NBA

Una NBA entre el cielo y el infierno

En su mejor momento en todos los medidores económicos, con salud deportiva y muchísimo seguimiento, a la NBA le han surgido casos cuyas consecuencias pueden ser muy graves.

Las Finales de 2025 entre Thunder y Pacers: la NBA en pleno apogeo.
Juanma Rubio
Nació en Haro (La Rioja) en 1978. Se licenció en periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. En 2006 llegó a AS a través de AS.com. Por entonces el baloncesto, sobre todo la NBA, ya era su gran pasión y pasó a trabajar en esta área en 2014. Poco después se convirtió en jefe de sección y en 2023 pasó a ser redactor jefe.
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La temporada 2025-26 ha comenzado con pabellones a reventar, una constante en los últimos años, y un excelente nivel de juego: el campeón, Oklahoma City Thunder, ha jugado cuatro prórrogas en sus dos primeros partidos. El MVP, Shai Gilgeous-Alexander, ya ha batido su récord de anotación (55 puntos) mientras Stephen Curry sigue promediando 32,5 puntos y 4,5 triples por noche con 37 años, 17 en una NBA a la que acaba de llegar Cooper Flagg, que no cumplirá 19 años hasta diciembre. El 1 del último draft, aspirante a estrella generacional, nació en los últimos días de 2006, cuando ya llevaba más de tres años en la NBA un LeBron James, ahora lesionado, que cumplirá antes de Nochevieja 41 como el primer jugador con veintitrés en la gran Liga. De Curry, LeBron y Kevin Durant a Cooper Flagg y Victor Wembanyama (21 años) con, entre ambas generaciones de estrellas, el prime de Nikola Jokic, Giannis Antetokounmpo, Luka Doncic o el citado Shai. Es, desde luego, un gran momento para ser aficionado de la NBA.

Las razones para el optimismo se apilan. La nueva cobertura televisiva, más diversificada y modernizada, abierta a las nuevas plataformas, ha tenido un excelente recibimiento. Por feedback y por audiencias: 5,6 millones de media en los dos partidos (Thunder-Rockets y Lakers-Warriors) de una jornada inaugural que marcó el regreso de la añorada NBC al universo NBA. El mejor dato para un día de estreno desde 2010 y un 87% más alto que el de la temporada pasada. Además, otra vieja reclamación de muchos aficionados, la lucha por el título recuperará, por primera vez desde 2009, los logos de las Finales en los laterales y el del trofeo Larry O’Brien en el centro del parqué. Un guiño a sí misma, muy reclamado, de una competición con motivos para sentirse orgullosa de su legado, confortable con su presente e ilusionada con el futuro: ese cambio en los acuerdos televisivos ha propiciado una inyección económica mastodóntica en los nuevos, cerrados por once años y 76.000 millones de dólares.

Como resultado, el salary cap, la cifra que los equipos pueden invertir en salarios durante esta temporada, está en unos históricos 154,6 millones. Hasta 2018 no se habían superado los 100 en un dato que hace una década estaba en 70. Eso repercute directamente en los bolsillos de los jugadores, cuyo salario medio ronda ya los 13 millones anuales. Las últimas extensiones máximas, como la de Shai, le acercan a la barrera de los 80 millones anuales. Y estrellas de nuevo cuño como Anthony Edwards tienen a tiro acuerdos futuros con los primeros contratos por encima de los 100 por año. Sería, en las proyecciones actuales, en torno a 2033.

Las franquicias, en paralelo, multiplican su valor también de forma permanente, una burbuja que no se pincha y que resetea cada pocos sus estándares, siempre al alza. Los dos gigantes históricos, Celtics y Lakers, cambian de manos. Los primeros lo han hecho por más de 5.000 millones y los angelinos lo harán, están en ello, por lo que acabarán siendo bastante más de 10.000. De ciencia-ficción. El valor medio supera los 5.000. Mucho dinero, un convenio colectivo firmado sin estridencias porque todos ganan más que nunca y unos contratos televisivos que van a sostener el invento durante más de una década. Son, en esencia, buenos tiempos para la NBA, una edad de oro en lo económico de la que puede presumir el comisionado Adam Silver, metido además de lleno en una visión del baloncesto que, sumadas todas sus aristas, es revolucionaria. Del torneo en formato Copa, la NBA Cup que jugará su tercera edición, a esos tentáculos que extenderá al Viejo Continente con la NBA Europa.

