Liga BBVA | Real Madrid 3 - Espanyol 0

La ansiedad es contagiosa

El Madrid maquilla un partido espeso. El Espanyol no mereció tanto castigo. Cristiano abrió el marcador de penalti y le siguieron Higuaín y Benzema.

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PARTIDO DISPUTADO. Higuaín, que luchó durante todo el encuentro contra la defensa del Espanyol, intenta marcharse ante la fuerte presión de Duscher y Chica.

El marcador dijo una cosa y el partido otra. El luminoso (ahora TFT o LCD) señaló una victoria inapelable y el juego la discutió durante muchos minutos. Los goles no mienten pero la historia es más larga. El Madrid jugó peor que eso y el Espanyol algo mejor. La prueba es el murmullo que acompañó al partido un rato largo, el rumor de los cuerpos que no se acomodaban, el chistar de las lenguas disconformes. Esto es muy largo, dicen los optimistas. Y eso es lo peor, responden los otros.

El reparto de los papeles protagonistas nos enseña mucho. Basta con señalar que la estrella fue Clos Gómez y cuando un árbitro se convierte en el personaje más influyente significa que el colegiado se empeñó mucho y los jugadores poco. Así ocurrió. Mientras uno se dedicaba a sacar brillo al reglamento, los futbolistas libraban batallas distintas que estuvieron cerca de terminar en batalla campal. Nada llegó a ser bueno y con el tiempo todo fue a peor.

La excusa de la construcción nos impide llegar más allá en el análisis del Madrid, pero uno esperaba que en algún gesto ya se notara la mano del entrenador. Y apenas se advierte. Se sigue ganando por la inercia del talento, sin fútbol al que agarrarse, sin más satisfacción poética que los puntos conseguidos.

Tal vez no se pretenda más. Cuando Mourinho sustituyó a Özil y Di María por Arbeloa y Khedira, con 1-0 y el Espanyol apretando, más de uno se protegió de las almohadillas que ya no existen. Quizá el público también se encuentre en construcción, recopilando argumentos y gastando paciencia.

El primer gol, el más importante, fue digno del pobre espectáculo que se ofrecía. Cristiano sacó un libre directo y el balón rebotó en los brazos de Luis García, que intentaba protegerse la cara. El reglamento castiga con penalti y tarjeta los brazos que se escapan de la barrera (lo de Anoeta), pero el espíritu de la norma (Ley Míchel Salgado, podríamos denominarla) es penalizar a quienes hacen del aspaviento costumbre y triquiñuela. Y no pareció eso.

Cristiano transformó el penalti por dos veces (Clos, quisquilloso, lo mandó repetir) y muchos creyeron que con ese gol desaparecía la ansiedad y finalizaba la intriga. No sucedió tal cosa. El Espanyol, muy elegante desde el inicio, continuó tocando y abriendo espacios. Su único problema era que precisaba diez aproximaciones para tirar dos veces, peligrosos los tiros, pero muy escasos.

Igual.

El Madrid, por su parte, prosiguió con el discurso de la pasada temporada y otras anteriores. A saber: pesadez en los movimientos, rigidez en la creación y dinamita en situaciones de ataque. Con eso es suficiente para que el reloj juegue a su favor y para que se le caigan los goles de los bolsillos.

Clos repartió tarjetas rojas y el Espanyol se adelantó en busca del empate. Fue su acto de valor y su sentencia de muerte. Higuaín marcó al contragolpe y Benzema consiguió el tercero cuando el partido ya era un tumulto.

Cristiano, por cierto, sigue ansioso. Y no se puede descartar que la enfermedad sea altamente contagiosa.

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