El equipo de la Bahía es el único que no ha cerrado ninguna operación en este mercado. Espera al desenlace de un ‘caso Kuminga’ cada vez más enredado.

Kuminga-Warriors, un pulso agotador

Solo hay un equipo en toda la NBA que, con casi un mes de mercado consumido, no ha hecho nada, ni un solo traspaso y ni un jugador firmado en la agencia libre: Golden State Warriors. Esto, en teoría, no casa con la ambición que ha caracterizado a la franquicia de la Bahía en toda la era Stephen Curry y, desde luego, no expresa ninguna urgencia en un plan que sí tiene mucha prisa. Hay una ventana de dos años, lo que duran los contratos de Curry, Jimmy Butler y Draymond Green. Y el de Steve Kerr, también. Es una cuestión de salarios y de edad: Curry tiene 37 años y Butler y Green, 35. Y vienen de un what if que les permite pensar a lo grande con cierto voluntarismo: eliminaron a los Rockets en primera ronda de los playoffs y empezaron la semifinal contra los Timberwolves con victoria en Minnesota. Pero en ese partido se lesionó Curry y la cosa, visto y no visto, acabó 4-1. Pero ¿y si no e hubiera lesionado Curry? Como con todo lo que no sucedió pero podría haber sucedido, cada uno puede tirar del hilo hasta donde quiera.
Los Warriors están haciendo cosas, sí. Querían un pívot con experiencia y mano para jugar abierto y se supone que tienen apalabrado a Al Horford, que tiene 39 años y todavía no ha descartado retirarse. Necesitan defensa exterior, presión sobre la bola, y parece que se reunirán con De’Anthony Melton (27 años, muchos problemas de lesiones), que la pasada temporada dejó una sensación excelente… en solo seis partidos. Después se rompió el ligamento cruzado de la rodilla izquierda. Tampoco les iría mal un poco más de tiro en la rotación y han puesto la mirada en el hermanísimo, Seth Curry (camino de los 35 años). Pero, por ahora, nada. Mike Dunleavy, el ejecutivo que maneja el complicado tramo (hacia el ocaso) de un equipo histórico del que se bajó a tiempo (o eso transmitió) Bob Myers, que así quedará para siempre como el gran arquitecto, sigue sin apretar ni un solo botón. Y la razón es que los Warriors necesitan, todavía, cada dólar a su disposición y toda la flexibilidad de salarios y puestos en la rotación posible. Y será así mientras no se resuelva el futuro de Jonathan Kuminga.
Lo que lleva a la siguiente pregunta: a medida que julio se consume y jugador (Kuminga) y franquicia (Warriors) llegan a una situación con pocos precedentes, ¿quién tiene realmente la sartén por el mango? Ese es el quid, el núcleo del asunto ahora. Porque durante semanas han sido los Warriors los que han exprimido su situación de control. Pero eso, por puro agotamiento y a medida que pasan hojas el calendario del verano, está cambiando. Kuminga sigue teniendo mucho que perder, pero los Warriors empiezan a temer que también se les quede cara de primos. Veremos si al final no acaba todo en un ni contigo ni sin ti de doble dirección, del despecho del jugador a la desazón de su equipo.
Cuando Stephen Curry se inventó aquel increíble título de 2022 reactivó la ambición de una dinastía dorada pero en inevitable declive que había empezado a hacerse un lío entre el pasado y el futuro. Myers (que fue el arquitecto de todo pero que dejó unos cuantos marrones en la lista de tareas pendientes), se pilló los dedos entre (no es algo inhabitual, que pregunten en los Lakers de LeBron James) los movimientos agresivos para reforzar el corto plazo de una estrella generacional y el tiento a la hora de conservar recursos para lo que vendrá cuando esta agote su carrera. La idea de los dos timelines (un hilo de vida en el hoy y otro en el mañana) pareció la enésima forma de los Warriors de ser más listos que los demás y ver lo que la mayoría era incapaz. Pero no funcionó: los Warriors ganaron aquel título con una serie de jóvenes en la parte de atrás de su rotación, a la espera. No lo ganaron en parte por ellos ni pusieron la semilla para ganar otros después.
