El Jumbo volvió a mostrarse como un equipo potentísimo y Primoz Roglic comenzó la Vuelta como terminó la anterior, de rojo. Pero si en la previa tanto Dumoulin como él aseguraron que “había dos líderes” y que el objetivo era “disfrutar en esta Vuelta”, en la meta de Arrate eso sólo lo consiguió el esloveno. El neerlandés, en cambio, llegó con mala cara y le hizo gestos a los asistentes y a sus compañeros de que no había tenido el día. No obstante, fue el quinto del equipo.

Los que más cerca estuvieron de Roglic fueron, como en la Vuelta 2019, George Bennett y, sobre todo, el estadounidense Sepp Kuss, que marchó en el grupo de favoritos y atacó en varias ocasiones haciendo que el resto se tuvieran que desgastar saliendo a su rueda. Allanó el camino para que Roglic hiciera el definitivo y así se lo reconoció en meta con un largo abrazo. “El equipo estuvo muy fuerte y eso me ha permitido ganar, que era el objetivo”, afirmó el líder de la Vuelta. ¿Dumoulin volverá a ser gregario como en el Tour? El esloveno esquivó la pregunta: “Tenemos un grupo muy fuerte y los mayores logros que hemos conseguido han sido rodando juntos como equipo.

Ya nadie duda de que Roglic ha llegado a la Vuelta para ganarla tras el mal sabor de boca del Tour, algo que está olvidado: “Se asumió. Después gané en Lieja, la última carrera antes de esta Vuelta, y mi objetivo era alargar la forma para llegar aquí de la mejor manera”. Aunque no quiso tampoco desatar la euforia: “Es una Vuelta muy dura, hay que ir día a día, lo que quiero es ser líder en la última etapa, no en la primera”. Pero sí que se le vio contento con la victoria a pesar de su fama de ‘seco’ que se ganó durante la pasada edición, y fue frecuente verle sonreír tras el triunfo: “Estoy muy feliz con este logro. Desde ahora hay que intentar defender el maillot rojo, está siendo una temporada rara y quiero disfrutar, es genial que en estos tiempos podamos correr, ojalá la gente lo pueda disfrutar en casa”.