La pesadilla que no termina nunca

Una alineación conservadora, un partido de más a menos, un rival cómodo, un resultado decepcionante, un público que se irrita... El Madrid se enfrenta cada día a una fea realidad: no gusta. No gusta nada. La vulgaridad asoma en el juego y en la vida del club. La gente ya no resiste a este equipo, ni a este entrenador, ni a este presidente. Las lesiones tienen un efecto demoledor en una plantilla mal confeccionada, en la que sobran los mediapuntas y hay un déficit dramático en otras posiciones, y el manejo de la crisis que hace el entrenador no sirve sino para agravarla. El Madrid era anoche una caricatura desde la alineación de partida.

Lo anunciábamos en nuestra portada de ayer: cinco defensas, cuatro centrocampistas y un mediapunta, Robinho. ¿Por qué no Soldado? Es un delantero centro de oficio, en racha, que marca goles en Segunda y que ya ha marcado uno en Champions cuando ha sido requerido. Pero a Luxemburgo no le gusta, y por culpa de esa rara fobia organizó un equipo sin referente arriba (intentó serlo Guti), con Robinho en la posición teórica de clavo ardiendo, arrastrado a un monumental fracaso. Porque el partido de anoche sirvió para que gran parte del madridismo perdiera la fe en el que fue el fichaje más ilusionante del verano.

Tras la alineación se escondía un deseo evidente de cautela. Es cierto que había bajas, pero también había, por parte de Luxemburgo, miedo a un repaso como el del sábado, y de ahí tanto blindaje. El equipo se sostuvo durante casi una hora, gracias a la energía de algunos y a la comodidad del Olympique. Pero cuando el campeón francés se desperezó y fue a por el partido todo se vino abajo y el Bernabéu expresó su profunda decepción. Un equipo sin gracia, sin grandeza, sin fuerza para aguantar un partido, en manos de un entrenador miedoso, en manos a su vez de un palco caprichoso. Una pesadilla de la que el madridismo no se despierta.

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