Una transición que habría sido un sueño de los de no pellizcarse para no despertar (la irrupción en la rotación de jóvenes con techo de estrellas y unos años de contratos muy bajos) acabó en nada: James Wiseman (número 2 del draft en 2020), se fue en febrero de 2023 por la puerta de atrás. Jordan Poole (que sí tuvo minutos y rol en el último campeón de la Bahía) acabó fuera con mucho ruido, incluido aquel infame incidente del puñetazo que le pegó Draymond Green y con el que todos tragaron porque, eh, ni habríamos ganado ni volveremos a ganar sin Green, ¿no? En el equipo sigue Moses Moody (23 años), un número 14 del draft (lottery pick, por lo tanto), en 2021 que todavía, cuatro años después, no se sabe si va o si viene. Lo que suele significar que viene más de lo que va. Y sigue Kuminga, el 7 (una elección premium) en el mismo draft, 2021. Y de este sí se sabe: lleva tiempo viniendo, tanto que tarde o temprano (quizá no será temprano pero seguro que no será tarde) se irá.
Una relación que no ha funcionado
Kuminga (22 años) lleva cuatro años agotadores en los Warriors. Un diamante en bruto (enseñó poco en el fallido proyecto Ignite) que ha tenido más de bruto que de diamante. Por ser una elección tan alta y por sus obvias facultades físicas, los Warriors creyeron que podría ser su siguiente gran noticia, el puente entre el final de Curry y los inimaginables Warriors sin el número 30. Pero Kuminga ha sido (cuatro años ya) una decepcionante galería de destellos sin continuidad, un melón siempre por abrir, un jugador en permanente estado de ‘sería mejor si’ y ‘será all star cuando empiece a’. En este punto, cuesta creer que lleva dentro una estrella con galones y está por ver en qué medida puede ser un jugador importante de verdad, titular de contrato alto en un equipo de máxima aspiración. Tiene físico para ser un tres-cuatro imponente en defensa, pero suele pecar de poca concentración, asume muchos riesgos y sigue a duras penas los planes colectivos. En ataque su tiro es una permanente tarea en proceso y desde luego sus virtudes no casan con las de los Warriors, un equipo en el que brillan los que leen el juego rápido, pasan y reaccionan: se mueven. Cuando mejor juega Kuminga no es en ese flujo colectivo, sino aislado en sus posiciones favoritas de la pista. Que no están, desde luego, más allá de la línea de tres.
Así que Kuminga ha hecho poco para dar argumentos de verdadero peso a sus defensores, pero también es justo señalar que Kerr no ha sabido qué hacer con él (ya veremos, cuando cambie de contexto, si había o no mucho que hacer con él). Lo ha puesto y quitado de la rotación, lo ha usado como titular, como suplente y como muy suplente. Y ha acabado poniendo en evidencia que no es plato de su gusto. De forma muy cándida para cómo se suelen desentramar casos así: ha reconocido públicamente que le gustaría que jugara de alero y no de ala-pívot, pero que como alero no funciona en el estilo de sus Warriors; que no encaja con Green y otro pívot en pista, en parte por la falta de espacios que se genera en un ataque con pocos tiradores (por mucho que uno sea el mejor de la historia); y cuando llegó Butler el pasado invierno, acabó admitiendo que no veía forma de alinear a Kuminga con el eje Curry-Butler-Green. Pero el congoleño no salió en ese mercado de febrero y ambas partes alargaron, más a la fuerza que otra cosa, una relación cada vez más tóxica.
Los playoffs fueron un concentrado de todo lo que han sido los últimos cuatro años para dos socios que no se entienden por muy condenados que hayan estado a hacerlo: Kerr no dio minutos a Kuminga en primera ronda, tampoco en el arranque contra los Wolves. Sí lo puso en pista, a la fuerza ahorcan, tras la lesión de Curry y Kuminga anotó en los siguientes cuatro partidos 18, 30, 23 y 26 puntos. Cuatro partidos, cuatro derrotas. Ninguno, otra vez, acabó contento con el otro.
