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AS COLOR: Nº 23

Quincoces: mejor defensa del mundo, seleccionador y actor

Fue un mito del Madrid de antes de la Guerra Civil y de La Roja. Apodado ‘El Autogiro’, al retirarse alternó los banquillos y... la interpretación.

Si no hubiera sido por el fútbol, hubiera permanecido en su Barakaldo natal, ciudad en la que nació el 17 de julio de 1905, trabajando como empleado en los Altos Hornos, pero serían las calles de dicha localidad vizcaína donde se fue formando un defensa de raza, tronío y tremendamente noble. Pero al contrario que cualquier niño, que sueña con marcar goles, a él le gustaba evitarlos. No como portero, ya se sabe que las piedras no suelen ser las mejores amigas de los niños, sino como defensa, y así formaría un triángulo que los aficionados clásicos recitan de carrerilla: Zamora, Ciriaco y… Jacinto Quincoces.

Jacinto Quincoces empezó en el modesto Giralda, para pasar posteriormente al San Antonio de Barakaldo. Allí comenzó a llamar la atención por su juego viril, su gran pegada, su agilidad… desde el puesto de defensa izquierdo. También mostraba su habilidad en el juego aéreo. Y ahí era más que llamativo: jugaba con un pañuelo blanco anudado a la cabeza. Preguntado por el motivo de llevarlo, la respuesta fue contundente: “Los balones solían ser de correa y recosidos, y cuando despejaba de cabeza, me hacía daño. Por eso me puse el pañuelo. Además, el primer partido que jugué así tuve una actuación sensacional y decidí seguir utilizándolo”. Su imagen empezó a ser reconocida en ambientes futbolísticos y el Deportivo Alavés le hizo una oferta y se lo llevó a jugar a Vitoria.

Allí coincidiría con Ciriaco Errasti. Juntos formaron una zaga dura y consistente, que empezó a adquirir gran notoriedad. Tanta, que José Berraondo, entonces seleccionador, decidió convocarle para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928. Su gran empujón vino en 1931. Tras ascender con el Alavés a Primera, el Madrid contrató a las tres estrellas del cuadro vitoriano: Quincoces, Ciriaco y el delantero Olivares. Los tres costaron 60.000 pesetas…Pronto se ganó al respetable madrileño. Junto con su compañero y Zamora formó un trío defensivo espectacular. Su grado de entendimiento era tal que parecían entenderse con los ojos cerrados. Pero ahí sobresalía su figura. Quincoces era todo un valladar. Listo a la hora de salir al cruce y frenar los ataques rivales, se ganaba los olés del respetable con su vigoroso juego aéreo. Tanto, que le bautizaron con el apodo de ‘El Autogiro’. Y eso pese a jugar con el menisco desplazado desde 1928, debido a un fuerte choque con un delantero contrario. Él nunca se consideró rudo ni violento. Es más, su compañero Félix Quesada le tildaba de no ser lo suficientemente duro para con los arietes rivales. Él se defendía: “Los puntas son rompedores. En muchos equipos al que ven valiente le ponen de delantero. Luego resulta que son unos tarugos, y eso te facilita un poco las cosas”. El contrario que más problemas le ocasionaba era José Samitier, delantero del Barcelona. Eran duelos épicos, que se acabaron cuando el azulgrana fichó por el conjunto madrileño en enero de 1933.

