Julio Salinas: el futbolista incomprendido
Difícilmente será olvidado el fallo del Mundial de 1994, en los entonces malditos cuartos, ante Italia. Aún así, su trayectoria como goleador fue espectacular.
Hay jugadores marcados por una acción clamorosa. Determinante. En un momento en el que el planeta clavaba la vista en sus botas. Y el destino las llevó a una jugada desafortunada que a la postre cobró más eco que si hubiese salido bien. Es como la cara oculta del gol de Iniesta. La cruz de la leyenda. Y ahí surgen potentes Cardeñosa, con su no gol a Brasil en el Mundial de Argentina’78, el error de Zubizarreta ante Nigeria, el de Arconada ante Francia... Pero sobre casi todas ellas, el gol que falló Julio Salinas ante Italia en el Mundial de Estados Unidos de 1994. España sólo había superado una vez los cuartos de final en toda su historia en los Mundiales. Era como una maldición que se repetía cíclicamente. Así que se supone que el tormento rondaba la cabeza de todos aquel 9 de julio de 1994 en el Foxboro de Boston, cuando La Roja se medía con Italia. Los azzurri se adelantaron con gol de Dino Baggio, aunque Caminero igualó a los 14 minutos del segundo tiempo. Aquel equipo que entrenaba Javier Clemente había superado tranquilamente la primera fase. Acabó segundo de grupo detrás de Alemania, con un triunfo y dos empates. Luego, en octavos, la que entonces se conocía como la ‘Furia Roja’ barrió a Suiza (3-0) y se plantó en cuartos, donde le esperaba una selección de Italia muy irregular, que apenas había podido superar la primera fase por diferencia de goles y que sufrió en octavos para vencer a Nigeria, con remontada y en la prórroga (2-1).
Faltaban cinco minutos para acabar el partido. Fernando Hierro filtró un gran pase desde la cueva defensiva a Julio Salinas, que superó por piernas a los centrales y se plantó solo delante de Pagliuca. Las semifinales estaban en sus botas. Dudó, quedó mal perfilado y la dio mal y suave con la derecha. El meta italiano la atrapó sin aparente dificultad y recuperó el crédito tras la sangrante derrota ante Irlanda con una actuación deficiente. Para coronar el desmadre, Tassotti dio un codazo a Luis Enrique, que le dejó sangrando, y redobló la pincelada cómico-histórica. Roberto Baggio no hizo de Salinas y certificó el 2-1 a tres minutos del final.
Momento para la posteridad, al punto que inspiró un extraordinario cortometraje de Manuel Martínez Soler llamado ‘¡Julio, pícala!’. En él, el protagonista de la historia muere de un paro cardíaco al ver por televisión cómo Salinas remataba al cuerpo de Pagliuca, aunque todos los días 9 de julio se reencarnaba provocando que el aparato volviese a encenderse al grito de “¡Julio, pícala!”.
Y así quedó para la posteridad Julito Salinas, un tipo con sentido del humor y polivalencia cuando ha dejado el fútbol que jamás sepultará el momento que dejó con la boca abierta a todo un país. De momento, sus derroteros no van por el banquillo, como su hermano Patxi, un central bastante ducho con la pelota. A Julio se le caricaturizó como el ‘piernas’ o ‘Julito’ en plan despreciativo. Da sensación de que a él todo le resbala y no ha tenido problema en cultivar y refugiarse en su faceta más gamberra junto al micrófono en retransmisiones deportivas, especialmente con el desaparecido Andrés Montes. Nadie olvida cómo ‘El Negro’ Montes en medio de un torbellino de jugadas, motes y gimoteos gritaba a los cuatro vientos: “Dime algo, Salinas”. Otra frase para la posteridad del maestro.
Salinas fue indiscutible para Clemente en la Selección, y, ya se sabe, en los tiempos que corren, de pasión por el buen fútbol, un jugador con el cartel de ‘clementista radical’ no está bien visto. ‘El Rubio de Barakaldo’ le citaba incluso cuando el delantero era suplente en el Depor y el Barça.
Pero no sólo de fallos se construye su biografía. También tuvo aciertos para la posteridad, como el gol en el 3’ de la final de la Recopa que el Barcelona ganó en Suiza (2-0), en 1989, ante la Sampdoria. Y participó en la final de la Copa de Europa de Wembley, en 1992, la del famoso tanto de Koeman, también a la Sampdoria.
Su aire tosco, la forma de enredarse muchas veces con el balón cuando viajaba por el área o camino de ella, le recordarán como un futbolista poco estético, pero tremendamente oportunista. ¿O es que se le pueden regalar a un futbolista indigno para la élite años en dos de los grandes del fútbol mundial, Barça y Atlético, y un sinfín de internacionalidades en los principales escaparates? Jugó durante 17 temporadas en Primera División, defendiendo la camiseta de seis equipos distintos, aunque fue en el Athletic y, especialmente, en el Barça donde consiguió los mayores éxitos depor tivos y reconocimiento profesional.
