Los Pelicans, ni con Zion ni sin Zion
La temporada se presenta llena de incógnitas y, si va mal, con decisiones difíciles al final del camino para una franquicia que ha gastado ya muchas oportunidades.


Las cosas nunca son sencillas con Zion Williamson (ya 25 años). Hasta que el calendario ya le había pegado un bocado al verano no estaba totalmente claro que los Pelicans fueran a ejecutar la próxima temporada de su contrato, por 39,4 millones de dólares. Son las circunstancias (es decir, los problemas con la báscula, las lesiones y el desenfoque recurrente fuera de la pista) que hicieron temblar a la franquicia cuando había que firmar (verano de 2022) una extensión de muchísimo dinero a un jugador que a estas alturas debería ser una de las principales estrellas de la NBA. Y, por decirlo suavemente, no lo se. En ese sentido, su potencial queda explicado por el hecho de que una carrera por ahora tan profundamente decepcionante (basta recordar lo que era Zion en Spartanburg, en Duke, la noche en que fue número 1 del draft de 2019) haya abrochado ya dos all star (2021, 2023).
Al final, Zion se llevó casi 200 millones por cinco años (caducan en 2028) pero con una ingeniería de papeleo que explicaba hasta qué punto se había deteriorado ya la relación de confianza entre las dos partes: el 20% del salario para la siguiente temporada se asegura si pasa con éxito seis controles de peso durante el curso anterior; otro 40%, si juega al menos 41 partidos; y después, un 20% si lleva a 51 y otro pellizco igual si alcanza los 61 que hasta ahora, en su carrera profesional, ha alcanzado una vez (antes de la extensión) y superado otra. Así que hasta el 15 de julio los Pelicans solo tenían obligación de pagar una parte del sueldo de Zion, que podía desaparecer de su vista... y de sus cuentas de futuro. Pero habría sido, en el trazo grueso, una pésima gestión: llegado a este punto, mejor esperar, esperar otra vez (¿se ha esperado ya demasiado?) y, si la cosa sigue así, ver qué mercado tiene Zion, algo que quizá no ofrezca el retorno que esperan los más voluntaristas. Para eso, un arranque de curso 2025-26 a pleno rendimiento podría abrir un interesante debate de cara al cierre de mercado invernal: ¿juega Zion para liderar a los Pelicans en la nueva era de otra nueva era o lo hace para disparar su valoración a los ojos de otros directivos?
Para los citados voluntaristas, Zion volvió a dejar miguitas de pan para seguir la ruta del optimismo la temporada pasada: 24,6 puntos, 7,2 rebotes y (techo de su carrera) 5,3 asistencias. Con su habitual eficacia probada cerca del aro (en ataque, solamente) y su nulo gusto por la línea de tres. Zion es capaz de dinamizar y hacer competitivo cualquier ataque que sea capaz de poner a su lado un poco de tiro para despejarle lo más posible la zona. También sigue siendo un reboteador de perfil bajo, un defensor mediocre que no tiene fuelle para proteger el aro y, en ataque, un jugador que requiere una disposición muy concreta porque obliga a una fisionomía de quinteto particular si juega de cinco pequeño -con la bola en las manos- y colapsa mucho los espacios si juega de cuatro con un pívot al lado. Necesita, de hecho, uno muy concreto y en eso los Pelicans encontraron una pieza valiosa en el draft de 2024 (Yves Missi). Pero, por encima de todo, el dato más relevante es que Zion (que sigue acumulando asuntos delicados fuera de las pistas, el último una denuncia por violación, estrangulamiento y amenazas en mayo) solo jugó 30 partidos la temporada pasada.
Mientras su físico siga sin acompañar, todas las demás cábalas acabarán enredadas en en el mismo laberinto en el que han estado metidos los Pelicans desde que acabó de muy mala manera la era Anthony Davis y a uno de los números 1 más mediáticos de la historia (el de Zion) se sumó, todo en aquel optimista verano de 2019, la llegada de un ejecutivo como David Griffin, que venía de hacer maravillas con los Cavaliers de LeBron James y que era otra pata de una promesa de buenos tiempos que nunca se materializó.
Zion se ha pasado buena parte de estos seis años entre lesiones, ausencias y problemas de disciplina y comunicación con el equipo; Griffin, que lo intentó todo (sin mucha suerte) para conectar con su estrella y el blindaje de su entorno, ya no está. Y los Pelicans ya han dilapidado todo lo que obtuvieron por Davis (por la cuenta pasan Brandon Ingram, Lonzo Ball, Josh Hart, De’Andre Hunter, Dyson Daniels…) con un bagaje, en seis años de buenos tiempos que nunca llegaron, de solo dos visitas a playoffs sin series superadas y apenas dos partidos ganados (2-8). Zion todavía no ha jugado un solo partido de eliminatorias y la pasada temporada, entre una (otra) plaga bíblica de lesiones y una supurante irrelevancia, el equipo firmó su peor balance en dos décadas (21-61).
Tensión en los despachos, el banquillo...