Así se llegó al verano que seguía a otro verano, el que se cerró sin extensión de contrato rookie para un jugador que había sido número 7 del draft. Una situación ya delicada que empeoró, en la parte de los negocios y en la personal, con todo lo que sucedió en la larga temporada 2024-25. Los Warriors hicieron lo que tenían que hacer para no perder a un jugador valioso (22 años, claro) sin recibir nada a cambio: le pasaron la qualifying offer (7,9 millones) y lo convirtieron en agente libre restringido en el peor verano para serlo: julio se acaba y no hay nada de nada en cuatro casos que se habrían resuelto rápido en la agencia libre sin restricciones: los Sixers esperan a que Quentin Grimes se quede sin opciones para atarlo seguramente bastante por debajo de su valor de mercado; la relación entre Bulls y Josh Giddey está “totalmente atravesada” según el periodista Jake Fischer, que también ve problemas en el dilema Brooklyn Nets-Cam Thomas.
Giddey quiere 30 millones al año y los Bulls no se plantean nada parecido. Thomas quiere dinero de titular anotador pero se habla de una oferta de los Nets de dos años, poco más de 28 millones por ambos y una team option en el segundo. Un sapo difícil de tragar para el escolta. De Kuminga también se ha dicho que quiere unos 30 millones al año, e incluso se ha hablado de que las cosas a nivel personal están tan estropeadas que ha rechazado una oferta en esas ciras de los Warriors. Su agente, Aaron Turner (de Verus) lo ha negado con vehemencia: “somos más listos que eso”.

Los grandes olvidados del mercado NBA
En una NBA en la que el nuevo convenio colectivo obliga a mirar cada dólar y en la que los equipos cada vez se construyen más sin dar importancia a generar espacio salarial, en la que casi todo se resuelve a base de extensiones y traspasos, es mal negocio ser agente libre restringido. Hay poco mercado, y este se agota rápido mientras los equipos que han puesto la qualifying offer sobre la mesa esperan a que se acaben las opciones y el jugador tenga que negociar en situación de obvia inferioridad.
El agente libre restringido es, viene bien recordarlo, el jugador con al menos tres años de experiencia (después del cuarto, en los de primera ronda de draft cuyos equipos han hecho uso de las player option para sus temporadas tercera y cuarta) que sale al mercado, normalmente por primera vez. El equipo que lo ha drafteado o que tiene esos derechos vía traspaso puede evitar que sea agente libre sin restricciones ofreciéndole la qualifying offer, básicamente un contrato de un año que en los jugadores de primera ronda está ya establecido (la escala rookie) en, con el nuevo convenio, un 140% de su anterior salario anual para el que fue número 1 del draft y un 160% para el que fue pick 30. El resto de la primera ronda, los que están entre ambos, se mueven entre esos márgenes.
Desde esa condición de restringido, el jugador puede firmar un contrato con cualquier otro equipo (por un mínimo de dos años) pero el suyo tendrá dos días (con el anterior convenio eran tres y con el que duró hasta 2011, siete) para igualarlo y retener al jugador. Por lo tanto, el equipo nodriza puede jugar a la defensiva y esperar a ver qué hay en el mercado sin lanzarse a ofertas iniciales altas. De hecho, el simple paso de convertir a un jugador en restringido ya reduce notablemente su cotización: muchos pretendientes van a otras opciones para asegurar (más vale pájaro en mano…). Si hacen una oferta y esperan los dos días completos que puede tardar el de origen en aceptar, corren el riesgo de dejar escapar horas muy valiosas en el ajetreado mercado de los primeros días de julio. De quedarse finalmente sin nada porque el resto de opciones ha encontrado otros acomodos. Así que muchas veces no queda más remedio que aceptar, días después y con el mercado arrasado, una oferta a la baja, o como mínimo no a la alta, del propio equipo. O negociar una salida por la vía del sign and trade, un traspaso con extensión ya acordada en destino, que en todo caso vuelve a dar voz y voto al equipo.
