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GOLDEN STATE WARRIORS

Un laberinto llamado Wiseman

James Wiseman fue número 2 del ‘draft’. En teoría el pilar del núcleo joven de los Warriors, está muy cuestionado con el equipo en plena crisis de resultados.

Un laberinto llamado Wiseman
Chris SchweglerGetty

Nunca un campeón había perdido sus seis primeros partidos fuera de casa. Desde luego, no es algo que hubieran vivido hasta ahora (sea o no después de ganar un anillo: cuatro en ocho años) los Warriors de Steve Kerr. De hecho, la franquicia del nuevo orden en la NBA, la primera que alcanza los 7.000 millones de valor según Forbes y la primera en dos décadas que deja atrás en eso (también en eso) a Knicks y Lakers, no se veían en una igual desde 1997. Solo unos meses después de que, precisamente, Steve Kerr anotara el tiro de su vida en el sexto (y definitivo) partido de las Finales de 1997. El segundo título de su carrera (ya cinco como jugador y cuatro como entrenador), el quinto de Jordan y los Bulls.

Los Warriors salieron 3-7 de sus diez primeros partidos. Perdieron cinco seguidos en una gira que incluía noches tan ganables como la de Charlotte, Orlando o Detroit. La quinta vez, en una Liga con 76 años de historia, en la que un campeón ha arrancado con siete derrotas o más en diez partidos. Así que se puede debatir cómo de preocupante es, cómo de pronto es para fruncir el ceño. Pero parece incuestionable que es raro. Un equipo de Kerr, este equipo con el núcleo duro sano, no debería estar perdiendo tanto y perdiendo así. El núcleo duro: la madre de todos los big threes (Stephen Curry-Klay Thompson-Draymond Green) y los dos obreros de oro que se ganaron el título de trabajadores del mes en junio, cuando su contribución fue decisiva en el cuarto anillo de la dinastía: Andrew Wiggins y Kevon Looney.

Los Warriors han comenzado el curso por debajo de la media en rating ofensivo (16º de 30 equipos) y con, sorpresa, el segundo peor rating defensivo de la NBA, solo empeorado por esos Pistons que ya han visto que su reconstrucción no va tener atajos milagrosos. Son el equipo que más puntos totales ha metido, también el que más encajado. Su marcador tipo es 117,4-121,4. Es la tercera mejor media en su casillero… y la peor en el del rival. Solo rondan por ahí (el erial de los 120 puntos encajados de media) franquicias como Spurs, Pistons y Pacers, a las que se relaciona más con Victor Wembanyama que con los próximos playoffs. Los Bucks, el patrón oro de la Liga en este inicio de temporada (9-1) recibe 102 puntos por noche. Casi 20 menos.

El problema de ‘los dos timelines’

Un vistazo a casi cualquier partido de este extraño arranque del campeón (y, convengamos, no un campeón cualquiera) enseña una tendencia que va para patrón: el quinteto (eficiencia probada: Curry, Klay, Wiggins, Green, Looney) funciona bien, el banquillo es un desastre. Kerr ya ha anunciado que moverá la rotación porque es obvio que la cosa no marcha. Tiene que buscar. Curry, en concreto, está jugando (34 años) tan perfectamente bien como siempre: 32,6 puntos, 7,1 rebotes, 6,9 asistencias. Lidera al equipo en las tres categorías. 51% en tiros totales, 94% en tiros libres y 43% en triples con 5,1 anotados por noche. En ritmo de su cuarta temporada (nadie más lo ha hecho, claro) con al menos 5 de media. Una de esas marcianadas que él ha naturalizado. Curry, que contra los Kings rescató al equipo básicamente solo en el regreso a San Francisco (47+8+8), tiene la mayor diferencia de su carrera entre la producción colectiva cuando él está en pista (+12,5 de net rating) y cuando él se sienta (-19,5). Todo el quinteto, de hecho, tiene net rating positivo. Todos los suplentes, otra vez, lo tienen negativo. El peor dato después de una decena de partidos, y después iré con él, era el de James Wiseman (-26,1). El pívot que desapareció de la rotación contra los Kings. Los cambios que había anunciado un Kerr que habló de regresar a quintetos más pequeños. Básicamente, a baloncesto warriors.

