Un verano horrible para los Lakers: 2004, el plantón de Coach K, la salida de Shaq...
Tras la derrota en las Finales ante los Pistons se confirmó la salida de Phil Jackson y los Lakers iniciaron un proceso que causó mucho ruido y dejó la franquicia patas arriba.
El 15 de junio de 2004 terminó para los Lakers una temporada que nunca empezó. Los Pistons apabullaron a los angelinos (4-1), conquistaron el tercer anillo de su historia, hicieron buena la herencia de los Bad Boys y acabaron con todo un proyecto. Con una dinastía. La de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant, con Phil Jackson de mesías eterno, de entrenador mítico. De un equipo que conquistó el último three peat que ha visto la NBA en su larga historia, una hazaña que ni los Warriors consiguieron igualar. El Maestro Zen, en su infinita sabiduría, consiguió mantener la paz entre las dos estrellas el tiempo suficiente como para convertir a un equipo talentoso en ganador. Pero la tumultuosa relación que siempre tuvieron ambos explotó en una temporada para el olvido. Nunca alcanzar las Finales significó semejante fracaso. Entre otras cosas, porque los fichajes de Gary Payton y Karl Malone invitaban a un optimismo que a la larga se convirtió en polvos y ceniza.
Los Lakers se sumergieron entonces en un verano lleno de toma de decisiones. Phil Jackson, siempre más proclive a Shaq, recibió una noticia que ya conocía, la de su marcha. No habría renovación. Jerry Buss, siempre a favor de Kobe, prefirió al escolta que al pívot, una estrella que empezaba a perder luz, superaba la treintena y luchaba con una ética de trabajo cuestionable y problemas de peso que le abocaron antes de tiempo a la decadencia, a pesar de que mantendría un buen nivel en los años venideros. La posición del dueño de la franquicia angelina estaba clara. Y la convivencia de O’Neal y Bryant se antojaba imposible tras una temporada en la que una acusación de agresión sexual sobre el escolta desmadejó a la plantilla y provocó que el jugador se mostrara más agresivo que nunca con la prensa, con Shaq y con su entrenador.
Payton se fue a los Celtics, mientras que Malone optó por una retirada eternamente postergada en los albores del curso siguiente, haciendo dudar hasta el último momento sobre su continuidad. Y Shaq iba a salir, estaba cantado. Hubo muchas opciones para ello, pero era imposible conseguir lo que ibas a dar. Mitch Kupchak, General Manager por aquel entonces, negoció con los Mavericks, pero pidió a cambio a Dirk Nowitzki, a lo que Mark Cuban se negó tajantemente. El 14 de julio de 2004 se acabó el sainete: O’Neal fue oficialmente traspasado a Miami Heat a cambio de Lamar Odom, Caron Butler, Brian Grant y una futura primera ronda de draft. Un traspaso que dio el anillo a los Heat en 2006, con Pat Riley en el banquillo, Dwayne Wade de estrella... y Payton en la plantilla. Algo que ya había pronosticado Phil Jackson, que le dijo a Buss que traspasar a O’Neal conllevaba regalar un anillo al equipo en el que recalara.
El lío del entrenador
Lo que tenías que resolver los Lakers tras el adiós de Shaq era el tema del entrenador. Por encima de todo. La sombra de Phil Jackson planeaba sobre la franquicia, al igual que su relación con Jeanie, la hija del jefe. Ocupar el enorme espacio que el entrenador había dejado era un ejercicio casi imposible de realizar. En menos de 15 años, se había convertido en uno de los mejores entrenadores de la historia, quizá el mejor: de 1991 a 2004 conquistó 9 anillos de 13 posibles, además de llegar a 10 Finales, perdiendo en ese 2004 por primera vez en su carrera. Convirtió a los Bulls de Michael Jordan en uno de los mejores equipos de siempre. Y resucitó a la fiebre amarilla, que con él conquistó su primer anillo en 12 años, con Magic Johnson de mesías, Kareem Abdul-Jabbar de ancla y Pat Riley en el banquillo. Ese Showtime que parecía irremplazable y una gloria que parecía que jamás volvería. Pero que regresó, con ese entrenador mítico que hizo de las formas algo inédito e irreplicable en la historia de la NBA. Con el don de la palabra, la gestión de egos y el triángulo ofensivo como bandera.
A esa figura celestial tenían que sustituir los Lakers, que renovaron a Kobe Bryant y buscaron también el beneplácito de la estrella en futuros movimientos. Y un nombre emergió sobre los demás: el de Mike Krzyzewski. El mítico entrenador de Duke era el máximo favorito para hacerse con el puesto. Con los Devils desde 1980, ya había conquistado tres campeonatos de la NCAA y había sido considerado en tres ocasiones Mejor Entrenador Universitario. Con una reputación intachable y un respeto reverencial, Jerry Buss intentó hacerse con sus servicios. Kobe veía con buenos ojos la personalidad del técnico y podía ser una buena manera de intentar una reconstrucción en torno al escolta. Por eso Mitch Kupchak y el propio Buss decidieron hacer lo que hiciera falta para ficharle con una oferta astronómica: 5 años a razón de 40 millones de dólares.
Krzyzewski dijo que no. Explicó posteriormente que pensó con el corazón y no con la cabeza en un caso que recordó a la magnífica oferta que en 1979 los Lakers hicieron a otro entrenador universitario, Jerry Tarkanian, que acabó quedándose en Las Vegas presionado por la mafia y motivó un inicio de cambio de ciclo en los de púrpura y oro, con el advenimiento de la era del Showtime, la llegada de Magic Johnson, de Jerry Buss a la propiedad y de Pat Riley, Paul Westhead (campeón en 1980) mediante. Y que recuerda, claro, a la oferta que ha rechazado recientemente Dan Hurley, que se ha quedado en UcConn para conseguir el tercer campeonato de la NBA consecutivo, rechazando una oferta de 70 millones de dólares en seis temporadas. Un proceso de selección, el actual, en el que se ha filtrado que está involucrado Krzyzewski, que estaría ayudando a los Lakers para llenar el hueco dejado por Darvin Ham, que salió por la puerta de atrás de una franquicia que te condena cuando no ganas. Y no siempre se puede ganar, claro. Por mucho que los angelinos, durante la historia, nos hayan intentado acostumbrar a lo contrario.
