Hakuna Matata en L.A.
El griterío de la afición, la actitud de LeBron y el brutal esfuerzo defensivo ponen a los Lakers en el centro del debate por el anillo. El fichaje de Doncic cambia las tornas y la fiebre amarilla vuelve como si nunca se hubiera ido.


La ciudad de la luz, la del sueño americano, vuelve a ser el epicentro del baloncesto mundial. Presumir de glamour se queda corto cuando hablamos de unos Lakers que han hecho honor a una parte de su dilatada historia y ahora tienen motivos para pensar que pueden completar la hazaña. El fichaje de Luka Doncic dio un nuevo prisma a la entidad, además de dar un golpe tremendo a los cimientos de la NBA, cambiar radicalmente el organigrama de la mejor Liga del mundo y asestar un puñetazo en forma de retroceso a la cuestionada era de los jugadores empoderados, que no lo están tanto como pensaban y que se quedaron alucinando por un traspaso que, para muchos, es ya el más grande de la historia. Pero los Lakers, siempre los Lakers, sempiternos e imperecederos, salieron beneficiados porque sí. Sin motivo aparente ni un plan que perteneciera a un fin mayor, fue la franquicia a la que todos odian y todos aman, esa que proyecta un aura que nadie tiene y que todo el mundo quiere. Ahí recaló el activo más importante de la mejor Liga del mundo. En el equipo por antonomasia del deporte estadounidense.
Ahora, todos son sonrisas en la Avenida Figueroa, lugar donde se sitúa el Crypto Arena, antes llamado Staples Center. Uno de los recintos más modernos y lujosos del mundo, ese que se adoptó para la 1999-00, en el advenimiento de un nuevo siglo y también una nueva era, la que dejaba atrás el viejo Forum y empezaba a coleccionar anillos con Shaquille O’Neal y Kobe Bryant. Probablemente, la pareja que más talento ha atesorado libra por libra y diente por diente de siempre en la NBA, hasta que Doncic se ha juntado con LeBron. La jacarandosa y vivaracha afición aprueba esta nueva asociación y tiñe de amarillo unas gradas bohemias pero algo frías, con un público muy perteneciente a la parafernalia procedente de la farándula, a parecer antes que ser, lleno de rostros conocidos. Pero también que sabe estar a la altura de las circunstancias, que pertenecer a una comunidad concreta y se sienten orgullosos de ser los dueños del mundo.
Con todo lo ocurrido, se escuchan vitores y aplausos, griterío, personas en pie y una conexión de los jugadores con la grada que no se veía desde la época de Kobe, en la que se terminaron de coleccionar una serie de anillos que se completó en 2020, ya con LeBron, y ese número 17 que les igualaba a unos Celtics que vuelven a ser dueños en solitario del trono en esa lucha eterna por ser el mejor equipo de la historia. Una nomenclatura que pertenece más a los angelinos que a los verdes, pero que no se traduce en esos campeonatos que ahora brillan por su ausencia. Pero que se vuelven a olisquear, en algo que hace unas semanas ni siquiera se planteaba y que ahora es una idea, una remota posibilidad que sólo se puede decir en susurros... pero que está ahí: palpable, tangible, real. Que antes no existía y ahora al menos está lejos, lo que supone estar más cerca que nunca desde que se tocó la gloria en 2020. Y, especialmente, de esos tiempos en los que hablar de la franquicia era sinónimo de hablar de anillos, de grandes recuerdos y de nombres inolvidables.
