Alberto San Juan
"Gente como Florentino muestra cómo funciona hoy el mundo"
Alberto San Juan ofrece una interesante visión del fútbol por el hecho de que ni le interesa ni le perturba. Nos da mucho juego: “El futbolista me parece un artista”, dice.
¿Intuye que el Madrid será campeón de Europa?
—Ni lo sé, ni me quita el sueño. Le aclaro que siento una cierta simpatía natural hacia el Atlético. ¿Por qué? No lo sé, quizá por la cercanía hacia la gente que le cuesta más esfuerzo ganar. La verdad es que, en casa, estamos todos contentos este año por cómo va el Atleti.
—Háblenos de su no relación con el mundo del fútbol. ¿De dónde viene?
—En el recreo de mi colegio, yo era lo que en ambientes de macho ibérico infantil se denominaba una nenaza. Eso era algo que te hacía sufrir en el momento, pero luego tenía sus ventajas. Iba entonces a un colegio progre, de educación mixta. Había dos patios, uno para los futboleros, que eran todo chicos y alguna chica, y otro para jugar a otros juegos, que eran todo chicas y algún chico. Yo estaba en el segundo patio, con lo cual se metían mucho conmigo mis compañeros.
—¿Porque ligaba mucho?
—Efectivamente. Y debido a esa afición a acercarme a las mujeres, hoy en día soy casi un analfabeto del fútbol.
—De todas formas, habrá admirado a alguna gloria del fútbol o habrá oído hablar de ellas.
—Desde luego y pienso que para cualquiera que tenga una mínima sensibilidad, ver jugar a Messi, a Casillas o haber visto a Maradona, es disfrutar y mucho. Yo lo hice viendo la final del Mundial de Sudáfrica. Es lo grande que tiene el fútbol: no sólo ver un partido sino hacerlo en compañía, en un bar de un pueblo, en una terraza. Sumarte a esa emoción colectiva es algo increíble. Es el misterio de la pasión compartida. Tiene un paralelismo con el cine. Ver un partido solo en casa puede estar bien, igual que ver una película; pero ver una película en el cine y emocionarte con los demás es algo incomparable.
—Estudió periodismo e hizo sus pinitos como periodista deportivo.
—En la Complutense me hice íntimo amigo de un gran futbolero, que llegó a ejercer de periodista deportivo y ahora es uno de los grandes actores de este país: Antonio de la Torre. Él me llevó a mi primer partido y juntos hicimos nuestro único trabajo práctico, que fue una entrevista a Juanito.
—¡Qué momento! Cuéntenos la experiencia.
—-Le localizó Antonio y quedamos con él en el barrio del Palo en Málaga. Allí nos plantamos con un radiocassette de los de entonces. Todavía conservo la foto: Antonio de la Torre, Juanito y yo. Juanito era un tipo majísimo, cálido, cachondo y sobre todo comprensivo con dos chavales que como entrevistadores éramos un desastre. Era un tío genial. Llevaba la batuta Antonio, que era el que sabía de fútbol. Él se metió en periodismo porque era fan de José María García y acabó siendo una eminencia de la interpretación. En aquella entrevista Antonio era el listillo y yo estaba totalmente pez preguntándole cualquier chorrada. Juanito fue muy comprensivo y nos invitó a unas cañas y unas tapas estupendas. Se portó como un señor.
—Albert Camus dijo: “Todo lo que sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.
—Del fútbol se extraen enseñanzas vitales. Esto nadie lo pone en duda. Por ejemplo, la selección de Vicente del Bosque creo que aporta una lección asombrosa de cómo se puede trabajar juntos, disolver el ego y la voluntad de dominio personal en un equipo donde se reparten tareas. Me parece un ejemplo de lo que debería ser una comunidad humana. Cada uno hace lo que mejor se le da y entre todos conseguimos un objetivo común. Por supuesto que del fútbol se pueden extraer grandes lecciones. No siento ninguna aversión al deporte, sino al negocio que le rodea y al uso que hace del fútbol el poder.
—¿Y a qué le suena cuando escucha hablar de fichajes de cien millones?
—Me suena a una pasada, no lo puedo entender. Pero también tengo claro que no es culpa de los futbolistas sino del mercado. Entiendo que los futbolistas digan a los clubes “si tú vas a ganar tanto, págame mi parte”. Tengo enorme admiración por los jugadores. Como soy un negado y no tengo aptitudes para la práctica, siento un respeto total por los grandes deportistas. Ese hombre que es capaz de dominar una pelota, cruzar el campo zafándose de todos y consigue meter un gol, me parece un artista. Alguien con una capacidad física y mental tremenda.
—¿Esa admiración le lleva a peinarse igual que Cristiano?
—No, ja, ja. Es que he salido de casa corriendo y luego he venido en la moto. No me ha dado tiempo ni a peinarme. Pero me alegro de llevar un peinado futbolero aunque sea de accidente.
—¿Y cómo se las apañó para rodar la película ‘Días de fútbol’?