Una última opción, muy poco usada, es aceptar y firmar esa qualifying offer y jugar una temporada así, con un contrato bajo y que acaba el verano siguiente. La ventaja práctica es llegar a ese siguiente mercado como agente libre sin restricciones. El peligro, que cualquier contratiempo (lesiones, cambio de rol, bajada de prestaciones) puede estropear las opciones de contrato futuras. Justo en lo que se trata, en todo caso, de la primera gran oportunidad de hacer caja para los jugadores, que prefieren aceptar finalmente el máximo posible que haya a mano… y ya se verá. En los últimos diez años, solo cinco jugadores han firmado la qualifying offer que les da, también, derecho de veto sobre cualquier posible traspaso durante esa temporada siguiente.
Kuminga ya no tiene ninguna prisa
El movimiento en torno a estos jugadores acaba siendo mínimo, minúsculo en estos tiempos en los que el mercado se ha vuelto tan cerrado para todos. La agencia libre restringida es, sobre el papel y todavía más en la práctica, uno de los últimos vestigios de los tiempos en los que los equipos tenían el control absoluto sobre el tablero de juego y los jugadores apenas podían manejarse en un mercado totalmente encorsetado. Y en ese baile tóxico, además en su caso con una relación que ya viene muy torcida, están Kuminga y los Warriors. Shams Charania (ESPN) acaba de decir que ha estado con el jugador en Miami, donde este se prepara para la nueva temporada, y que el mensaje ha sido claro: no le gusta lo que le ofrecen los Warriors, no tiene ninguna prisa por firmar nada y no ve, ya a estas alturas, problema en alargar su caso hasta que se vaya consumiendo el verano.
Brett Siegel (Clutch Points) asegura que los Warriors le han puesto sobre la mesa contratos en el rango de los 20-23 millones al año y no en el tope de años posible. Kuminga lo ha rechazado y prefiere, seguramente desde hace tiempo, un cambio de aires y perder de vista a Steve Kerr. Quiere ser titular en un equipo que, además, le dé protagonismo, galones y un rol claro y sostenido. También quiere dinero de estrella o casi estrella, claro. Los Warriors no tienen nada de eso para él: tiene dudas reales, de corazón, sobre su techo, especialmente en su equipo y su sistema y en esta cabalgada final de Stephen Curry. Kerr ha tratado de vender al alero una situación en la que sería importante durante la temporada porque habrá muchos huecos que rellenar en las noches en las que no estén unas estrellas muy veteranas. Pero Kuminga no quiere eso porque, entre otras cosas, sabe que acabará sentado en el banquillo en las ocasiones importantes, no digamos en los playoffs.
Y las ofertas para un sign and trade tampoco son especialmente llamativas. ¿Por qué iban a serlo? Los que quieren ver qué tiene dentro de verdad Kuminga pueden jugar con la necesidad, cada vez más apremiante, de arreglar las cosas en un sentido u otro de los Warriors, que contemplan incluso llegar a un acuerdo económico de conveniencia (ni mucho ni poco, nadie ni muy enfadado ni muy contento) con la idea de aplazar el problema y asegurar un traspaso antes del cierre invernal. Por ahora, y aunque han aparecido muchos nombres, parece que solo Sacramento Kings y Phoenix Suns tienen verdadero interés en Kuminga. Y que los Warriors no piensan regalar al alero y quieren por él, al menos y en un posible sign and trade, un jugador joven con buena proyección y una primera ronda.
