Paul Breitner era un jugador alemán que fichó el Madrid tras el Mundial de 1974, en el que la RFA había salido campeona. El año anterior se habían abierto las fronteras a la contratación de extranjeros y el Madrid había fichado a Netzer, cerebral interior alemán, y a Pinino Mas, un extremo de violento disparo que debía suceder a Gento. Aunque procedía del River Plate y era una celebridad internacional, no cuajó. Así que el Madrid le dio la baja y contrató a Breitner, fichaje que sorprendió. Porque Breitner era el lateral izquierdo de la RFA y del Bayern de Múnich, y aunque no se discutía su categoría para tal puesto, extrañó que se invirtiera un gran dinero y una plaza de extranjero en esa posición. Pero Miljanic, el entrenador, tenía otros planes. Había pensado que Breitner podía ser un centrocampista de amplio despliegue, que podría servir de gran apoyo a Netzer, y acertó. Llenó el medio campo y cumplió perfectamente. De hecho, cuando regresó del Madrid a Alemania (en el Madrid estuvo tres temporadas, ganó dos ligas y jugó cien partidos con diez goles) siguió actuando en esa posición.

Tenía un aspecto singular, con cara zorruna y una gran melena escarolada, que llamaba la atención, más bigote y algo de perilla. Todo eso le confería un cierto aire revolucionario. Había estudiado pedagogía y tenía curiosidad por los filósofos de izquierdas, a los que leía en los viajes y las concentraciones. Llamó mucho la atención en una España que estaba en los últimos tiempos de vida de Franco, en la que empezaban a detectarse agitaciones políticas que unos años atrás apenas habían existido y en la que la mayoría de los futbolistas siempre se habían limitado a dedicarse a lo suyo. Por eso no fue extraño que unos trabajadores en huelga de la Standard se acercaran a él para pedirle que cooperara económicamente a su caja de resistencia. Y Breitner cooperó, en efecto, con algún dinero. El asunto trascendió, aunque él no hizo nada porque se hiciera público, y causó cierta sensación. «Breitner es maoísta», se decía. Ser maoísta, seguidor de Mao, significaba estar en el ala más izquierdista del comunismo. Mao tachaba por entonces de revisionistas a los líderes soviéticos.

Con el tiempo, Breitner explicó que nunca fue maoísta ni nada que se le pareciera, sino simplemente un hombre con ciertas inquietudes e inclinación hacia las ideas de izquierdas, pero su compromiso no iba más allá. A Breitner nunca le gustaba que las cosas se quedaran por hacer. En la final de la Copa del Mundo de 1974 había vivido una situación curiosa. En partidos anteriores, todas las estrellas del equipo habían fallado penaltis y antes de la final no estaba claro quién lanzaría en caso de haber alguno. Pero lo hubo, y las estrellas se inhibieron. Breitner, lateral y un mero meritorio entre tanta estrella, se avergonzó de tanta pasividad, dio el paso al frente y lo tiró. Y lo marcó. Fue el empate. A la mañana siguiente, cuando tras el festejo se despertó, ya tarde, en el hotel, puso la tele. Estaban repitiendo el partido. De golpe, vio la escena del penalti y sintió pánico, tanto que apagó la tele, como si pudiera aún fallarlo. Se duchó y salió a pasear, agitado, presa de un extraño terror. No se explicaba cómo se había atrevido a tirar ese penalti y le angustiaba la idea de haberlo podido fallar.

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