El motivo para la alarma, desde luego no para dejar de confiar en ese núcleo duro que está en la forja de lo mejor que jamás ha visto la NBA, es que esa basculación hacia el precipicio en cuanto se mueve la rotación identifica un problema de confección. No es casual. Ni siquiera estos Warriors (¡ni siquiera ellos!) pueden gastar todo el dinero del mundo (aunque aparentemente lo tienen, básicamente porque lo generan). La temporada pasada, el milagro exprés de pasar de dos años sin playoffs al título de campeón se urdió con una plantilla cuyo coste en salarios, entre sueldos e impuesto de lujo, se fue más allá de los 360 millones de dólares. Este año los números también cortan la respiración (más de 193 millones en sueldos con el cap en 123, y otros más de 165 en impuesto de lujo), y es obvio que Joe Lacob y compañía se dejarían cortar un brazo antes de parar la rueda de inversión que (en su círculo virtuoso hipercapitalista) no deja de generar ingresos (esos 7.000 millones de valor para Forbes) y de producir, la entraña de todo, gloria en la pista. Pero, con nueve jugadores que iban al mercado después de las Finales, mantener el bloque campeón habría supuesto un gasto de más de 500 millones de dólares. Inalcanzable (por ahora) para ellos y tabú para el resto de la NBA, donde otros propietarios culpan a los Warriors para esconder sus propias vergüenzas.

Así que los Warriors trazaron su plan: continuidad a toda costa de Kevon Looney (tres años, unos 25 millones, un gran negocio para la franquicia). Extensiones para Andrew Wiggins (cuatro años, 109 millones para el segundo mejor jugador de las últimas Finales, el primero de los mortales a la derecha del Dios padre Stephen Curry) y Jordan Poole (4x140: sueldo de estrella para un jugador que solo a veces parece camino de serlo). El resto, nada. Draymond Green se quedó sin la extensión máxima que quería (y creía merecer, un asunto delicado). Y piezas de la rotación campeona se tuvieron que marchar. Algunas muy importantes (Gary Payton II, Otto Porter Jr), otras útiles (Nemanja Bjeliça), y un par residuales pero con cierto valor (Juan Toscano-Anderson y Damion Lee, el cuñadísimo de Stephen Curry).

Los Warriors sumaron un par de jugadores para tapar agujeros (JaMychal Green, Donte DiVincenzo) y reservaron un puesto, por cuestiones tan fáciles de entender como poco relacionadas ya con lo deportivo, a Andre Iguolada, otro de los esenciales de la dinastía y un pilar indiscutible de un vestuario sacrosanto (pero camino de los 39 años y con la espalda deshecha). Pero la clave, la gran apuesta que acabaría haciendo que todo pareciera una genialidad o un desastre, era el plan de los dos timelines. Presente y futuro, una combinación rara: explotar a los jóvenes amasados en esos dos años de picks altos de draft generados por su breve paso por las cloacas sin dejar de competir al máximo nivel, lo que en los Warriors implica, y todo lo demás es secundario, exprimir el prime de Stephen Curry. La temporada pasada, muchos pedían un traspaso que solidificara la rotación y enviara a otros lugares de formación a esos jóvenes: James Wiseman (ahora 21 años, número 2 del draft de 2020), Jonathan Kuminga (20, 7 en 2021, pick robado a los Wolves para absorber a un Wiggins que acabó siendo esencial en el anillo de 2022: cosas de la vida), Moses Moody (20, 14 en 2021). Jordan Poole (23, número 28 en 2019) ya había saltado de la incubadora a la clase media y estaba a punto de entrar en la media-alta.

