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Dallas Mavericks

Los enemigos de Luka Doncic

Un cambio de propietarios, muchas sombras y un ejecutivo que ha pasado de reverenciado a denostado. ¿Qué hay detrás del traspaso de Doncic?

Miriam Adelson, condecorada por Donald Trump
Alex Wong
Juanma Rubio
Nació en Haro (La Rioja) en 1978. Se licenció en periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. En 2006 llegó a AS a través de AS.com. Por entonces el baloncesto, sobre todo la NBA, ya era su gran pasión y pasó a trabajar en esta área en 2014. Poco después se convirtió en jefe de sección y en 2023 pasó a ser redactor jefe.
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Se ha repetido mucho en los últimos días, mientras todo el mundo intenta dar sentido a qué demonios ha hecho Dallas Mavericks, que aquello no habría pasado con Mark Cuban. Pero, claro, Cuban ya no está. Se hizo a un lado en diciembre de 2023, en una operación que rondó los 4.000 millones en la valoración de la franquicia y que primero aireó que el anterior mandamás iba a seguir teniendo voz y voto en las decisiones deportivas. Sonaba raro porque nadie se compra un juguete para que sean otros los que den a los botones. Y, como vaticinaba la suspicacia, no ha sido así.

Cuban no ha tenido nada que ver con el traspaso de Luka Doncic a los Lakers y bien que se ha encargado de dejarlo claro con su estruendoso silencio durante los primeros días, en pleno trance de noticias y cuando reinaba la más pura incredulidad en Dallas. Después, sí dejó (“he tenido una semana complicada”) su recado en una conversación sobre vida y negocios con el mismísimo Bill Gates: “Si cuando ya habías dejado de ser el CEO de Microsoft te hubieras enterado de que Steve Ballmer había cambiado Windows 11, el nuevo sistema operativo que triunfa, por Windows 10, un sistema operativo digno del Hall of Fame pero ya más anticuado, ¿qué habrías hecho?“. Gates, por cierto, le contestó que lo que haría, seguramente, en una situación así es ”esconderse de la prensa“. Y el expropietario de los Mavs remató entre risas esclarecedoras: “Pues conozco a un par de tipos que están así estos días”.

Reducido a un punto minúsculo en el engranaje de una franquicia que ya no es suya y en la que ya no se le consulta en los asuntos trascendentales, Cuban se había lavado, antes, las manos cuando Ramona Shelburne le llamó mientras elaboraba su esperado artículo en versión longform sobre la madre de todos los traspasos para ESPN. No quiso decir nada, que en este caso era decir mucho, pero la propia Shelburne aseguró, en el debate televisivo de Around The Horn, que Cuban jamás habría traspasado a Luka Doncic. Y Marc Stein publicó, días después, que su intento por parar lo que por entonces ya era inevitable llegó tarde y no tuvo ningún éxito. Se ha pasado días circulando por las redes, como confirmación improvisada de todo esto, un comentario del propio (y cada vez más añorado) Cuban a este respecto, en 2020 y cuando todo eran, tan sólo, suposiciones bastante locas: “Si tuviera que elegir entre mi mujer y mantener a Doncic en los Mavs… tendríais que buscarme en el despacho de mis abogados preparando el divorcio”. Pues eso.

Si no eres nueva escuela, eres vieja escuela

En 2000, un Cuban de 42 años que había hecho fortuna muy rápido a través de la tecnología (un atisbo de lo que estaba por venir, no solo en el baloncesto profesional) compró los Mavericks por 285 millones de dólares. Después de la venta del 73% de la franquicia a las familias Adelson y Dumont, emperadores del mundo de los casinos y el juego, la valoración total de los Mavs está ya por encima de los 4.500 millones. Cuban fue un enfant terrible difícil de controlar, un punto discordante y atípico en el board de la NBA, el gran concilio de las franquicias y corazón de la liga. Ahora tiene consideración de recuerdo ilustre de la vieja escuela, así cambia la vida. La de los propietarios de antes, preocupados e inmiscuidos (a veces demasiado) en los asuntos deportivos. Los que manejaban (no siempre bien, desde luego) los equipos con un feeling que partía muchas veces de lo local, de la pertenencia y lo que se había mamado, en casa o en el instituto. Que a veces eran tacaños y obtusos, cómo no, pero que no-hacían-cosas-como-traspasar-a-Luka-Doncic.

