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COVID-19

COVID-19: cuando el miedo se propaga más rápido que un virus

Si algo está demostrando la epidemia de COVID-19 es que el temor a lo desconocido, cuando además mantiene una estrecha relación con la salud, provoca reacciones en muchos casos irracionales.

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THOMAS PETER REUTERS

La reciente cancelación del Mobile World Congress 2020 en Barcleona, la carrera desaforada por hacerse con mascarillas o productos desinfectantes, las reacciones xenófobas hacia la comunidad china o las medidas drásticas y restrictivas adoptadas por algunos gobiernos son un claro ejemplo de que cuando el miedo hace acto de aparición es complicado no sucumbir a su inmenso porder.

Y es precisamente ese temor el que también nos hace incurrir en el error de dar rienda suelta a comportamientos que lejos de apelar al sentido común, todavía echan más leña al fuego. “La sensación de temor es una de las emociones que nos lleva a tomar más decisiones, como reacción casi por necesidad antropológica. Ante una noticia que nos genera miedo, es más fácil que se tome la decisión de compartir; a menudo, por buena intención nos convertimos en difusores de desinformación», afirma Alexandre López-Borrull, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC.

El miedo constituye un caldo de cultivo inmejorable a la hora de captar nuestra atención, incluso en contextos de saturación informativa. No solo atendemos prioritariamente a aquellos contenidos que conectan con nuestros miedos, sino que también tendemos a divulgarlos con mayor intensidad y celeridad”, añade Ferran Lalueza, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC, en relación a un estudio publicado en la revista Science, que demostraba que las noticias falsas o fake news se propagan más rápido, de forma más profunda y más ampliamente que la verdad en todas las categorías de información.

Fake news y salud

“El hecho de que la salud afecte a todos los colectivos e individuos genera que la sensación de miedo e inseguridad se expanda de forma más rápida”, explica López-Borrull. Mientras la cifra de fallecidos en China ya ronda los dos millares, en España solo ha habido dos casos de contagio y sin embargo no son pocos los bulos que han surgido al amparo de la ignorancia.

“Nos encontramos ante una crisis mundial sobre un tema complejo en el que la mayor parte de la población no es experta, en un tema que afecta a la salud y al que se le suma la distancia geográfica (los comienzos han sido en la otra parte del mundo); todo esto conduce al miedo y la desconfianza ante la información oficial”, añade López-Borrull.

¿Se ha comunicado bien?

Por su parte, Carles Pont, autor del libro Comunicar las emergencias. Actores, protocolos y nuevas tecnologías, de Editorial UOC, es un firme defensor de la comunicación de crisis, pero en el caso de la epidemia de COVID-19 no ha sido la adecuada. “La comunicación de crisis salva vidas, pero el problema es que con el coronavirus no se ha hecho bien. Se ha comunicado mal por dos motivos; se ha hecho tarde y de forma errática, se ha dado información contradictoria en varios momentos y no se ha evidenciado cuáles son los mecanismos de prevención de la enfermedad. Si hoy tenemos un alcance real es gracias a la entrada de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el caso”. asegura.

RRSS: parte del problema

Y con un panorama dominado por el miedo y la desinformación, las redes sociales se posicionan en la mayoría de las ocasiones más como parte del problema que de la solución ya que con frecuencia son incapaces de ejercer de filtro ante según que contenidos. Por ello, es vital que quienes saben den un paso adelante.

Es importante que los científicos y los expertos den un paso adelante y tengan presencia en las redes, creando hilos de contexto, dando su opinión y ayudando a desmentir bulos. Las revistas y las editoriales científicas deberían tener políticas más abiertas, para que el conocimiento certero sea difundido de manera gratuita; la ciencia abierta debería ayudar a combatir la desinformación científica”, concluye López-Borrull.