Un experimento científico fuera de lo común por su duración ha sido retomado más de un siglo después de que se iniciase. Se trata de un trabajo que comenzó a realizarse en 1879 y que es controlado cada veinte años para comprobar su evolución. En las últimas fechas se ha reactivado esta tarea en la que es una de las investigaciones más largas de la historia.
El estudio fue puesto en marcha inicialmente por el botánico William James Beal y tiene como objetivo evaluar la evolución de unas semillas plantadas bajo unas condiciones específicas. En concreto, este científico estadounidense del siglo XIX comenzó esta labor con la introducción de arena y semillas en veinte botellas que enterró boca abajo para evitar que tuviesen contacto con el agua.
La finalidad de esta labor era determinar si las semillas utilizadas, que corresponden a una variedad concreta de plantas, germinarían tras permanecer en esas condiciones durante largos periodos de tiempo. Se estima que el objetivo inicial de esta investigación era ayudar a los agricultores locales a través del conocimiento de los factores que provocan el crecimiento de las semillas y del tiempo que éstas podrían permanecer en la tierra.
Se supervisa cada veinte años
En los primeros años del experimento, las botellas eran desenterradas cada cinco años para comprobar el desarrollo de las semillas, aunque posteriormente este plazo de tiempo se amplió a diez años y, finalmente, a las dos décadas actuales. El lugar donde se ha desarrollado toda esta labor es Michigan, estado en el que diferentes generaciones de botánicos se han ido encargando de continuar el trabajo iniciado por William James Beal.
Aunque se conoce que el terreno en el que han permanecido enterradas las botellas se ubica en el campus de la Universidad de Michigan State, el lugar exacto en el que se encuentran se guarda bajo secreto para evitar posibles alteraciones. De hecho, las labores de control se realizan durante la noche para escapar de la mirada de los curiosos.
Hasta el año 2100
El pasado 15 de abril, tras un año de espera debido a las restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus, un equipo de investigadores dirigido por el profesor Frank Telewski recuperó una de las cinco botellas que permanecían bajo tierra, trasladando las semillas que contenía a un laboratorio para examinarlas, como relata The New York Times.
Se trata de una labor que, manteniendo el ciclo actual de veinte años, finalizaría en 2100 con la recuperación de la última botella enterrada, es decir, 221 años después de que comenzase la investigación. Este experimento se ha convertido en motivo de orgullo para una institución universitaria que ha cuidado con mimo y dedicación a través de varias generaciones la tarea que inició William James Beal en 1879.