Al margen de su enfermedad, ¿hubo otros motivos por los que nunca consiguió rendir al nivel de 2016, cuando conquistó Lombardía, fue segundo en el Giro y tercero en la Vuelta?

Después de 2016 no sólo me sucedieron lesiones o enfermedades, sino problemas personales (murió Diana Casas, su fisioterapeuta, rompió una relación y sufrió episodios de depresión). Se trata de mi tercera victoria en el Giro, pero la de mayor liberación. Es el resumen del ciclismo y de la vida, de mis dos años y pico hasta llegar aquí: hay que intentarlo, no rendirse. Ni sé la de veces que arranqué y no logré descolgar a mis rivales. Hasta que lo conseguí.

Su familia está en Italia.

Así es, desde que terminé segundo en Anterselva. Ahí me deshice al verlas junto al bus del Mitchelton y me animaron para que continuara a la caza de este éxito. En esta ocasión me deshice por la victoria y la felicidad. Mi hermano, que compite en la escuadra Sub-23 del Mitchelton, también se encuentra acá. Ojalá podamos compartir maillot en el futuro en esta competición.

¿En qué ha cambiado desde 2016?

Han pasado tres años, que no son pocos. Dentro de mí, mi sueño aún es el de conquistar una grande. Quizá he perdido este tiempo, pero aún quiero alcanzar esa meta. También he madurado y sé lo que cuesta lograr las cosas. Lo que te preparas y te sacrificar. Hace diez meses realizaba dos horas en bici y estaba muerto por culpa del virus que me atacó. Tienes miedo de no superarlo. Lo hice, y ahora pretendo regresar a mi nivel anterior o incluso más fuerte.