Hoy el valor medio de las franquicias NBA está por encima de los 4.000 millones, una cifra que se ha duplicado en poco más de cuatro años y que crece temporada a temporada en formato burbuja mientras la liga, entre debates sobre cómo se juega, cuánto importan los partidos y cuántos triples se tiran o se dejan de tirar, firma unos contratos televisivos de ciencia-ficción y se asegura la riqueza para, como mínimo, el medio plazo. En ese escenario, en el que no hay nada que rescatar ni mimar y en el que el hipercapitalismo fija su atención como hace con todo lo que huele a dinero, las franquicias cambian de manos, se insertan en planes económicos en los que son parte y no fin y participan de una especulación que ya regula, veremos por cuánto tiempo con discreción, la llegada de fondos de inversión privados y del dinero público de esas inacabables fortunas de los países árabes que tienen ya peones en todo el tablero del deporte mundial.

En ese escenario se hizo con los Mavs, definitivamente en diciembre de 2023, Miriam Adelson, furibunda trumpista (la NBA es una competición woke, pero hasta cierto punto) y viuda de Sheldon Adelson, patriarca de un imperio del juego gestionado a través de Las Vegas Sands y entre otras muchas cosas el tipo que quiso meter en el este de Madrid aquella chaladura decadente que iba a ser Eurovegas. Su socio (y familia política) Patrick Dumont, que se casó con la hijíisima de los Adelson, Sivan, es, en realidad, el que toma esas decisiones en las que solo los muy ingenuos creían que iba a seguir teniendo voz Cuban.

Dumont ha sido también el encargado de demostrar cuál es su estilo y cómo van a hacer las cosas. En pleno incendio, habló con el Dallas Morning News y eligió el formato de combate, sin suavizar lo sucedido, sin politiqueo y con mensajes muy duros, todos con Doncic como objetivo obvio: “Tal y como yo lo veo, se gana por mentalidad, por tener el carácter adecuado, la cultura que hay que tener; y por dedicarse como es debido a trabajar tan duro como sea necesario para crear un entorno de los que ganan títulos. Si no haces eso, vas a perder. Y si te fijas en los gigantes de la NBA, los grandes con los que crecimos -Michael Jordan, Larry Bird, Shaquille O’Neal, Kobe Bryant- trabajaban muy duro, y todos los días, totalmente concentrados en ganar. Y si no tienes eso, no va a funcionar. Si no tienes eso, no puedes formar parte de Dallas Mavericks. Eso es lo que queremos, lo he dejado claro y todos los saben en la franquicia. Así es como hago las cosas fuera del baloncesto, porque es la única manera de ser competitivo y ganar. Si lo que quieres es pegarte unas vacaciones, no lo vas a hacer con nosotros”.

Ahora, y porque el traspaso de Doncic es tan inconcebible que invita a pensar en que hay asuntos magros en las sombras, engranajes que no se ven, el cambio de manos de la franquicia está en primera plana, en la diana de las quejas de los aficionados de los Mavericks. La NBA ya abrió (es social, pero hasta cierto punto) la puerta al negocio del juego, con idea además de que sea el comienzo de una gran amistad en la que, ay, qué demonios podría acabar saliendo mal. Los Adelson y los Dumont son el juego, la personificación de un mundo como mínimo turbio. Como poco, descarnado y tóxico. Y han aparecido en escena en ese cruce de caminos instrumental para sus intereses, entre la aceptación cada vez mayor de las apuestas como uno de los sostenes legales del deporte profesional y la batalla que están librando, a sangre y fuego con todo su músculo como lobby, para legalizar el juego en Texas, una tarea pendiente para un sector que es pura depredación: un caramelo colosalmente goloso.

