Ricardo Villa

"Ardiles y yo parecíamos dos 'monitos' cuando llegamos al Tottenham"

Ricardo Villa (Roque Pérez, Argentina, 1952) llegó al Tottenham con Ardiles en 1978. Acababan de ganar el Mundial. Los Spurs montaron el equipo en torno a ellos y consiguieron dos FA Cup. A Villa le llamaron Dios por su barba. Aún hay camisetas con su fotografía cada domingo en el estadio...

¿A qué se dedica ahora?

Me retiré a mi pueblito natal. Mi vida siempre estuvo relacionada con el campo, y es lo que hago ahora, cultivar.

¿Sigue conservando la barba que le hizo característico?

Está exactamente igual pero blanca (risas). Sí, me siento identificado con ella

¿Por eso le apodaron Dios?

Eso fue jugando en Tucumán. Uno juega en muchos clubes, pero no en todos realmente bien como me sucedió a mí allí. La gente, en algún momento, me decía Dios por la barba y porque jugaba bien.

Pero su gran paso fue fichar por Racing de Avellaneda.

Fue una transferencia récord, previa al Mundial del 78.

¿Cuánto pagaron?

260.000 dólares, una plata muy grande en la Argentina de aquel entonces.

¿Había más estrellas allí?

Estaba Mario Cejas y el Panadero Díaz, un marcador de punta que creo que venía de haber jugado en el Atlético de Madrid. Compraron a Daniel Killer, que era internacional Habían llegado 10 o 12 hombres.

¿En qué jugador se fijaba cuando era pequeño?

A nivel local me gustaba el Bambino Veira, y luego, viviendo en el campo, como sólo escuchaba el fútbol por la radio, soñaba con ver un Madrid-Atlético, un Inter-Milán, y me imaginaba a Pelé.

¿Cómo se lo imaginaba?

¡Medía más de dos metros!

¿Llegó a jugar usted contra el Madrid alguna vez?

Sí, un par de veces. Una con la selección argentina en el 75 aniversario del Real, un cuadrangular en el Bernabéu que fue mi primer viaje a Europa. Jugaba Del Bosque, por ejemplo, un centrocampista pausado pero con mucha personalidad. Me acuerdo de un Madrid con mucha personalidad, sí. Nosotros éramos pibes.

¿Era Ricardo Villa el clásico cinco argentino?

No, yo era un volante de creación. Por mi físico la gente pensaba que yo podía luchar y marcar. A mí me gustaba todo lo contrario, el fútbol exquisito. Cuando uno paga una entrada necesita ver algo distinto, y esa fue siempre mi gran ilusión, entusiasmar a la gente y salir aplaudido.

¿Con qué jugadores rivalizaba en su época?

Con Alonso, de River. Bocchini Argentina siempre tuvo jugadores creativos. Nos caracteriza la gambeta, la picardía. Y ya estaba Diego, que entrenó con nosotros cuatro meses antes del Mundial del 78.

¿Cómo vivieron que Menotti no le convocara finalmente?

Lo único negativo que Diego tenía era su edad, 16 años. Para nosotros era muy duro aquel Mundial.

¿Lo dice porque estaba muy marcado por la presión política de la dictadura? (El torneo se celebró en Argentina).

Es difícil trasladar aquella época en palabras a la actualidad. Nadie se daba cuenta Yo, como futbolista, sólo quería ser campeón del mundo y no veía lo que pasaba alrededor. Hoy parece tonto que no nos diéramos cuenta, ni el periodismo tampoco, de que viviéramos en un mundo irreal. El régimen tenía prohibido a la Prensa criticar al técnico y los jugadores.

¡Qué gusto para ustedes!

¡Ojalá que nunca más vivamos así, sin libertad! Los jugadores quedamos bastante manchados con toda esta historia, como que no hicimos nada para cambiar aquello.

¿Hasta qué punto estaba involucrado el ejército en el día a día del equipo?

Nosotros vivíamos custodiados. Para entrar y salir había soldados en nuestra puerta. Se hablaba de actos terroristas que podían pasar. Daba mucha sensación de peligrosidad.

¿Iba Videla a hablar con ustedes al hotel?

No lo recuerdo Videla apareció después del último partido. Yo, entre el tumulto, ni siquiera le saludé.

¿Quién era el jefe de aquel vestuario que salió campeón?

El capitán era Passarella, que llevaba la voz cantante. Pero había muchos otros que estábamos a un mismo nivel. Estuvimos seis meses concentrados, algo que no volverá a ocurrir jamás.

¿Sin recibir visitas?

Teníamos una salida semanal, el viernes. En el último mes ni siquiera podíamos salir.

¿Cuándo se dieron cuenta de que podían ganar el Mundial en su propio país?