No hay punto de comparación entre las situaciones de Hurley ahora y Krzyzewski hace 20 años. La actual oferta de los Lakers habría convertido al técnico de los Huskies en el sexto entrenador mejor pagado de la NBA, algo insuficiente para abandonar un lugar en el que se encuentra cómodo y es más que respetado, además de cobrar un gran monto económico. Dicha oferta, además, se queda algo corta si tenemos en cuenta que se llegaron a hablar de cifras superiores a los 100 millones. El caso de Krzyzewski es diferente: el dinero que habría percibido en 2004 le habría convertido en el técnico mejor pagado de la mejor Liga del mundo, en una etapa de muchos grandes nombres en los banquillos (Pat Riley, Rick Adelman, Larry Brown, Lenny Wilkens, un emergente Gregg Popovich...). Eso le habría puesto a la altura de Phil Jackson y el dineral que cobraba (y que seguiría cobrando cuando regresara); y que daba buena cuenta del interés de los angelinos, que ofrecieron un contrato a largo plazo y con muchos millones para asegurarse la presencia de un hombre que dijo que no. A los Lakers, nada menos.
Mike Krzyzewski siempre ha dicho que no se arrepiente de la decisión. Son muchas las voces que dicen que, si la hubiera recibido hoy, podría haber tomado otro camino. Tanto da: el mítico entrenador se mantuvo en Duke hasta 2022, un total de 42 años. En esa época no era de los entrenadores mejor pagados de la NCAA (unos 2 millones de dólares por temporada), pero para su equipo, perderlo era una cosa inasumible. El corazón tiró más y hace dos años se retiró como uno de los más grandes de siempre. Y sí entrenó a Kobe Bryant: fue en la selección de Estados Unidos, ese Redeem Team que conquistó el oro en Pekín, para hacer luego lo mismo en Londres y Río de Janeiro. Todo bajo el cobijo que daba la tutela de un legendario técnico que se atrevió incluso a decir que no a unos Lakers que tuvieron que moverse en otra dirección y perdieron a uno de los favoritos para el puesto. Uno por el que lo quisieron dar todo, para quedarse sin nada.
Tomjanovich y el retorno de Jackson
Como siempre, una segunda opción no suena tan bien como la primera. Pero Rudy Tomjanovich era un hombre de intachable reputación, campeón del anillo con los Rockets de Hakeem Olajuwon en 1994 y 1995. Eso sí, fue una prueba dura para un entrenador que llevaba alejado de los banquillos una temporada y que había superado un duro tratamiento contra el cáncer. Aceptó un contrato de 5 años por 30 millones (menos que el que le ofrecieron a Krzyzewski), pero se retiró tras 39 partidos alegando cansancio, aunque rechazó que fuera por el tratamiento. De una forma u otra los Lakers lloraron su pérdida, pues iban 24-19 con él y acabaron con un récord de 34-48, por detrás incluso del hermano malo que eran los Clippers por aquel entonces de una manera más acentuada que ahora. En total, 10-29 tras la marcha de Rudy, que fue sustituido por un Fank Hamblen, tradicional asistente del Maestro Zen, que poca culpa tuvo del descalabro angelino y su primera ausencia en playoffs desde 1994.
Al final, Phil Jackson regresó al ruedo. Estas historias suelen tener estas cosas, en una inherente narrativa, la de la NBA, que cautiva y selecciona a sus protagonistas en base a lo que quiere la opinión pública, la jueza final, esa que decide quienes son los malos y quienes los buenos. Ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras. Kobe vio como Shaq ganaba el anillo con los Heat mientras hacía exhibiciones anotadoras a la altura de Wilt Chamberlain, como los 81 puntos en un partido, los 62 en tres cuartos ante los Mavericks o los cuatro particos consecutivos por encima de los 50 puntos. Cada Navidad, Shaq y Kobe se veían las caras en un reencuentro que la mejor Liga del mundo potenció hasta la saciedad. El primero de esos duelos, en 2005 y todavía con Tomjanoivich en el banquillo, fue el más visto de la historia de la competición norteamericana. Nunca una narrativa dio para tantísimo.
Kobe se reencontró con su entrenador de toda la vida, el único con el que ha ganado, el único con el que ganó Michael Jordan. La llegada de Pau Gasol dio los últimos momentos de gloria en forma de anillos al escolta, ecuménico, MVP de las Finales de 2009 y 2010 tras caer ante los Celtics en 2008. La redención, la conversión en la Mamba Negra, una historia que no tuvo más campeonatos a pesar de que se mantuvo en activo hasta 2016 y siguió siendo, hasta 2013 y esa desgraciada lesión en el tendón de Aquiles, uno de los referentes de la competición. Y nada de ello, la vida y obra de Kobe, su relación con Shaq y con Phil Jackson, se podría entender sin ese verano de 2004 en el que hubo de todo, pasó de todo y desmadejó a unos Lakers que resucitaron de las pavesas de sus cenizas para volver a lo más alto. A pesar de las peleas, las salidas abruptas y el plantón de Mike Krzyzewski. Ese entrenador legendario que dijo que no a una franquicia todavía más legendarias. De esos momentos también viven las grandes historias. Y esta es una de ellas. Sin duda.
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