Con el Madrid ganaría la Liga 1931-32, la primera de su historia. Al año siguiente, volvería a repetir título liguero. Su fama traspasó fronteras. Pero donde destacó brillantísimamente fue en el Mundial de Italia de 1934. Quincoces fue un muro en los dos partidos que jugaron España e Italia. Si Zamora salió de aquella cita con el título de ‘Il Miracoloso’, Quincoces obtuvo el reconocimiento mundial: “El mejor defensa del mundo”. La revista 'Campeón' le definió así: “Imposible describir su acometividad. Salvó tres goles en los par tidos contra Italia. No creemos que nadie pueda igualarle”. Él, sin embargo, al Campeonato lo valoraría con un tono más quejoso: “Merecimos quedar campeones”, recordaba amargamente. Nunca más volvería a ganar una Liga. Sí una Copa. Su segunda. Tras haber ganado al Valencia en Barcelona, Quincoces daría su última gran exhibición defensiva en 1936, en Valencia. El Madrid derrotó al Barcelona (2-1), jugando mucho tiempo en inferioridad numérica, debido a que Sauto y Luis Regueiro se lesionaron durante el choque. Por entonces, no estaban permitidos los cambios, pero el trío defensivo se fajó bravamente, parada en el instante final de Zamora a Escolá incluida. La actuación de Quincoces fue de tal magnitud que el escritor José García Nieto le dedicó una oda:

Yo no canto, Jacinto, tu azarosa 

vida-valla que todo lo detenía

ni canto tu entrada impetuosa

que, a toque de balón, al sol vencía”.

Ese partido ante el Barcelona sería el último que disputaría antes de que estallase la Guerra Civil, en 1936. Preocupado como todos los españoles, Quincoces ocupó acomodo como conductor de ambulancias, enchufado por el entonces seleccionador García Salazar, que era médico. Una vez acabado el terrible drama nacional, regresaría al Alavés, donde pondría punto final a su carrera como futbolista en 1942, aunque seguiría vinculado al mundo deportivo: fue entrenador del Zaragoza, Real Madrid, Valencia y Atlético de Madrid. Llegó a ser seleccionador nacional en dos partidos ante Portugal, en 1945. Aceptó ser secretario técnico del conjunto madridista. Legendaria es la contratación de Luis Molowny en la que él participó activamente: Santiago Bernabéu vio en ‘La Vanguardia’ que el Barcelona había enviado un emisario a Canarias para conseguir su fichaje. Rápidamente, el dirigente madridista llamó al club, le pidió que embarcase en el primer avión que saliese hacia las Islas y se hiciese con sus servicios. Dicho y hecho (A Don Santiago no se le podía decir que no a nada): Molowny pasó a ser jugador y símbolo del conjunto blanco.

Pero Jacinto Fernández de Quincoces y López de Arbina tenía otra pasión secreta: el cine. Llegó a participar en cinco rodajes… incluso siendo seleccionador nacional de fútbol. Se estrenó en la película Campeones, producida por Cesáreo González, un conocido productor de la época, presidente del Celta de Vigo antes y después de la Guerra y presidente de la Federación Gallega de Fútbol. Tras comprobar su buen talento, par ticipó en otro film: El camino del amor, dirigido por José María Castellví. A esta película le siguió una tercera: Tierra sedienta. Dirigida por Rafael Gil, contaba con Fernando Rey, Irene Caba, Mary Delgado y Julio Peña, entre otros, como parte del elenco protagonista. Sin embargo, su carrera como actor era un obstáculo para su vocación futbolística y la aparcó temporalmente, porque en 1947 rodó La fe, de nuevo con Rafael Gil, donde compartió focos con Amparo Rivelles y Rafael Durán, entre otros. Ésa sería su última aparición importante en la gran pantalla. Posteriormente, aparecería en la cinta Saeta Rubia, donde la gran estrella era Alfredo Di Stéfano, y en Once pares de botas.

Tras cerrar esa puerta, Quincoces se asentó en Valencia, donde aportó su sabiduría balompédica en clubes como el Mestalla, que llegó a presidir, y el Valencia, donde fue directivo. Allí le cogió gusto a otro depor te esférico, la Pilota, de la que llegó a presidir la Federación Regional, y, además, abrió un par de negocios de maquinaria. Llegó a ser uno de los portadores de la Llama Olímpica en 1992, en Barcelona, antes de fallecer en mayo de 1997. “Al balón le debo miles de amigos y un nuevo camino en mi vida”, solía explicar. Eso sí, nunca dejó de ser admirado, querido y respetado por todos.