A base de no tener presente, los Pelicans han ido dilapidando también su futuro: el último ranking de ESPN sobre cómo les irá a los equipos en las siguientes temporadas hunde totalmente la confianza en el equipo de NOLA, hasta ahora un what if que nunca se resolvía… pero un what if al menos. Algo que, si acaso, da juego en las redes sociales. Según los expertos de la cadena, solo los Suns tienen por delante un porvenir peor; cosa que, en todo caso, no es en absoluto científica y puede acabar resultando totalmente equivocada porque los dioses del deporte escriben en renglones muy torcidos. Ese puesto 29 del ranking del futuro es el peor para el equipo de Luisiana en los 16 años que lleva ESPN haciéndolo. Cae trece puestos con respecto al decimosexto del pasado verano. Y se basa en este desglose: penúltimo (29) en cuanto a ejecutivos, 28º por mercado, 24º por plantilla, 20º por draft y 15º (mitad de la liga, algo es algo) en situación financiera y contractual.
Los Pelicans siguen en manos de Gayle Benson, la viuda de un Tom Benson que delegó en ella la gestión de su verdadera pasión, los históricos Saints (NFL) y su muy pequeño hermano, la franquicia NBA de Nueva Orleans. Una ciudad donde la familia Benson está muy señalada por muchos asuntos que rodean a lo deportivo, no precisamente el menor un uso muy tacaño del dinero y una gestión que, no parece que por casualidad, ha estado en los últimos años entre las peores de ambas competiciones, NFL y NBA. La salida de Griffin provocó una transformación a nivel ejecutivo que trajo a Joe Dumars como vicepresidente y a Troy Weaver como general manager. Dumars (62 años) es un pedazo de historia de la NBA (escolta titular de los Bad Boys de Detroit Pistons) y tuvo mucho éxito como ejecutivo en la MoTown (anillo de 2004 incluido). Pero, después de un paso en falso por los Kings y unos años en las oficinas de la NBA, muchos creen que su estilo está desfasado y que su perfil no es el ideal para un equipo en la situación de los Pelicans. Y que Benson se ha puesto en sus manos para, entre otras cosas, seguir siendo una de las franquicias que jamás, jamás, jamás paga impuesto de lujo.
Ya son un clásico los movimientos de perfil bajo durante la temporada, en NOLA, para aligerar las cuentas y no cargar con pagos extra. El curso pasado, se envío por esta razón a Daniel Theis a los Thunder. Un pasito lógico en un equipo ya desahuciado y centrado en el draft, pero otra gota (aparentemente irrelevante) en un vaso muy colmado para los sufridos aficionados. Ya en su despacho, Dumars se encontró con una plantilla que se pasa media vida en la enfermería y dos asuntos urgentes: Zion Williamson (sigue) y Willie Green, que también continúa y que tendrá otra oportunidad al frente de un equipo que suele tener, con él como principal responsable (se supone) poca identidad y una cultura demasiado indefinida.
¿Cuánto por culpa del entrenador y cuánto por las constantes lesiones que no dejan que cuaje una rotación estable? Parece que no hay forma de saberlo, pero el caso es que Green (en el cargo desde 2021) comienza la nueva temporada con mucha presión, bajo el microscopio y con una directiva que ha heredado (y no fichado) a un entrenador (algo que siempre provoca suspicacias) y que también quiere justificar sus decisiones con victorias. Si el objetivo es pensar en el medio plazo, el planteamiento patina porque hay demasiadas partes obligadas a afirmar/reafirmar su posición. También Zion: porque, mientras siga el ala-pívot, la reconstrucción será un proceso solo a medias. Y esos suelen salir mal, un ni frío ni caliente que acaba siendo muy frío. Pero, otra vez, el deporte escribe en renglones muy torcidos, así que…
Un verano de decisiones extrañas
Dumars ya ha tomado dos decisiones que han sido muy criticadas. Como mínimo, muy comentadas. El veterano CJ McCollum (una personalidad de la liga y un guard de talento ya venido a menos: 34 años) fue traspasado a Washington Wizards junto a Kelly Olynyk a cambio de Jordan Poole, Saddiq Bey y el pick 40 (segunda ronda) del pasado draft. Existe, porque llueve sobre mojado, la sospecha financiera. Poole y Bey apilan unos cinco millones menos que McCollum y Olynyk en las cuentas de la nueva temporada, un dato notable si se pretende esquivar de nuevo el impuesto de lujo. Pero la contrapartida es obvia porque mientras que los que se van acababan contrato el próximo verano, Poole y Bey tienen totalmente garantizada la temporada 2026-27. Así que el volumen salarial es mayor en el saldo final para unos Pelicans que, eso sí, se rejuvenecen y suman, esa es su versión, el dinamismo en el perímetro que McCollum ya no aportaba y que tampoco iba a poner hasta bien entrada la temporada (en el mejor caso) un Dejounte Murray que se rompió el tendón de Aquiles en enero.