Un cambio que puede no ser a mejor

Desde su llegada, los nuevos jefes han demostrado poco interés por las pistas, por el baloncesto; Y poco también porque no sea algo evidente para todo el que eche un simple vistazo. Sí se filtró el proyecto de un pabellón-casino para que los Mavs del futuro jueguen en un monumento a las apuestas. Una franquicia NBA, una además con un profundo arraigo social, ha pasado a ser, o eso parece, una baza más en una partida sucia, la guerra por el juego en Texas que por ahora los Adelson y los Dumont, con toda su mordida de rottweiler por delante, no están ganando. Por eso, y porque las explicaciones de los Mavs han sido de todo menos explicaciones (pírricas, contradictorias, a veces directamente indescifrables) algunos han aireado, terreno abonado para la conspiración, incluso un traslado fuera de Dallas como hoja de ruta oculta. Un desguace pieza a pieza que es solo un rumor más, uno radical en lo que de por sí es un escenario preocupante. Porque, como mínimo, parece que Dumont, que piensa en sus negocios y cuentas y no en partidos de baloncesto, andaba escandalizado con la extensión que se iba a llevar, y ya ni olerá por el cambio de equipo, Doncic este verano: cinco años, 345 millones de dólares.

Esto es obvio porque en cualquier otro supuesto el traspaso no se habría hecho o el que lo ha hecho estaría ya despedido. Así que los aficionados de los Mavs pueden añorar a Cuban, que jamás habría traspasado a Doncic, y elucubrar con lo que está por venir con unos propietarios que apenas dan la cara, se mueven en sombras de otros asuntos y tienen muy poco interés en parecer amigables. Ellos, como mínimo, han facilitado lo impensable. Han dado el visto bueno al que ha hecho el traspaso. Al malo principal de la película: Nico Harrison, que en unos meses ha pasado de niño mimado del mundillo NBA, ejecutivo de postín, a enemigo público número 1, y no solo en Dallas. Con la misma rapidez con la que, en L.A., Rob Pelinka ha virado de inútil que ni se lee el convenio a genio que ha vuelto a situar a los Lakers en su rol natural. El depredador alfa, el hogar de las estrellas. Es una versión exagerada hasta lo ridículo, casi paródica, de las circunstancias de los altos ejecutivos en la NBA. Si a los cinco minutos no sabes quién es el primo, es que el primo eres tú. Pero, en un caso así, tan sísmico, no es solo eso, los gajes del oficio. Lo de Nico Harrison va más allá de la volatilidad de su trabajo.

El bueno de la película era el malo

Harrison (52 años) llegó a los Mavericks como general manager y presidente de operaciones en 2021. El relevo de Donnie Nelson, el histórico ejecutivo que había dirigido, con aciertos y errores (claro) y una salida achuchada, la era Dirk Nowitzki. Harrison, esa fama le precedía, tenía a su favor el feeling con los jugadores, sus conexiones en la liga gracias a sus años de trabajo en Nike. Pero como todas las narrativas tienen reverso, precisamente esas conexiones han acabado siendo demasiado cercanas.

Él se hizo un nombre en Nike por su gestión en el fichaje de Kobe Bryant cuando el agente de esta era un Pelinka que ahora, por lo que se ha contado, jugó con los miedos y las urgencias de un Harrison que debería haber jugado con los miedos y las urgencias de su colega, obligado a hacer algo en unos Lakers suspendidos entre el presente y el futuro y siempre apremiados por el peso de su pasado. Y que era el único tipo de todo el planeta con más motivos que Harrison para que la operación se cerrara en el más restrictivo secreto. Si el ejecutivo de los Mavs quería evitar un circo mediático, presiones externas, un juicio público a destiempo y la posibilidad de acabar con Doncic enfadado como una mona si le operación se rompía, su homónimo en California tenía entre manos un chollo generacional, el atraco del siglo, y lo último que podía permitirse era una filtración que montara una puja, una brecha que pusiera patas arriba el mercado. El caso es que fue Pelinka, y no al contrario, el que convenció a Harrison de que el precio final se rebajara como pago por su silencio y su renuncia a hablar, y atar un par de cabos, con el agente de Doncic, Bill Duffy.