Nacido en Bilbao el 11 de septiembre de 1962, empezó a dar patadas al balón en el Lezama Athletic, en 1974, y a los 11 años se integró en el equipo infantil del club rojiblanco. De ahí pasó al cuadro juvenil en 1978, con el que jugó la final de la Copa del Rey de 1981. En 1984 fue incorporado al primer equipo del Athletic. Logró engancharse a los últimos títulos en San Mamés, aún muy joven, con los míticos Zubizarreta, Goikoetxea, Dani, Argote… Se proclamó dos veces campeón de Liga y una vez de Copa. El presidente del Athletic, Pedro Aurtenetxe, quería contar con él, pero le llamaba el dinero del Calderón y fue traspasado. Era un delantero centro puro, nada de meterle a zonas del extrarradio de la portería. Marcó un total de 152 goles en la Liga. Su mejor registró fueron los veinte tantos anotados en su primera temporada en el Barcelona, en la campaña 88-89. Eso sí, nunca pudo alcanzar el pichichi.
Al Barcelona se fue por 50 millones de traspaso, una operación bendecida por Jesús Gil. El Camp Nou había paladeado a Cruyff y Maradona y torcía el gesto ante un jugador al que ya en la presentación le pidieron dar los clásicos toques al balón y era incapaz de estar un minuto con las filigranas. ¿Qué pintaba Cruyff con un jugador con tan poco talento? Pero acabó encajando y formando parte del ‘Dream Team’. “Los culés estaban desanimados. Y llegamos doce jóvenes ilusionados con experiencia y títulos, con los que fue fácil cambiar una dinámica que no habíamos vivido”, remarca Julio. “Lo más importante es que éramos buenas personas”, apunta. “Había espíritu de equipo y compromiso con el club. Se sumaron canteranos excelentes, Amor, Milla, Guardiola, ‘Chapi’ Ferrer, Sergi… Y extranjeros que se adaptaron rápido, o que adaptamos rápido, como cuando llegó Stoichkov y Bakero se lo hizo suyo. No había egos, envidias.Todas las piezas encajaron”, rememora. El resultado fue la primera Champions (entonces Copa de Europa) del club. También cuatro Ligas seguidas.
Salinas relata su curiosa primera experiencia con el entonces presidente culé, Josep Lluís Núñez: “Entramos en su despacho, estaba Gaspart. Me dijo fue: ‘Que sepas que aquí nadie te quiere, sólo Cruyff. Estás en contra de la voluntad de todos’. En el Atlético me colgaron el cartel de revolucionario y en el Barça acababan de vivir lo del Hesperia. ‘Se va el Che Guevara, Víctor Muñoz, y llegas tú’, me dijo Núñez”.
Después de jugar en el Barcelona pasó al Deportivo, con el que consiguió un subcampeonato de Liga y una Copa del Rey. Y de ahí, al Sporting, por 75 millones de pesetas al año y una cláusula de rescisión de 1.000 kilos. El bilbaíno revolucionó ‘twitter’ con críticas severas a la entidad gijonesa: “Quiero mucho al Sporting [...], por eso espero que se gestione bien y se acabe con la corrupción y amiguismos”. El exfutbolista llegó al club gijonés en el verano de 1995, cuando José Fernández era su presidente. Causó baja en noviembre de 1996, para incorporarse al fútbol japonés (Yokohama Marinos), ya que Benito Floro prefería otro tipo de futbolista.
Salinas abandonó el fútbol español como el jugador en activo que más goles había conseguido en Primera: 140 en cerca de 400 partidos de Liga. Unos números que, con Cristiano y Messi ahora haciendo diabluras, pueden sonar a poca cosa, pero que en aquella época eran de récord.Antes de retirarse prestó servicios al Alavés, durante dos años, antes de colgar las botas en 2000.
Ahora que los focos en lo alto del césped se han apagado para él, prenden los de los platós. Empezó haciendo pinitos cuando todavía era futbolista del Barça, en 1993: debutó como presentador en 'Fantàstic', un espacio de actualidad futbolística que se emitía en el circuito catalán de La2, y en el que compartía la conducción con otros tres excompañeros: Alexanko, Eusebio y Guardiola. Esta incursión televisiva le fue recriminada por su entonces técnico, Johan Cruyff, que amenazó con apartarlo del equipo si no abandonaba el programa. Tras retirarse, se puso delante del micrófono como comentarista deportivo y también escribe artículos. En 2009 participó en el concurso ‘¡Mira quién baila!’ e hizo un cameo en la serie televisiva ‘Pelotas’. También aprovechó su cabellera para promocionar una firma de implantes capilares. Hasta presentó, en 2010, el reality ‘Operación Momotombo’, en Antena 3. Programas en los que se ríe de todo y con todos. Tal vez si le pasan su famoso fallo de Boston acabe desternillándose.