—El director, David Serrano, por cierto otro atlético furibundo, creo que hizo esa película para reírse de mí. Tuve que rodar una escena, que además fue el día elegido para invitar a la Prensa, en la que tenía que tirar un penalti. Hicimos más de veinte tomas porque era incapaz de chutar. El portero no sabía qué hacer. Me decía: “Mira Alberto, yo no me tiro, yo me aparto, pero no entra”. El director empezó a mosquearse porque estaba poniendo en peligro el cumplimiento de la jornada y gastando mucha película, mientras el equipo de rodaje se descojonaba y los periodistas aplaudían cada vez que fallaba. No había forma humana de que metiera aquel penalti. Fue un suplicio.
—Tengo entendido que antes del rodaje llegaron incluso a entrenar.
—Había dos grupos de actores: uno con cualidades deleznables para la práctica del deporte como Fernando Tejero y yo, y otro con gente con cualidades físicas algo mejores, como Ernesto Alterio o Roberto Álamo. Pero hasta los de condiciones medias eran penosos. Lo mío y lo de Fernando era una cosa que no se había visto en mucho tiempo.
—Ahí se dio cuenta del mérito que tiene jugar al fútbol.
—Absolutamente. Lo que tiene que ser estar en ese filo, pendiente de que entre el balón para convertirte en el hombre más feliz del mundo o el más desgraciado. Tiene que ser terrible.
—¿La cercanía por el Atlético de Madrid se debe a la presencia de Enrique Cerezo?
—No. Conozco a Enrique, he trabajo en alguna película producida por él, le agradezco que me haya contratado pero Cerezo y yo no compartimos demasiadas ideas. Creo que es un tipo con buen humor que no necesita de mi devoción. Nuestra relación será siempre estrictamente profesional.
—¿Si se cruza con Florentino Pérez le reconoce?
—Más o menos. Las vidas y obras de gente como Florentino Pérez y Enrique Cerezo son dignas de conocer por lo que pudieran enseñarnos de cómo funciona nuestro mundo. No hablo de su vida personal sino de su aportación a la sociedad.
—¿A usted como actor le molesta cuando a un futbolista se le acusa de estar haciendo teatro?
—No, que va. No tengo tanto respeto por las palabras. Yo también le puedo decir a alguien: “Venga, no hagas teatro”. A mí todas esas palabras, titiritero, teatrero, saltimbanqui, que, a menudo, se han utilizado como insulto, las encuentro un halago.
—¿Reconoce entre las estrellas de nuestro fútbol a grandes actores?
—Cuando necesitas conseguir algo y es vital para ti, actúas. Si tienes que simular una falta lo haces lo mejor posible. Desde luego hay algunos que lo bordan. Me fijo mucho también en las celebraciones de los goles. Hay algunas actuaciones memorables. Me encanta que la gente se exprese como quiera. Estoy siempre a favor de la libertad de expresión.
—¿Algún favorito?
—Me encantaba y me parecía lo más teatral del mundo la pareja de los buenos, Guardiola y Messi, frente a la pareja de los malos, que eran Mourinho y Cristiano Ronaldo. Era absolutamente teatral. Me encantaría conocer a Mourinho y saber cuánto hay de actuación, que tiene que haber muchísimo. Un enorme teatrero aunque con muy mala leche.
—Usted forma parte de un grupo de actores comprometidos social o políticamente. ¿Echa de menos el apoyo de los deportistas?
—Es algo que me pregunto muchas veces, ¿por qué ningún deportista de élite se pronuncia políticamente? No sé si lo tienen prohibido por contrato. Si no lo hace ninguno será porque no pueden. En ese sentido es un mundo muy conservador y hermético. Entiendo que en el campo no puedan hacerlo, pero fuera del campo, como ciudadanos, no entiendo que no puedan decir lo que les dé la gana. Será que también están sujetos a sus patrocinadores. Me parece que la publicidad ha convertido a algunas estrellas en un híbrido entre ser humano y producto comercial.
—Hablando de compromisos, ¿qué es el teatro del barrio?
—Es un proyecto ciudadano que hemos puesto en marcha un grupo de gente para hacer política a través de la cultura y la fiesta. Es una cooperativa que nace en la antigua sala Triángulo de Lavapiés. A través del teatro, la poesía, la danza y el conocimiento, queremos fomentar una movilización más amplia que ayude a construir otro mundo más solidario y más justo. Están implicados no solo actores, también historiadores, economistas, arquitectos. El proyecto incluye lo que llamamos universidad del barrio, para debatir y difundir la historia contemporánea de España pero a nivel de la calle. Es un proyecto social sin líderes y sin políticos.
—¿Sería posible un movimiento asambleario en un equipo de fútbol?
—No. El reparto de trabajo es imprescindible. Pero eso no está reñido con la dignidad humana. Creo en la igualdad. Entiendo que hay gente a la que se le da mejor coordinar el trabajo de todos. Un entrenador no tiene por qué estar por encima del equipo. Y el capitán tampoco.
—¿Quién ganará la liga?
—El Atlético de Madrid.
—Si estuviera aquí sentado con Sergio Ramos, ¿qué le preguntaría?
—Dos cosas. ¿Hasta qué punto fuera del campo podéis expresaros libremente? Y me gustaría también preguntarle: ¿qué se siente cuando aciertas o cuando fallas delante de tanta gente?