Ahora se recuerda, porque es el momento de zurrar al muñeco, que Harrison hizo perder millones a Nike porque fue el responsable del fallido intento de fichar a Stephen Curry antes de que este se vinculara a Under Armour. Una presentación nefasta, en la que tachó y corrigió lo que se había usado con Kevin Durant y en la que llegó a conducir (cuenta la leyenda, muy negra) a Steph con su hermano Seth. Se le quiera dar más o menos importancia a esto, es otra demostración de cómo cambian las narrativas: del Harrison, el mago de Nike que ficharon los Mavs al Harrison, el que la pifió en Nike antes de fichar por los Mavs. Y del que algunos en Dallas dicen ahora que no tiene intención de alargar demasiado su carrera en los despachos de la franquicia.

En fin. Sí se sabe que al ejecutivo le molestaba y le preocupaba el descontrol con el peso y el poco cuidado que tenía Luka Doncic con su físico. Y le daba vueltas a qué pasaría si le daba 345 millones a un jugador cuya carrera podría envejecer mal por su falta de atención a asuntos que siempre acaban siendo vitales para un profesional. Marc Stein lo explicó así: “Básicamente fue Harrison el que, después de la derrota en las Finales contra los Celtics, se convenció de que Doncic no iba a mejorar su compromiso con tener una mejor preparación física, su disciplina fuera de las pistas. Y que no iba a mejorar como líder del equipo, como el encargado de establecer una cultura ganadora, ni iba a hacer nada por tener otro comportamiento con los árbitros. Y que a medida que avanzara su carrera iba a tener cada vez más problemas a la hora de mantenerse sano y poder jugar. Y por eso no quería que llegara julio y tener que darle más de 350 millones por cinco años”.

Por encima de todo, lo que acaba emergiendo es una guerra de poder, un hartazgo con un componente profundamente personal, un distanciamiento cuyo rastro conduce al reguero de despidos, en los Mavericks, de perfiles muy cercanos a Doncic. “Se deshacen de toda la gente que me gusta”, dijo el esloveno según el citado artículo de Ramona Shelburne en ESPN. Normalmente, no es ese el trato que recibe un jugador franquicia, y más a uno con galones de megaestrella (global y, seguramente, generacional) y de 25 años, se supone que con su prime por delante y no por detrás.

Lo que nunca se podía ver venir

Tampoco es que Harrison diera pistas de su hartazgo. O puede ser que este le sobreviniera esta temporada, con las lesiones como escenario de la batalla. Hasta este verano, su labor (y muy bien hecha) había sido la que le tocaba, la del general manager entregado a la causa de su estrella, que mueve piezas para explotar sus virtudes y minimizar sus defectos: una segunda estrella generadora (Kyrie Irving), músculo y defensa (PJ Washington, Derrick Jones Jr, Dante Exum…), tiro (Klay Thompson), un ancla en la zonas (Dereck Lively II… Una redefinición de un equipo que no sabía muy bien hacia donde iba hace solo dos años, antes de la llegada de Kyrie (una apuesta entonces muy arriesgada) que puso en marcha todo lo demás, la escudería que rodeó al Doncic pleno en la ruta hacia las Finales 2024 de la NBA. Desde ahí, del trono del Oeste y la lucha por el anillo, han pasado menos de ocho meses, un viaje inolvidable e imposible de imaginar sin Doncic como fuerza motriz. El curso pasado, el base fue all star por quinta temporada consecutiva, integrante del Mejor Quinteto por quinta temporada consecutiva, tercero en la votación del MVP... Promedió 33,9 puntos, 9,2 rebotes y 9,8 asistencias. Y firmó un partido de 73 puntos, 10 rebotes y 7 asistencias.