Porque hablar de los Lakers es hablar de George Mikan y de esa primera gran dinastía de la historia, de Jerry West y sus duelos contra los Celtics de Bill Russell, del fichaje de Kareem Abdul-Jabbar, del Showtime, de Magic Johnson, de Pat Riley, de Kobe y Shaq. De candidatos perennes a todo, un compromiso infatigable con una grandeza inabarcable. Batallas espectaculares, noches para el recuerdo y una capacidad innata para escribir las mejores páginas de la historia como si se tratara del guion del Hollywood al que pertenecen, de esa asociación que Jerry Buss explotó hasta la saciedad, creando estrellas en pista a base de acumularlas en las gradas, aprovechando la idiosincrasia de la ciudad de Los Ángeles, alejada de los primeros años de la fría Minneapolis y consolidando el binomio entre el equipo y el lugar al que pertenecen. Eso son los Lakers, que nunca se han cansado de ganar pero han tenido épocas más fructíferas. Y que buscan integrarse en una nueva era con Doncic en sus filas y la historia que el esloveno pueda escribir, primero al lado de LeBron y posteriormente en solitario, cuando se retire un hombre que parece que no se va a retirar nunca.
A esa historia quieren hacer honor los Lakers en el momento perfecto. La fina línea que separa la oportunidad del oportunismo la traspasó Rob Pelinka con una llegada caída del cielo, pero demostrando así la capacidad para estar en el momento y en el lugar adecuados. Eso que siempre ha hecho un equipo que parecía haber perdido un superpoder que inventó en el pasado y que sigue siendo parte indispensable para comprender la magnitud de la capacidad que atesora. Tras muchos tiros al palo (los playoffs de 2023, los momentos de salud y esplendor de Anthony Davis...) y otros que se han marchado muy lejos de la portería (el todavía incomprensible fichaje de Russell Westbrook), los Lakers han construido una plantilla buena en un momento adecuado. El de juntar, a la vera del que ha demostrado ser un buen entrenador como JJ Redick, a Doncic con un LeBron que estira su buen momento hasta lugares inexplorados, haciendo de su lucha contra la lógica y contra el tiempo su último gran argumento para convertirse en el mejor jugador de todos los tiempos. La asociación perfecta para una entidad que vive de esto. De la explosión de talento, de normalizar los sueños. De que la realidad no nos lo parezca.
¿Hay opciones reales de anillo?
Desde que Doncic llegó a su nuevo destino, los Lakers suman nueve victorias en 11 partidos y llevan, además, cinco victorias consecutivas. Las mismas que han conseguido con el esloveno en pista en los siete partidos que ha disputado. La lesión que tuvo el 25 de diciembre le dejó fuera de juego durante un mes y medio y su retorno ha ido con lentitud, pero el parón del All Star le vino perfecto para coger la forma y en los últimos duelos se le ha visto mucho mejor. De hecho, tras descansar ante los Blazers no ha faltado a ninguno de los cuatro partidos siguientes, en los que se ha ido a 25,8 puntos, 10 rebotes y 7,3 asistencias. Por el camino, acabó en Denver con la bestia negra de los Lakers, los Nuggets de Nikola Jokic (responsables de la eliminación angelina en los dos últimos playoffs) y logró su primer triple-doble con su nueva camiseta en el reencuentro ante los Mavericks, de un enorme peso emocional y cuya directiva (Nico Harrison y los propietarios) han acabado siendo los malos de la película más inesperada posible. Una en la que las filtraciones no paran de sucederse mientras Doncic mejora y se dedica a hacer lo que mejor sabe: jugar al baloncesto. Y cada vez mejor.
Las dudas sobre la compatibilidad de Doncic y LeBron y la ausencia de juego interior procedente del traspaso (que llevó a Dallas a Davis y a Max Christie) han sido rápidamente solucionadas con hechos y con palabras. Al talento innato que juntan ambas estrellas se junta el de un Austin Reaves que permite que los tres jugadores formen un trío de una capacidad para el pase prácticamente inédita en la historia. Y la capacidad de Reaves y LeBron de jugar sin balón es notoria, así como la compenetración entre los tres. A Doncic le gusta jugar al lado de compañeros que puedan moverse por encima del aro (cosa que hacen Rui Hachimura, Jaxson Hayes o el propio James) y encontrar a los exteriores liberados. El Rey actúa más como un finalizador, mientras que Reaves hace las dos cosas y entre los tres encuentran al resto muy liberados para que intenten anotar a placer. Dorian Finney-Smith, con el que Doncic coincidió en los Mavericks, ha llegado a decir que se siente “con el culo al aire” cada vez que tira, ya que casi siempre lo hace solo gracias al buen hacer de los tres mencionados.