Un equipo de LeBron James, por ejemplo, siempre habría sacrificado ese medio y largo plazo para reunir las mejores piezas posibles pensando en el siguiente mes de junio y en nada más allá. Stephen Curry, con su particular forma de liderar y solucionar, aceptó un plan que la temporada pasada no tuvo que aplicarse: los Warriors fueron campeones sin necesidad de usar a los jóvenes. El timeline de Curry no tuvo que mezclar con el que debería liderar Wiseman. Pero este año, la necesidad cambió con las salidas de la rotación. Entre Wiseman, Kuminga y Moody cobrarán solo en este curso (los tres en contratos rookies) 19 millones de dólares. Poole, cuya extensión de estrella arrancará la próxima temporada, está en 3,9. En total, menos de 23 millones en cuatro jugadores. Si respondían, si daban una zancada y como mínimo rellenaban el hueco dejado en los cimientos por (sobre todo) Payton II y Porter, los Warriors habrían resuelto una de las ecuaciones a priori imposibles del deporte profesional estadounidense: presente+futuro, competir por el título hoy con una parte del equipo que compitió ayer y otra del que competirá mañana. A partir de ese mínimo, las posibilidades (Wiseman es un 2 del draft, Kuminga un 7) eran fabulosas, tanto como quisieran estirarlas los optimistas. El riesgo, con jugadores tan jóvenes y tan poco probados en las brasas de la realeza NBA, era también muy grande. Básicamente, abandonar (si salía mal) a un quinteto titular fabuloso a una situación de constante emergencia, sin recambios de categoría. Malo para la regular season, letal cuando haya que planear un viaje largo por los playoffs.

La presión se acumula sobre James Wiseman

En ese desequilibrio entre titulares y suplentes y esa indigestión en la transformación del futuro en presente, todos los caminos conducen a James Wiseman. De pronto, desaparecido otra vez. Para los de un lado del cuadrilátero la gran esperanza, un jugador que podía redimensionar a los Warriors 2022-23: un arma nueva. Para los del otro, un riesgo tan grande que renovar a Looney era una prioridad absoluta más allá de lo importante que este fue en la configuración con la que los Warriors equilibraron la apuesta ultra física (que luego se desvaneció por agotamiento) de los Celtics en las Finales. Esa pelea era un quid gigantesco en una cuestión gigantesca: la defensa del título de unos Warriors que, realmente, no sabían qué esperar de un jugador que ahora mismo es todo posibilidades… pero nada más.

Wiseman tiene (todavía) 21 años (y un anillo de campeón). Es un número 2 de un draft extraño en un destino extraño y en una situación incómoda. Un pívot enorme, un siete pies de verdad (2,13) de brazos largos y que parece añorar el baloncesto de otros tiempos. Sin la polivalencia multidisciplinar de tantos interiores de nueva hornada, ejerce por ahora de pívot suplente sin suerte y en riesgo de perder el sitio en la rotación. De hecho, en un aperitivo de lo que se vio contra los Kings y con todos los intocables descansando, Kerr lo usó poco en la derrota contra los Pelicans, donde reinsertó a un Kuminga que esconde, por sus condiciones físicas, un perfil de posible falso pívot que parece encajar más con la filosofía Warriors. Wiseman parece pensar y pensar y pensar cada paso que da en pista, juega con la losa de necesitar un par de segundos para decidir qué hacer. Así que se rezaga, va siempre un par de segundos por detrás y se equivoca. Con lo que necesita pensar más y, con el instinto suprimido, llega todavía más tarde y se equivoca de forma más visible. Y vuelta a empezar.

Se puede hacer ya un recopilatorio de gestos y miradas de sus compañeros tras sus errores y desconexiones en defensa. En ataque está cada vez más incómodo, retrocede más de lo que avanza. En mediciones de parejas de la rotación en pista, tiene net rating negativo con todos los jugadores de los Warriors con los que ha coincidido. Todos. Durante sus minutos, los rivales rebotean en ataque el 35,3% de sus fallos. Para situar la magnitud del desastre, el peor equipo de la NBA en eso es Brooklyn Nets, que concede al rival el 34,8% de los rebotes en su aro. La defensa de los Warriors enseña su mejor versión en un sistema ultra agresivo de cambios que no encaja con un pívot tan fijo y tan ancla como Wiseman, más apto para proteger en drop (hundiéndose hacia su aro) las jugadas de pick and roll. Eso requiere intimidar bajo canasta y evitar tiros cómodos a un par de metros de ella. Y todo eso requiere, claro, no hacer faltas constantemente. Wiseman promedia tres por partido en su carrera NBA… en menos de 20 minutos en pista. En medición de 75 posesiones se alarga a 6,6 esta temporada, un dato peor que en su curso rookie (5,1) y que, básicamente, implica que acabaría expulsado todos los partidos si jugara minutos propios de titular. Como los Warriors también están patinando en la protección exterior de las vías hacia el aro, conceden 28,1 tiros libres por cada 100 posesiones. El peor dato de toda la NBA y un sinónimo obvio de mala defensa.