Nubes de tormenta en el horizonte

Pero, en paralelo, la NBA se enfrenta a algunas de las mayores crisis de su historia reciente, brechas que amenazan los fundamentos más básicos de la competición, su integridad y su limpieza. El último, el escándalo en el que está metida de lleno, y con miedo por si se trata solo de la punta de un iceberg de suciedad, por una trama de apuestas que ha hecho que el FBI haya realizado detenciones que incluyen, por ahora, a un jugador en activo como Terry Rozier, un entrenador como Chauncey Billups que además fue estrella como jugador y es miembro (algo que puede cambiar) del Hall of Fame y a Damon Jones, ex de las pistas y los banquillos (como asistente) que aprovechó, para hacer dinero ilegal, palancas como su amistad con, nada menos, LeBron James.

Es un asunto de verdad grave, en el que realmente se juega mucho una NBA que ha abrazado, como todas las grandes ligas estadounidenses, unos nuevos tiempos de simbiosis con un mundo de las apuestas que hace tres lustros era anatema. La legalización masiva, a partir de 2018, hizo que las competiciones pasaran de luchar a ablandarse y de ahí a cooperar. La NBA empezó con MGM y siguió, en 2021, con acuerdos todavía más amplios con DraftKings y FanDuel, unos socios en un mundo de las apuestas cada vez más integrado en sus contenidos; a nivel de narrativa, de vínculos con los grandes medios y también en cuanto a tecnología.

Adam Silver defiendo que mejor así que en la oscuridad de la ilegalidad, pero cuesta no poner duda un sistema que abraza como pareja de baila a un sector que, además de los enormes problemas sociales que genera, entra en un obvio conflicto de intereses con el caudal natural de la competición, lo simplemente deportivo. Jugadores y entrenadores multimillonarios detenidos por vender información sobre quién va a jugar y quién no, por saber de una forma u otra qué situación de qué equipo afecta a qué partido, es una imagen demoledora que podría incluso cambiar un discurso en el que se había instalado de forma hasta ahora inamovible la NBA: si las apuestas dan tanto dinero, por qué llevarnos un buen bocado nosotros también.

El turbio asunto de Kawhi Leonard

El asalto a los valores básicos de la liga no acaba ahí. En las últimas semanas, una investigación del periodista Pablo Torre ha puesto sobre la mesa un posible caso de burla (circumvention) al salary cap. Con una abrumadora montaña de pruebas, documentos y testimonios, el asunto señala directamente a Kawhi Leonard (dos veces MVP de las Finales) y Los Angeles Clippers, el anfitrión del All Star 2026. Y el equipo que dirige uno de los tipos más ricos del mundo, Steve Ballmer (fortuna estimada de más de 121.000 millones de dólares). Uno de los grandes socios de Silver desde que llegó a la NBA en 2014, al rescate de una franquicia mortecina y sacudida por un caso escandaloso de racismo.

La NBA ha abierto una investigación en la que no todo el mundo cree que quiere llegar hasta el fondo y que podría incluir castigos muy duros para los Clippers, Ballmer e incluso el propio Kawhi, que en teoría exigió dinero (hasta 28 millones de dólares) extra, más allá de lo que por convenio podía recibir directamente de la franquicia, para firmar con los Clippers y no con otros pretendientes como Lakers o Raptors, el equipo con el que fue campeón en 2019, antes de irse a L.A., y al que le pidió cosas similares a las que supuestamente sí recibió en California.

Este es otro asunto crucial para la limpieza y la buena salud de la competición, ya que el equilibrio competitivo y la estructura del mercado y las plantillas, incluso el valor mismo de las franquicias, se basa en los números de ese salary cap y las opciones contractuales que ofrece el convenio. Romperlo, y hay sospechas muy fundadas de que Ballmer lo hizo para amarrar a Kawhi y poner en la estratosfera a una franquicia de trayectoria e historia hasta entonces penosas, implica destrozar las reglas del juego y generar un mercado subterráneo totalmente ilegal. ¿Cuánto pagaría cualquier equipo, no digamos los de grandes mercados como Lakers o Heat, por asegurarse la lealtad de la siguiente gran estrella a tiro?