La defensa es otro cantar y está rozando ya la perfección. Las pantallas constantes que pusieron sobre Jokic es un ejemplo, así como la salud de alguien clave para esa parte del juego como Jared Vanderbilt y la mejora de Gabe Vincent. Y el papel de invitados de lujo y jugadores no drafteados como Jordan Goodwin y Trey Jemison está siendo esencial. Los Lakers son, en este momento, la sexta mejor defensa de la Conferencia Oeste... pero en los últimos seis partidos han permitido un máximo de 102 puntos, dejando a sus rivales en 100,8 de media. Limitando lanzamientos liberados, forzando pérdidas, imponiendo el físico y mejorando lo que tenían con Davis, algo verdaderamente sorprendente si tenemos en cuenta que el rendimiento del interior estaba siendo superlativo. Y con un gran compromiso en ese lado de la pista por parte de Doncic, al que todavía le falta pero cuya sintonía con sus compañeros, tanto deportiva como social, está siendo magnífica para el poco tiempo que lleva en Los Ángeles. Especialmente con LeBron, con el que se tiene que entender de forma obligada. No queda otra.
Los Lakers, además, ganaron su último duelo a los Clippers sin Hachimura ni Reaves (que se lesionó justo en ese encuentro), demostrando así un ejercicio magnífico de resistencia absoluta y un gran compromiso por parte de Doncic y LeBron: ambos eran duda antes del encuentro y los dos lo disputaron, sabiendo de la importancia de cada victoria. Todo ello para jolgorio de un Redick que ha demostrado que es un entrenador como la copa de un pino: las acusaciones de nepotismo por parte del Rey (un clásico que se repitió con el caso de Bronny) se han quedado en nada al ver la valía de un técnico con muchas y muy buenas ideas, cercano a los jugadores y candidato al premio a Entrenador del Año en su temporada rookie en los banquillos, uno que salvo sorpresa (o no) se llevará Kenny Atkinson. Se filtró rápidamente que Redick le preguntó a Doncic en cuanto llegó si le podía tratar con brutal honestidad, algo a lo que el esloveno dijo rápidamente que sí. Su adaptación, al igual que su capacidad para improvisar tras quedarse sin juego interior son sólo algunas de las cosas que resaltar de un hombre que ha superado (con mucho) a Darvin Ham y que tiene (todo parece indicarlo) una estupenda relación con LeBron. Algo imprescindible, ya se sabe, para entrenar a un equipo en el que esté LeBron.
Y luego está Él, claro. Con mayúscula. El que vive y reina por los siglos de los siglos. Ese hombre que desde que ha cumplido 40 años (el pasado 30 de diciembre) promedia 26,4 puntos, 8,2 rebotes y 8,3 asistencias con un 55% en tiros de campo y un 44% en triples, superando así las estadísticas de su año rookie y rozando los 25 tantos de promedio esta temporada, la que sería la 21ª consecutiva llegando a esa cifra, algo (otra cosa más) sin precedentes en la historia de la mejor Liga del mundo. LeBron, con tantas primaveras a sus espaldas, ha disputado todos los back to backs este curso. Y pocas estrellas en la historia exteriorizan tanto sentimientos positivos como la eterna figura de su majestad, encantada con la situación, imaginando que la posibilidad del quinto anillo es más real que nunca. Soñando despierto y sabiendo que los Lakers, que han ganado los ocho partidos del mes de febrero que han disputado ante equipos por encima del 50%, pueden llegar muy lejos en playoffs. De momento, 37-21 y con opciones incluso de alcanzar el segundo puesto del Oeste. Parece mentira, pero todo son sonrisas en Los Ángeles, ínclita ciudad de brillos, focos e histórica historia. El pasado puede ser el presente. Y el presente puede ser el futuro. LeBron y Doncic, como Timón y Pumba, buscan coronar al Rey León. Hakuna Matata. Vive y sé feliz.
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