Así que en un momento crucial de su construcción y sin mucha opción ya de reseteo hasta seguramente (y como mínimo) el verano de 2027, los Pelicans se ponen en manos de un Poole (26 años) que arrastra un estigma permanente sobre su implicación (y fiabilidad) defensiva y su capacidad para ser una pieza importante en un equipo verdaderamente competitivo (más allá de sus flashes desde el banquillo para los Warriors campeones de 2022). Esta operación sigue a la de Murray, también extraña porque los Pelicans dieron, por otro jugador con serias cuestiones sobre cómo de sólido puede ser en el nivel más alto, a Dyson Daniels (que ha explotado en los Hawks como guard defensor de primer rango) y, además de otras piezas, dos primeras rondas. Murray, hasta su grave lesión, jugó entre enormes dientes de sierra, sin regularidad y, por lo que ha contado después, muy disgustado por lo que se encontró en los Pelicans: “Nadie sabía qué estábamos haciendo. No quiero usarlo como excusa, pero no podía ser yo mismo”, reconoció un base que pasó también por problemas familiares y que, de entrada, reconoció que su objetivo era salir de Atlanta… pero no acabar en Nueva Orleans.
El otro órdago de Dumars, este sí criticado de forma básicamente unánime, llegó en la noche del draft. Los Pelicans eligieron con el pick 7 al vertiginoso Jeremiah Fears con la esperanza de haber encontrado a su base del futuro. Después, se movieron con una agresividad inesperada (y que no encaja demasiado con el estado de su proyecto) para hacerse con el pick 13 y asegurarse a Derick Queen, un interior al que muchos creían que se podría acceder más abajo, sin necesidad de tanta impulsividad. Por esa elección los Pelicans dieron a Atlanta Hawks el pick 23 de ese draft y su primera ronda, sin protecciones de 2026. Un año con, creen los expertos, mucho talento y para el que Dumars ha perdido el control de una elección que será la más favorable de la suya (un equipo que ha acaba de ganar 21 partidos y que no sabe bien qué terreno pisa) y la de los Bucks, otra franquicia con señales de alarma que pueden conducir a un deterioro rápido y un puesto de draft alto.
Queen, que iniciará la temporada fuera de las pistas por una lesión de muñeca, es un interior con mucho potencial como jugador de ataque. Con instinto para pasar, toque para finalizar cerca del aro, lectura de las continuaciones cortas tras bloqueo… no es un buen defensor, ni por rapidez de pies ni por envergadura, aunque eso lo puede complementar Missi para redondear un movimiento que puede sonar sospechosamente a recambio de Zion. Al menos, a un por si acaso. Para ayudar en la defensa y el rebote, y para echar una mano en un vestuario que busca referentes, llega un ilustre veterano (no tan veterano como parece: 29 años) como Kevon Looney, tres veces campeón con los Warriors. En todo caso, la rotación interior apunta a asunto delicado una temporada más y en cuanto las lesiones jueguen una mala pasada.
El caso es que los Pelicans se han, en cierta medida y porque casi nunca juegan los tres juntos por culpa de las lesiones, fragmentado entre el futuro que podría ser y nunca es (Zion) y el que está más a mano, a punto de materializarse: Trey Murphy III (25 años) tiene techo de all star o casi all star y un buen contrato para su talento y los números de la NBA actual (cuatro años, 112 millones); Herb Jones (26) es un defensor de elite que acaba de renovar por tres años y 67, un dato excelente para los Pelicans si el alero, uno de los mejores atrás de la NBA, da un pasito más como jugador de ataque. Con ellos y una batería joven que incluye a Missi, Fears, Queen, un Jordan Hawkins que tiene todavía 23 años y el segunda ronda Micah Peavy, que puede acabar siendo un buen jugador de rotación e intangibles, la cuestión obvia es cuánto sigue mereciendo la pena poner todo en manos de otro vamos a ver qué pasa con Zion.
Incluso si sale bien, es muy difícil ver a los Pelicans (diez jugadores tienen 26 años o menos) como aspirantes de primer rango en un Oeste que apunta a, otra vez, muy duro y muy profundo. Salvo que, una idea ya sugerida, un gran Zion implique mucho movimiento de cara al mercado invernal. Si sale mal, otro año irá por el desagüe y el valor de los activos seguirá cayendo, ya sin la primera ronda de 2026 y después de haber devuelto, en otro movimiento que puede acabar saliendo muy mal, la suya a los Pacers (recibida de los Raptors, que la tenían por el traspaso de Pascal Siakam). Un trato cerrado justo antes, pura mala suerte, de que la lesión de Tyrese Haliburton revalorizara mucho (a priori) ese pick enviado a Indiana a cambio del 23 de este año (usado después para ir al 13 a por Queen) y los derechos para elegir a Mojave King. Ese es el patrón en los Pelicans desde hace mucho tiempo: lo que puede ir mal, va peor todavía. Ahora la cosa tampoco pinta bien, entre la indefinición de un presente difuso y un futuro que da cada vez menos pistas. Pero, ya se sabe, el deporte escribe recto… en renglones muy torcidos.
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