Los Suns ni siquiera tienen primeras rondas que lanzar a la puja (que ni siquiera parece tal), y sus llamadas han tenido como propuesta principal a un Grayson Allen que no es joven y cuyo contrato va más allá de los Curry, Butler y Green. Un no rotundo para los de la Bahía, que tampoco encuentran terreno común con los vecinos Kings: les interesan Keon Ellis y Keegan Murray, pero en Sacramento esos nombres no están en una operación en la que ponen a Devin Carter y Dario Saric. Antes de hacerse vía sign and trade con Dennis Schröder, hicieron una oferta con esos dos jugadores y una primera ronda protegida.
Ahora, el movimiento por el base alemán les obliga a no superar el primer apron de ninguna manera, ni por un dólar, y lo tienen a poco más de siete millones. Así que para ir a una oferta que pueda contemplar Kuminga, en torno a los 25 millones, tendrían que liberar otros 18. Han sugerido que los Warriors absorban el contrato de Malik Monk, pero estos no han aceptado. Así que nada, tampoco ha habido nada que hacer hasta ahora aunque, según el periodista Anthony Slater (ESPN), las conversaciones siguen abiertas y entre Kuminga y los Kings sí hay buena conexión en cuanto a lo que querrían de él y lo que le ofrecerían (un puesto de titular con galones).
Los Warriors, que esperaban sacar cosas en claro en las charlas con el entorno de Kuminga en la Summer League de Las Vegas (no fue así), empiezan a quedarse sin opciones y ya no se trata solo de que Kuminga no tenga mercado y se vea obligado a ceder, algo que en este caso le tocaría los bolsillos… pero también el orgullo. Mientras esto no se resuelva, no pueden firmar a Horford, Melton o Curry. Si lo hicieran, se quedarían sin margen para igualar cualquier posible oferta simplemente templada que recibiera Kuminga y lo perderían, finalmente, sin recibir nada. Ahí es donde el juego da la vuelta: de repente la presión crece en los despachos de la Bahía. Kuminga tiene hasta el 1 de octubre para aceptar esa qualifying offer de 7,9 millones que los Warriors aplicaron como trámite para saltar a la agencia libre restringida pero que ya no pueden retirar ni modificar. Puede acabar firmándola, algo con muy pocos precedentes. Se aseguraría un único año de contrato y, más problemas para los Warriors, sería libre sin restricciones el próximo verano y tendría, además, cláusula antitraspaso durante esta temporada: no podría ser enviado a ninguno sitio al que él no quisiera ir.
Claro que para Kuminga el riesgo es obvio: perdería mucho dinero (jugaría con solo esos 7,9 millones garantizados) y tendría que esperar un año para firmar el gran contrato que desea. Este pasaría a depender, un riesgo cada noche, de desastre como una posible lesión grave. O del juego de atrición de los Warriors: si se decide no contar con él en los despachos, o si Kerr sigue sin ver su rol claro y no lo pone en pista o, como hasta ahora, no le da continuidad ni un uso claro, ¿cuál sería su valor de mercado dentro de un año? Es un juego peligroso para las dos partes. Desde 2018, cinco jugadores de primera ronda han firmado la qualyfing offer y han pasado a estar en último año de contrato. Solo Miles Bridges firmó después un buen acuerdo (tres años, 75 millones). Los otros cuatro fueron Alex Len (dos años, 8,5 millones), Nerlens Noel (dos y 3,7), Rodney Hood (dos y 4,7) y Denzel Valentine (dos y 4,1).
Así que todavía es posible el sign and trade, si los Kings cambian su visión, los Suns encuentran un camino o aparece otro candidato (vistas las plantillas y los espacios salariales, es complicado). Es posible un acuerdo de conveniencia, y aplazar el problema al mercado invernal; es posible algo más estable y sano, aunque parece la opción menos realista ahora mismo, y también está sobre la mesa ese órdago, en parte kamikaze, de un Kuminga que podría coger la qualifying, asumir los riesgos que le tocan y poner contra las cuerdas a unos Warriors que, mientras, siguen hacer nada. Congelados, a la espera y pendientes de un jugador en el que no creen pero al que no quieren malvender. El plan de los dos timelines, el que Myers le dejó a Dunleavy en un cajón, venía con veneno.
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