En ataque, los Warriors presionan muy poco a la defensa rival porque les cuesta horrores acercarse al aro. Por diseño y estilo, suelen estar entre los equipos de la NBA que menos llegan a canasta, pero ahora están en el último lugar: solo en el 28,1% de sus ataques. Wiseman, a priori, es ideal para aplicar ese efecto gravitatorio que tira de las defensas hacia atrás; para estirar el espacio vertical, no solo el horizontal que generan los tiradores. Porque su gran virtud es acabar las jugadas de pick and roll, poner el bloqueo y recibir llegando al aro: su producción en esas acciones está en el percentil 94 de la NBA. Estupendo… pero en un equipo que huye con frecuencia del pick and roll, cuyo ataque se diferencia de tantos y tantos en la Liga que aplican ese spread pick and roll con un bloqueo frontal y tiradores esperando a ambos lados, muy abiertos. Más creativos y móviles, generando y aprovechando los espacios de otra manera, los Warriors no saben qué hacer con Wiseman y hasta Curry parece a veces frustrado con un jugador que acaba, básicamente, comiéndose unas parcelas de la cancha en las que su equipo suele operar por aparición y fogonazo, no por ocupación y maniobra.

Los Warriors parecían no tener más solución que cambiar su manera de atacar para involucrar a Wiseman en el flujo del juego. Jugar distinto cuando él esté en pista. Eso se hace constantemente con rookies de altísima elección porque suelen estar en equipos en reconstrucción, sin objetivos mayores que desarrollar el potencial de sus nuevos héroes. Pero, y por eso el destino es raro, los Warriors son el campeón y un equipo de leyenda. Y tienen un estilo que va contra las virtudes de Wiseman. Así que asoma ya la alternativa: que no esté en pista en absoluto. Es un lío, como mínimo.

Mucho recorrido, muy pocos partidos

Wiseman, repito, tiene 21 años. Solo estuvo un año en College (2019-20) y solo jugó en tres partidos en ese tiempo con la Universidad de Memphis. En los Warriors lleva 49 mal repartidos: 39 como rookie y diez en este arranque de curso, después de más de una temporada en blanco por una fea lesión de menisco, en diciembre de 2020, y una recaída cuando parecía a punto de volver, en marzo de 2022. Así que desde el otoño de 2019 solo ha jugado 42 de competición oficial, ha tenido una lesión de rodilla dura y soporta, mientras, la presión de ser un número 2 del draft sin sitio aparente en, tal vez, el mejor equipo de la historia del baloncesto. Mejor no tener el gatillo fácil antes de dar mucho vuelo a las comparaciones con Michael Olowokandi o Kwame Brown, porque a Wiseman le queda mucho camino. Pero, dicho eso, es justo reconocer que ahora mismo la cosa tiene mala pinta y que, sobre todo, empieza a coger temperatura la duda de si ese camino conducirá pronto a un desvío que le alejará de San Francisco.