Los Mavericks seguirán siendo un muy buen equipo con Anthony Davis. Su defensa será excepcional. Pero todo su sistema de ataque, su forma de operar y de ser más que un muy buen equipo, se basaba en la lectura y el poder gravitacional de Doncic. Los Mavs, y eso por no hablar del futuro, han cambiado sobre la marcha la fisionomía de un equipo que viene de jugar la Final de la NBA. Es un riesgo enorme. Y desde luego han acortado su ventana de aspiración: es difícil pensar en ganar más allá de este año y el próximo con el núcleo Kyrie-Klay-Davis. Vendrán player options y posibles extensiones, y vendrá marejada (de las gordas) si las cosas no salen bien en los próximos playoffs. Porque ahí quedarán los Mavericks, más allá de un Harrison que dijo, casi literalmente y en su confusa comparecencia para explicar lo inexplicable, que el futuro no iba más allá de tres o cuatros años porque él seguramente no estaría allí después. Su rueda de prensa, en todo caso, se puede usar como ejemplo de lo que no hay que hacer... al menos si es que había algo que realmente se quería explicar.

Incluso si se compran los argumentos de Harrison, sus declaraciones fueron torpes y poco convincentes y sus acciones, un ejercicio de mala praxis. Reconoció que Pelinka, entre otros, se había tomado a broma su primer acercamiento (¿por qué sería?), dijo una cosa y la contraria (temía por la extensión de este verano, temía que se estuviera formando una larga fila de equipos dispuesta a tentar a Doncic en el mercado) y acabó devorado por detalles que permiten cuestionar su juicio en todo este asunto. Actuó con una prisa ansiosa y difícil de explicar más allá del deseo personal de perder al esloveno de vista; no quiso una puja pública ahora pero tampoco esperar al verano para ver cómo acaba todo el mundo la temporada y qué podrían poner sobre la mesa los que salieran escaldados de los playoffs. Y no quiso ver cómo funcionaba a pleno rendimiento el campeón del Oeste cuando regresara del parón por lesión su estrella.

Lo que ha recibido es irrisorio. Porque Anthony Davis es obviamente un jugador excepcional, pero no es a priori primera espada de un campeón (¿y Kyrie Irving?) y tiene casi siete años más que Doncic. Y porque no soporta la comparación con lo que se dio a cambio de jugadores como Rudy Gobert, Mikal Bridges o un Kevin Durant de 34 años, el que se fue de Brooklyn a Phoenix. Resulta extraño que haya sido ahora cuando Harrison ha decidido que es irrecuperable un jugador que, , tiene que cuidarse más, estar en mejor forma, bajar de peso y protestar menos a los árbitros. Pero que así, en esa versión, ha hecho cosas a la altura solo de los mejores de siempre en la primera parte de su carrera. Dirk Nowitzki, que tiene una estatua en Dallas, también tuvo valles, Finales perdidas y cuestiones sobre su liderazgo y su dureza hasta que eclosionó como leyenda en el Norte de Texas. A los 25 años todavía no había sido campeón. Tampoco LeBron James, Giannis Antetokounmpo, Nikola Jokic

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Todo ha sido tan extraño, y las explicaciones tan poco convincentes, que se han abierto las puertas a otros argumentos, todos peligrosos: las cuitas personales de un Harrison enfrentado a Doncic, el interés o desinterés (salarial, empresarial) de los nuevos propietarios… Una oscuridad reptante hecha de dudas muy razonables que devora a los aficionados de los Mavericks y tiene perpleja a la NBA. Un movimiento nunca visto, realmente nunca visto, que ha puesto a una franquicia que estaba en un momento óptimo en un precipicio muy peligroso. Y que está obligando a repensar incluso cómo son las relaciones entre las estrellas y sus equipos en este mundo del nuevo convenio, con los temidos aprons y tantas restricciones que se están empezando a volver en contra de los jugadores. Después de corregir una situación que pudo volverse peliaguda, el primer tomo de la historia de Doncic en la NBA, con la llegada de refuerzos y la confección de un proyecto de acero, los Mavs han decidido apostar contra el que era su jugador franquicia y su rey sol, decirle al mundo que Doncic no es para tanto. Si sale mal, y es fácil imaginar escenarios en los que sale muy mal, la historia será cruel: con la institución, con sus nuevos dueños y con un ejecutivo al que hasta hace unos días todos consideraban uno de los mejores de la NBA. Qué cosas.

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