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Magos, reyes y leones

Abidal, con su primer gol como azulgrana, definió un partido tremendo y una eliminatoria de sufrimiento inhumano para el Barcelona. El Athletic de Bilbao se vació en un esfuerzo titánico.

EL BARCELONA PASÓ UNA PRUEBA DE FUEGO.

Tan acostumbrado a la seda, a imponerse a golpe de fútbol y talento, al Barcelona le tocó abrirse camino a cuartos de Copa a machetazos, a base de sudor, temple, resistencia y personalidad. En el ecosistema del San Mamés de siempre, el de las grandes noches de Copa, apretó los dientes y supo salir a flote entre una marea de nervios aunque por una vez, y escasean, llegó a sentirse casi sitiado por una jauría que corría y corría y que le mantuvo en secano durante 165 minutos de una eliminatoria en la que todos se vaciaron. Al Athletic le queda el consuelo del esfuerzo salvaje, noble y hermoso: el orden, la concentración, la energía y la audacia cuando tuvo un resquicio. Para el Barcelona queda una muestra de competitividad en un tipo de partido al que no está acostumbrado. Un reto mayúsculo en el que sufrió, sintió y finalmente empató: se clasificó, sobrevivió.

Sobrevivió, más que nunca, el Barcelona. Y no es casual que el gol viajara oculto en las botas de Abidal, el héroe imposible. Su primer gol como azulgrana, el tercero de su carrera y primero en tres años. Bien pensado, un premio al jugador que representó el tipo de partido al que tuvo que hacer frente el Barcelona. Él y Piqué fueron, y eso dice mucho, el séptimo de caballería de su equipo. Primero de central y luego de lateral, Abidal robó, templó, jugó y casi en el ecuador de la segunda parte definió una dejada de Messi tras servicio de un Iniesta que fue puro maná para su equipo cuando entró en una segunda parte de cuchillos largos.

Ese segundo tiempo resumió lo mejor de la Copa, lo mejor del Athletic y no poco de lo mejor del Barcelona. Fue salvaje, fue tremendo, de una épica corrosiva. Fútbol del de siempre, no vistoso pero de una intensidad eléctrica, irrespirable. Cada balón un tesoro, cada jugada un drama, cada córner del Ahtletic una premonición y cada combinación del Barcelona una aventura en la jungla. Y todo tras un primer tiempo en el que funcionó el plan de Caparrós al estilo del Camp Nou. Villa, en un muy mal partido, y Xavi tuvieron ocasiones, pero también llegó un Athletic que cambió la inercia del juego de forma admirable. Primero resistió y evitó que sus líneas de cuatro se juntaran en una de ocho. Después salió y finalmente disputó el mando y el balón, se lanzó a reinterpretar la trama del partido. Presión voraz sobre la salida del Barcelona, trabajo titánico de Gurpegui y Javi Martínez para blindar la medular y convertir en tierra quemada la zona de influencia de Messi, ningún fallo en defensa y siempre un punto más de velocidad y de instinto: en cada balón. Por eso San Mamés rugió en cada córner, en cada centro, en cada control de Llorente, en cada balón perdido por el Barcelona. La traición es la muerte de la fe y el Athletic no se traicionó nunca. Y por eso tuvo fe hasta el final y murió en la portería de Pinto, ribeteando una remontada improbable que nunca llegó.

Guerra de audacia, guerra de estilos

Tras una primera parte trabada, la segunda fue un festín que reivindicó una competición y dos formas de vida. Por eso en el césped había 48 títulos: los reyes de la Copa. El Athletic, leones de caza, salió del vestuario montado en un trueno que le valió para abalanzarse sobre un Barcelona minimizado durante 15 minutos. El valor del equipo de Guardiola fue mantenerse, apretar los dientes y cambiar de nuevo el partido por penúltima vez. Coincidió con la primera muestra de fatiga (física, nunca espiritual) del Athletic. Y, como no existen las casualidades, con la aparición en el campo de un Iniesta que puenteó el sórdido trabajo de un Xavi muy marcado y de un Messi atrapado entre un bosque de piernas. Pedro y Alves ayudaron a la desintoxicación y así, cuando el Barcelona era más Barcelona, llegó el gol de Abidal.

La respuesta del Athletic fue entregar su último aliento en un testamento fabuloso. Se lanzó con todo, casi sin fuerzas y sin ideas pero lanzando mordiscos al aire y al infortunio, arañazos al destino. De entre una nube de remates por tierra, mar y aire llegó el gol de Llorente y un final hipnótico, más de cinco minutos en los que el Athletic se desangró en latidos de nobleza y el Barcelona, con debut de Afellay, se sostuvo con entereza y lanzando contras en las que se rozó un segundo gol que no hubiera sido justo para San Mamés, para el Athletic, para el partido.

Quedan los rescoldos de un duelo tremendo, de 180 minutos que son testimonio de una competición especial que Athletic y Barcelona entienden y trabajan como nadie. Un duelo eterno que vimos y veremos y en el que esta vez ganó el Barcelona. Sin la mayor gloria de su fútbol, incómodo pero combativo, adaptado y superviviente: competitivo. Y eso también tiene mucho mérito ante un Athletic que vendió una eliminación hermosa y finalmente triste, con lágrimas de orgullo pero lágrimas al fin y al cabo. Así es la Copa y así fue una noche tremenda en San Mamés. Una noche de leones, reyes y magos.

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