366 Historias del fútbol mundial | 16 de febrero

Dooley: suprema declaración de amor al fútbol (1953)

Ha habido bastantes frases enaltecedoras del fútbol, algunas más conocidas que otras. Por ejemplo, la de Bill Shankly: «El fútbol no es una cosa de vida o muerte, es algo mucho más serio  que eso». George Orwell, el autor de Rebelión en la granja o 1984, escribió: «Durante los años de  entreguerras el fútbol hizo más que ninguna otra cosa por hacer soportable la vida de los  desempleados». Otro escritor, Albert Camus, dejó dicho: «Todo lo que sé de la moralidad de los hombres lo aprendí jugando al fútbol». Más sencillo, Keegan declaró una vez: «El asunto más difícil es encontrar algo para reemplazar el fútbol, porque no hay nada». El fútbol llegó a poner poético  incluso al propio Di Stéfano, habitualmente huraño y lacónico, que en un artículo de introducción  de un bonito libro argentino sobre fútbol escribió: «Un partido sin goles es como un domingo sin sol».

Pero ninguna de estas frases se equipara a la profunda declaración de amor a este juego de  Derek Dooley cuando, en la plenitud de su juego, su carrera se vio interrumpida por una  siniestra lesión. Dooley había nacido en Sheffield, que muchos consideran la verdadera cuna  del fútbol, en 1929. Se acreditó pronto como un grandísimo goleador, primero en el YMCA, luego en el Lincolns y finalmente en el Sheffield Wednesday, al que se incorporó en un mal momento,  cuando este estaba en Segunda División. Sus 46 goles contribuyeron decisivamente al ascenso  del equipo a Primera División. En esta categoría jugaba su segunda temporada, con veinticuatro años y convertido en un gran ídolo local, del que se empezaba a hablar para la selección,  cuando el 14 de febrero un choque con el portero del Preston North End, George Thompson, cambió su vida. Su pierna sufrió doble fractura de tibia y peroné, según reflejó una exploración de rayos X, y fue operado rápidamente. Pero a los dos días una enfermera notó que no  respondía cuando le tocaba con las manos el dedo gordo del pie. Había perdido la sensibilidad.  Una exploración inmediata descubrió que se le había iniciado una gangrena, contra la que no  había curación posible, y no hubo más remedio que amputarle una pierna. Lo que en principio  parecía una lesión grave y lenta, pero curable, le iba a apartar definitivamente del fútbol.

O no, porque entonces Dooley soltó esa frase que el día siguiente recorrió todos los periódicos  de la isla: «Da igual, corten la pierna. Seguiré en el fútbol. Si no puedo servir para otra cosa, ni  siquiera me importará que me utilicen para banderín de córner».

Se le ofreció un gran homenaje, en el que se enfrentó un combinado de los dos equipos de Sheffield (el United y el Wednesday) y un combinado de internacionales ingleses. Acudieron 55  000 personas y se recaudaron 7500 libras, a las que se pudieron unir 2700 más, procedentes  de los periódicos locales y nacionales, y otras 15 000 de una colecta. Su frase había calado hondo. Y siguió en el fútbol, pero no tuvo que emplearse como banderín de córner. Pronto fue  entrenador de los juveniles del Wednesday y en 1971 ascendió a mánager del primer equipo, al  que cogió en Segunda División en muy mala posición, con dieciséis derrotas y en riesgo de  descenso, y tras estabilizarlo y salvarlo logró ascenderlo a la segunda temporada de nuevo con los grandes. Siguió algún tiempo en el Wednesday, en el que ocupó el puesto de commercial  manager y más adelante incluso fue chairman; y, finalmente, vicepresidente del otro equipo de la ciudad, el United. Retirado y tras algunos años sin acudir al fútbol, asistió en Hillsborough a un derbi entre ambos equipos, y las dos aficiones le ovacionaron largamente. Su declaración de amor al fútbol nunca fue olvidada en su ciudad, donde se redactaron algunas de las primeras  reglas, y su figura de amable anciano con pierna ortopédica se convirtió en una imagen adorada por todos. Cuando falleció, ya muy mayor, se le dedicó una calle en la ciudad de toda su vida.

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