Papelón
Rara esta Copa América. Rarísima. Desde su misma concepción: apenas un año después de una edición particularmente pulcra y entretenida, en canchas secas y en mal estado, y con equipos que no acostumbran a verse las caras. Se podía prever que el experimento, quizás un intento de lavado de cara de algunos dirigentes americanos, de la Concacaf y la Conmebol, no saldría demasiado bien. Y aunque parece pronto para sacar conclusiones, no me parece tan apresurado hacerlo.
Dos momentos quedarán en la historia reciente del fútbol de América, aunque uno más que el otro. El penal que Jair Marrufo se inventó en el minuto cien ante Bolivia y que favoreció a Chile fue bastante escandaloso. Pero lo de hoy, cuando Andrés Cunha se tomó unos tres o cuatro minutos para decidir si el gol de Ruidíaz había sido legal, hablando sabe Dios con quién, y equivocó descaradamente su decisión, ha sido un papelón. Una tomadura de pelo. Una burla.
En medio de todo, hubo un partido de fútbol. O algo parecido. Un remedo, vamos. Brasil, una selección que antes metía miedo y que ahora se inventa sus propias limitaciones, en gran medida por culpa de Dunga, un científico de la mezquindad, volvió a perder 1-7 con Alemania. Volvieron los fantasmas, el hastío, la ansiedad, la parálisis, el pánico escénico. Volvieron las lágrimas de Thiago Silva bajo la forma de gallos adolescentes en boca de Miranda, el líder de este tímido equipo. Papelón.
Brasil hizo todo lo posible por perder, porque del otro lado sólo habían sombras rojas, errantes, que apenas dificultaban el paso.
Perú ganó porque la vida es así: a veces ganas sin darte cuenta de cómo o por qué, cuando no lo mereces. En defensa de los de Gareca, se trata de un equipo experimental y con varios jugadores que, en el caso ideal, serán sólo interesantes alternativas a titulares como Farfán, Carrillo, Advíncula y Zambrano, buena parte de la columna vertebral del equipo. Pero más allá de eso, lo de Perú fue triste: no pudo controlar la pelota en ningún momento del primer tiempo y lució desordenado a más no poder. Brasil no marcó porque intentó sin creer, con los ojos cerrados y pateando de punta, como cuando se va a acabar el recreo.
El segundo tiempo confirmó dos cosas: que Brasil necesita cambios profundos, empezando por su técnico, y que Perú es un equipo que tiene que luchar con el balón. Sin él, no existe. Cuando Yotún empezó a pedir la pelota, aprovechando también el inexplicable desconcierto brasileño, las cosas cambiaron un poco. Nada grandioso, tampoco: en el primer tiempo se tocó fondo y en el segundo sólo se podía mejorar. Brasil, en cambio, empeoró.
Y así, como sin querer queriendo, el amarillo se destiñó solo y Perú se encontró con un milagro.
Después llegó el gol de mano, la eterna discusión de Cunha con la voz misteriosa, y unos minutos finales que parecieron una burda parodia de este hermoso deporte. La linda Copa América, histórica como ella sola, se ha manchado un poco. El fútbol también. Está claro: los triunfos hay que celebrarlos y las derrotas, digerirlas, pero los papelones como este no se olvidan tan fácilmente.