Nunca, pero el equipo estaba muy convencido de lo que debía de hacer en el campo gracias a Menotti, que fue mi mejor técnico. Jugábamos de la misma manera pasase lo que pasase. Todo el mundo se sentía muy seguro. Pero acuérdese de que faltando tres minutos de la prórroga Holanda pegó un tiro al palo...

¿Por qué fue Menotti tan importante para usted?

Tenía convicciones claras. Le sobraba de eso y lo transmitía de una manera muy simple y agradable. Nunca imponía, sólo te convencía con argumentos. Yo digo que el buen fútbol no envejece. Él nunca pensaba en especular, siempre íbamos al ataque.

Después del Mundial, ¿Cómo terminó jugando en el Tottenham?

Allí, con Osvaldo (Ardiles), dejamos una gran huella porque fuimos los primeros extranjeros que llegaron. Aparecieron los ingleses y nosotros nunca habíamos escuchado aquel nombre ¿El Tottenham? Allí se mondan cuando lo contamos.

¿Cómo se embarcó en esa aventura?

Era Europa y un buen contrato. Mi ventaja es que llegué con Osvaldo. Si no, me hubiera costado mucho adaptarme al fútbol y a la vida inglesa. No tenía nada que ver.

¿Qué se encontraron allí?

Un fútbol realmente profesional. Fue una sorpresa agradable. Uno se adapta a todo lo bueno. Campos, ropa, plata... Pero yo no hablaba nada de inglés y no podía ni leer diarios ni entender la televisión.

¿Tenían traductor?

Sí, pero no en los entrenamientos. Ardiles y yo éramos unos monitos que teníamos que copiar lo que el técnico nos decía con gestos. Era muy cómico, para vivirlo

¿Eran los únicos extranjeros en aquella Liga?

Dos holandeses llegaron al Ipswich. Después apareció Tarantini, Saavedra que fue al Sheffield, y Marangoni al Sunderland. El fútbol inglés nos enseñó a todos mucho.

¿Es cierto que su Tottenham era el único equipo que apostaba por el buen juego?

Cuando Osvaldo y yo llegamos el club terminaba de ascender a Primera. El técnico compró dos campeones del mundo, y todo se hizo en torno a nosotros. Y el juego también se adaptó a nosotros. No podíamos jugar el estilo inglés, particularmente yo, que no me gustaba correr. Llegó Glenn Hoddle, que para mí fue un jugador espectacular de la época, Archibald, que luego jugó en el Barcelona, Crooks Había cinco o seis jugadores de muy buen pie y hoy todo el mundo se acuerda de aquel fútbol.

¿Por qué cayó usted tan bien entre la afición?

Aún hoy en día llevan camisetas con mi nombre y con una foto que es una mezcla de la imagen mía y la del Che Guevara. Yo era un jugador raro...

¿Por qué?

Porque me gustaba gambetear, hacer cosas distintas aunque no siempre me salieran.

¿Cuál fue su mejor partido en el Tottenham?

Seguro que la final de la FA Cup ante el Manchester United en Wembley. Marqué el primero y el de la victoria, que luego fue nombrado 'Mejor gol del ­Siglo XX en Wembley'.

¿Sería capaz de contar aquel gol?

¡Lo tengo grabado en la memoria! Fue un gol distinto y llegando al final, en Wembley y con la FA en juego. Cogí la pelota y pensé que había que ir hacia el arco. Eran 30 metros, y mi papá Menotti decía que ahí hay que generar y crear situaciones, porque todo el mundo se queda esperando... Y no lo pensé, se cruzaron varios contrarios, los gambeteé, llegué al arco e hice el gol.

¿Fue difícil vivir en Inglaterra cuando estalló la Guerra de las Malvinas (entre Inglaterra y Argentina en 1982 por la soberanía de estas islas)?

Fue incómodo. Eso marcó nuestro paso por allí. Hubo muertos de ambos bandos.

Incluido un primo de Ardiles, que cayó en combate

Sí, pero a él le pilló jugando en el PSG. A mí nunca me llegaron a decir nada por la calle.

¿Y en los estadios?

Los jugadores me decían: "Esto no es un conflicto entre vos y yo, sino entre gobiernos Que se arreglen ellos". Pero el patriotismo está arraigado en Inglaterra y en algunos estadios nos gritaban.

¿Vivió alguna situación comprometida?

Nunca. Incluso momentos emocionantes. Como aquella vez que jugando ante el Leicester en casa había hinchas rivales que, cada vez que agarrábamos la pelota hacían el típico ruido inglés: "¡uuuuuhh!". En ese momento, todo nuestro estadio se puso a gritar "¡Argentina, Argentina". El fairplay que se inculca en el mundo se juega en Inglaterra. Allí no existe la mala intención ni fuera ni dentro. Quisieron decir: "Son nuestro jugadores...".

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