De pronto, estos casos -verdaderamente importantes- amenazan la estabilidad, la buena salud y, todavía más, tal vez el mismo corazón de una NBA que parecía a salvo de zozobras. Y que navegaba problemas menores, debates sobre el estilo de juego y críticas por lo caro que resulta un producto que ya es premium (en Estados Unidos, ver todos los partidos de la temporada se dispara más allá de los 600 dólares). Y otros adyacentes pero también importantes, como la crisis laboral en la WNBA, donde las jugadoras reclaman que sus condiciones salariales, paupérrimas, crezcan al mismo ritmo que lo ha hecho en los últimos años una competición disparada con impulsos exponenciales, de posibilidades históricas. El mejor ejemplo, la llegada en 2024 de una estrella como Caitlin Clark, que convierte en oro todo lo que toca.

De los líos salariales a los personales

El 31, en menos de una semana, acaba en teoría la vigencia del actual convenio colectivo. Lejos todavía de acercar posturas para firmar una nuevo, la sombra del cierre patronal (lockout, el temido parón total de la competición) es una amenaza muy seria para una liga en pleno crecimiento, para la que cualquier zancadilla puede ser dramática. Silver ha intentado ser optimista: “Llegaremos a un acuerdo. Hay mucho trabajo que hacer todavía, pero lo cerraremos”, aseguró mientras afrontaba la enorme crisis personal de las jugadoras con la comisionada, una Cathy Engelbert de su máxima confianza: “Ha dirigido una etapa de crecimiento histórico de la WNBA, pero es obvio que hay problemas que tenemos que afrontar. No solo económicos, también personales”. Y tanto. Hay quórum entre las jugadoras, una batalla frontal contra una Engelbert que fue atacada directamente por Napheesa Collier, una de las principales estrellas, en una comparecencia ante los medios absolutamente demoledora y que se puede resumir con esta frase: “Tenemos las mejores jugadoras del mundo, los mejores aficionados del mundo… y el peor liderazgo del mundo”.

En su mejor momento, las franquicias rondan ya los 500 millones de valor, y la liga ha pasado de los doce equipos que tenía en 2024 a los 18, cifra histórica, que sumará en 2030. Acaba de debutar, con un increíble éxito y un pabellón siempre lleno, Golden State Valkyries en la Bahía de San Francisco. Un equipo vinculado a los Warriors que pagó 50 millones en 2023 para entrar en la competición. Los últimos han puesto ya 250 millones cada uno: Portland y Toronto en 2026, Cleveland en 2028, Detroit en 2029 y Philadelphia en 2030. Los nuevos acuerdos televisivos son por once años y 2.200 millones, una cifra que también es un récord que habría parecido imposible hace unos pocos años. Pero las jugadoras, sin embargo, siguen en situación precaria y con sueldos lastimosos: el mínimo supera por los pelos los 66.000 dólares; el máximo no llega, de base, a 250.000.

Quieren, por encima de todo, un bocado más justo de lo que genera la competición. Ahora apenas acceden a un 9,3%, cuando en la NBA el reparto es básicamente al 50% entre jugadores y franquicias. Silver habla en primera persona (“llegaremos a un acuerdo”) porque la WNBA sigue dependiendo, básicamente, de la NBA. Antes con un control del 50% que ahora se estima que supera el 60. Cuando en 2021 se hizo una ampliación de capital de 75 millones, los nuevos inversores (sobre una valoración de 400 que quedó obsoleta muy rápido, otro error en los despachos) se hicieron con un 16% de la liga, con partes iguales de lo que era de NBA y WNBA.

La NBA pasó así a controlar el 42%, pero en ese grupo inversor había propietarios de la competición masculina, de cuyos equipos dependen seis de las trece franquicias actuales y cuatro de los cinco que entrarán en el próximo lustro. De ahí esa estimación del 60%. Así que, : la WNBA también es cosa de Silver y sus problemas, ahora críticos, le afectan y le obligan a implicarse. Como las apuestas o el feo asunto de los Clippers, manchas (veremos cómo de grandes) en lo que debería ser una etapa triunfal para una competición que tiene muchos motivos para sacar pecho… pero que se juega mucho en estos frentes abiertos. La distancia entre el cielo y el infierno es, a veces, mucho más corta de lo que parece.

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