Los Warriors eligieron a Wiseman en el draft de 2020, que fue una experiencia absolutamente estresante para todas las partes implicadas porque la pandemia quebró por completo una metodología que incluye viajes, entrevistas personales, comidas, entrenamientos privados y, durante los meses anteriores, análisis de horas y horas de partidos (cintas y cintas: tape) que esta vez no existían. La COVID dejó a la NCAA sin torneo y a las grandes promesas de ese draft sin escaparate. La combine fue virtual, como el propio draft, que cambió el 25 de junio y el Barclays Center por el 18 de noviembre y la videoconferencia desde los estudios de ESPN en Bristol. Lo que suele el reto de gestionar una sobredosis de información, el gran valor antes de apostar por un jugador u otro, se convirtió en una cruzada histérica entre una maraña de oscuridad. Bob Myers, el mandamás de los despachos de los Warriors, lo explicó así: “Normalmente traemos los chicos a nuestras instalaciones, los vemos entrenar con nuestros sistemas, vamos con ellos a cenar, pasan pruebas con nuestros médicos… cuando vas a invertir 30 o 40 millones de dólares, solo de entrada, en un jugador tan joven, quieres tenerlo todo lo más atado posible”.

La pandemia llenó su draft de dudas y análisis confusos. Anthony Edwards acabó siendo un cuestionado y muy debatido número 1, Wiseman cayó al 2 por esos mínimos tres partidos de College y LaMelo Ball fue 3. ¿Se equivocaron los Warriors no eligiendo a LaMelo? Es difícil seguir la línea de ese what if. El resto del top 10 no marcha como para tirar cohetes, y hay que ir más atrás para ir encontrando el nivel verdaderamente alto. La aleatoriedad intrínseca del draft más la que añadió la pandemia: Tyrese Haliburton fue número 12, Tyrese Maxey 21, Jaden McDaniels 28 y Desmond Bane, 30.

En un año en el que era difícil (más de lo normal) saber quién era quién en la parte noble de la siguiente generación rookie, los Warriors redoblaron su zambullida en el misterio con un jugador que había dejado su expediente universitario en tres tardes. En ellos, eso sí, promedió 20 puntos, 11 rebotes y 3 tapones con un 80% en tiros de dos en solo 23 minutos de media en pista.

El camino de Wiseman hasta la NBA ha estado marcado por su relación con Penny Hardaway, leyenda del baloncesto de Tennessee que, después, fue cuatro veces all star en los Magic de los noventa que jugaron unas Finales y en los que ejerció de escudero eléctrico de Shaquille O’Neal. Wiseman jugaba en un instituto en Nashville hasta que pasó al East High School de Memphis, donde trabajaba Hardaway. Después, descartó el órdago de Kentucky y eligió los Tigers de Memphis, que habían contratado como entrenador... a Hardaway, que en 2017 había dado 11.500 dólares a la madre del pívot para ayudar con la mudanza de Nashville a Memphis. El salto universitario llegó tras un verano en la Liga juvenil de Nike (EYBL) en la que compitió con el equipo... de Hardaway. En 2019, debutó con los Tigers contra South Carolina State: 28 puntos, 11 rebotes y 3 tapones. Y solo unos días después, le cayó la suspensión de 12 partidos por esos 11.500 dólares (que, además, tuvo que devolver en forma de donación a organizaciones de caridad) que habían llegado de un entrenador cuyo vínculo con su futura universidad era obvio: en ella había jugado antes de ser una estrella de la NBA, en ella daba nombre a un Hall of Fame cuya construcción también había pagado.

Wiseman pudo jugar dos partidos más mientras se completaban los trámites legales de la suspensión. Cuando estaba parado, anunció que se sentía preparado para presentarse al draft y que no volvería a la universidad. Y acabó en los Warriors, un lujo con riesgos: no era desde luego la clásica franquicia en reconstrucción ni iba a ponerle en los posters y las marquesinas como nuevo gran reclamo del equipo. Su camino, para bien o para mal, sería otro. Y por ahora, está siendo muy difícil, incluida una inoportuna lesión de rodilla. Quizá haya un punto de inflexión en el que las cosas hagan click. Algunos creen que, siguiendo el ejemplo de Jordan Poole, un paso por la Liga de Desarrollo le ayude a rearmarse, en juego y en ánimo. Pero la cuestión es que, ahora mismo, los Warriors están perdiendo partidos a chorro y James Wiseman se está convirtiendo, por sus estruendosos errores y por las circunstancias (la presión del doble timeline) en la imagen de las derrotas y los problemas. Con 21 años y en la franquicia sobre la que se están puestos ahora, día y noche, los ojos de América. Sí, es un lío como mínimo.