

Había un esnobismo invertido. Recuerdo que teníamos uno de esos nuevos autocares que salieron con tele… ¡pero pusieron una que no funcionaba! A la vuelta de los partidos todos los equipos paraban a cenar en un restaurante. Nosotros lo hacíamos en cualquier sitio a tomar fish and chips en papeles grasientos. ¡Y éramos claramente el mejor equipo del mundo! A Robbie Fowler le obligaron a vender un Ferrari amarillo.

¿La ostentación era un insulto a esa afición humilde?

Al día siguiente de mi primer entrenamiento con ellos vi que mis calcetines estaban duros, sucios. Miré al segundo entrenador pensando que era una novatada. Y al día siguiente igual, y al otro… Y ya hubo quien me dijo: “A mí me extrañaba cuando te vi hacer una entrada en el barro…”. Y me lo explicaron: “Hay lavadora, pero cuando empezamos a ser ganadores en serie, en el 58, no la había. Mrs. Johns era quien la lavaba aquí al lado una vez a la semana”.

¿Entrenaban varios días con la misma ropa?

Como se lo cuento. Tampoco teníamos pantalón de chándal. Sólo te daban uno si estabas lesionado. Y tenías un buen jersey para el frío, eso sí. Era un equipo muy maniático.

¿Maniático?

Recuerdo mi primer entrenamiento. Íbamos a Anfield y de ahí cogíamos un autobús a Melwood. Me fui a sentar. ¡Ahí no! Fui a otro asiento. ¡Ahí no! Me tuve que sentar donde antes lo hacía David Fairclough, que acababa de irse.

Había unas reglas…

Para los entrenamientos había un libro desde la época de Bill Shankly que se seguía al dedillo. Se abría la hojita del 24 de septiembre y se hacía… Era el equipo más supersticioso que he conocido. El Liverpool llevaba su chef, algo impensable en la época. Viajábamos en avión siempre con el mismo piloto, Burny, y con la misma tripulación. Había azafatas que se habían retirado ya y que seguían viniendo. Y nunca en los hoteles del Liverpool se permitían las chocolatinas típicas que te ponen en la almohada…

¿Por qué?

Porque en el 74 se perdió inexplicablemente contra el Ajax. Nos metieron cuatro. Y Shankly sólo encontró una explicación: que les habían dopado con el chocolate. Y desde entonces no se comió nada en un hotel que no fuese hecho por nuestro chef.

¿Cómo recuerda su fichaje?

Fue un verano de muchos rumores, Sevilla, Everton, United…Y el Liverpool era el único que no había salido. Cuando mi entrenador me lo comunicó tuve que ir a Ámsterdam, donde estaba el equipo.

¿Qué pasó?

El presidente, Sir Johns, me dijo: “¿Cuánto dinero quieres?”. Entonces era de lejos el futbolista mejor pagado del fútbol inglés. Peter Shilton o Kevin Keegan cobraban como 800 libras a la semana y yo estaba en 1.400.

¿Qué le dijo a Sir Johns?

Que yo pagaría por jugar en el Liverpool.

¿Qué hizo después?

Fui a ver a los dos entrenadores, Bob Paisley y Joe Fagan, que era su segundo y su relevo. Les pregunté que cómo querían que jugara. Fagan me contestó con ironía: “Hombre, pensábamos que tú ya lo sabías. Solemos poner once para no partir con desventaja. Cuando cojas el balón, mete un gol, y si no puedes dásela a otro para que lo meta. Cuando tenemos la pelota en la media intentamos dársela siempre a otro con la camiseta roja. Y atrás nos dejamos el alma para no encajar…”.

¿Pero tenía aquel Liverpool un estilo definido?

Muy definido aunque ellos no lo pregonaran. Los entrenamientos eran lo más básico que se pueda imaginar. Todo partidillos. Dos toques o un toque. Y el segundo de Fagan daba vueltas por el campo gritando: “¡Get it, give it, move!, ¡Get it, give it, move! (Coger, dar, mover). Y si no cumplías tenías que salir del campo y dar una vuelta corriendo. Todas las noches me acostaba con aquel ‘coger, dar, mover’ en la cabeza. Era una cosa militar.

No me extraña…

Al cuarto partido le dimos un baño al Tottenham en White Hart Lane, cuatro goles. A la vuelta Fagan se sentó a mi lado en el autobús. “¿Te extraña algo aquí?”. “Pues míster”, le dije, “esto de ‘coger dar, mover…”. “¿Sabes por qué lo hacemos Michael? ¿Te gusta la caza? Pues si hay una liebre a tres yardas comiendo hierba la matarías. Pero si la liebre echa a correr te costaría mucho. Pues Michael, el balón es la liebre. Si se queda quieto, el otro equipo lo coge. Y si está en movimiento nadie lo caza. El balón es la liebre, Michael”. Así era Fagan, un hombre brillante.

¿Quién era el líder de aquel vestuario?

¡Souness! Dalglish era un jugador extraordinario, brillante. Rush un delanterazo… ¡Todos! Pero Souness era el hombre. Mandaba con el ejemplo. Era agresivo pero sutil con la pelota, con una visión de juego tremenda. Y era inconformista. Por ejemplo, en la vuelta de la semifinal del 84 contra el Dinamo de Bucarest, Barny, el piloto, nos dijo por los altavoces que el Roma había ganado la otra semifinal.

¿Y?

Y Souness no paraba de dar saltos de alegría. Yo le pregunté: “¿Esto es bueno? ¿No se juega la final en el Olímpico de Roma?”. Pero él lo tenía claro: “Michael, vas a ganar tu primera Copa de Europa en casa del rival”. ¿Y si no ganamos? “¡Cómo no vamos a ganar, Michael!”. Era todo confianza.

Mañana nos tiene que contar todo sobre esa final…

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