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El retorno de los Bad Boys

Tras un desastre antológico que les convirtió en el peor equipo de la historia, los Pistons resurgen de sus cenizas y vuelven a la esencia de lo que en su día les llevó a lo más alto.

El retorno de los Bad Boys
NIC ANTAYA | AFP
Alberto Clemente
Alberto Clemente es licenciado en Historia y Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Empezó su andadura en el periodismo en Cadena SER, donde estuvo de mayo de 2018 a enero de 2019, desempeñando sus funciones en la web, dentro de la sección de deportes. Tras dicha estancia, pasó a formar parte de As, siendo parte de la sección de baloncesto.
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Los Pistons siempre han sido uno de esos equipos icónicos de la NBA. También uno que vive de esa eterna nostalgia de tiempos pasados que fueron mejores y hazañas prehistóricas que les permitieron escribir su nombre en el firmamento. Con uno de los mejores apodos que ha existido, esos Bad Boys que grabaron a fuego páginas inolvidables de un baloncesto de antes, los Pistons han pululado en los últimos años, siendo una sombra de lo que en su día fueron, andando de puntillas por esa fina línea que separa la oportunidad del oportunismo. Inexistente tanto en forma como en fondo, tanto una cosa como la otra, los últimos años de la entidad han servido para hacer olvidar que en su día fueron el enemigo público número 1 de una competición en la que nadie se los quería encontrar. Hicieron sufrir a Michael Jordan un martirio terrible y también pusieron la puntilla en el final de Kobe Bryant y Shaquille O’Neal. Pero ese proyecto, disuelto en 2009, dio lugar a una serie de decisiones catastróficas que se mantuvieron en el tiempo y que provocaron un hundimiento en un averno del que, por fin, parecen salir.

Parece mentira, pero los Pistons van sextos de la Conferencia Este, suman ocho victorias consecutivas (el mejor récord en activo de la NBA), están dejando cada vez más atrás el play in (están 5 victorias por encima del séptimo puesto) y son, en estos momentos, el equipo más en forma de la competición norteamericana por muchos focos que se lleven (tiene toda la lógica) los Lakers. La paliza a los Celtics ha sido la joya de la corona, el momento cumbre de una resurrección necesaria y eternamente postergada, tras una crisis enorme que tuvo en las 28 derrotas consecutivas del año pasado su momento más duro. Ahora, los Pistons recuperan su esencia, olvidan el pasado más reciente y se aferran al espíritu de los días de gloria. Y conectan casi por primera vez con el público del Little Caesars Arena, esa pista a la que llegaron dejando atrás el antiguo Palace para conectar con otra parte del estado de Míchigan y seguir esa tendencia tan típica como disfuncional en lo deportivo de pabellones que son mucho más que pabellones.

La historia dice que todo tiene un principio y un final, pero en organizaciones deportivas tan eternamente lustrosas siempre hay picos, altos y bajos, muertes poéticas y resurrecciones que dan relieve a la mejor de las narrativas, la de la redención. Los Pistons apenas pasaron ocho años en Fort Wayne, Indiana, antes de mudarse a Míchigan, ubicada en la región Medio Oeste del país, en el Noreste de Estados Unidos. Desde 1958 no se han movido de ahí, pero tuvieron que esperar hasta 1983 para inicial su etapa más gloriosa, con Chuck Daly en el banquillo e Isiah Thomas de estrella. Fue ese equipo el que emergió en una época donde representaron la más absoluta meritocracia, consiguiendo nueve presencias consecutivas en playoffs, cinco finales de Conferencia seguidas y tres Finales de la NBA, de las cuales ganaron dos. Por el camino, torturaron a un Jordan al que eliminaron tres veces seguidas antes de que His Airness se cobrara la venganza en 1991. Algo increíble si tenemos en cuenta que los dominadores de la época eran los Celtics de Larry Bird y los Lakers de Magic Johnson, que permitieron a la NBA presumir de tener la mayor rivalidad del planeta.

Ese equipo, que se fue diluyendo en los 90, volvió a copar portadas, primero con la presencia de Gran Hill y después con una nueva era de grandes triunfos, la última que han tenido. Primero con un joven Rick Carlisle, luego con un nómada como Larry Brown (que consiguió su ansiado anillo con ese proyecto) y al final con Flip Saunders, que previamente entrenó a Kevin Garnett en los Timberwolves que rozaron las Finales en 2004. Ese mismo año fue el que llegó el tercer y último anillo de un equipo que pisó dos veces la eliminatoria que decidía el título y no se bajó de la final de Conferencia en seis temporadas. Chauncey Billups, Rasheed Wallace y compañía acabaron con la dinastía de los Lakers y revivieron a los Bad Boys. Pero el tiempo y la edad acabó con más opciones y todo se vio abocado a un triste final, en el que se fichó a Allen Iverson y se puso rumbo a la clandestinidad después. Una que ha durado mucho más de lo que nadie esperaba y que ha sumergido a la franquicia en la peor época de su historia.

Del averno a la luz

Desde ese 2009 en el que pisaron los playoffs por última vez han pasado 15 temporadas en la que se han sumado 13 récords negativos, uno al 50% y otro positivo, solitario con Stan Van Gundy, con el que se llegó a un tope de 44 victorias. El punto más bajo fueron las 14 de la temporada pasada, la de las 28 derrotas seguidas, la del sufrimiento constante. Esa que se inició entregando las llaves de la franquicia a un Monty Williams al que le dieron el contrato más grande de la historia que jamás había recibido un entrenador, y al que tuvieron que despedir tras convertirse en un técnico que ya no goza de ningún tipo de reputación. Fue la peor cara de una plantilla joven y prometedora, que sin embargo, ha conseguido resurgir. Las 33 victorias que de momento llevan esta temporada superan ya el balance de 11 de las últimas 15. Y los 7 partidos que gozan de ventaja sobre el 50% supondrían, de finalizar así la temporada, el mejor porcentaje de victorias/derrotas desde la 2007-08. En efecto, la crisis ha sido sideral para un equipo que es capaz de beber mucha agua tras una larga época de sequía.

Más. La última vez que los Pistons ganaron ocho partidos consecutivos el mundo era totalmente distinto: los Thunder ni siquiera existían (estaban en Seattle y eran los Sonics), LeBron James todavía estaba inmerso en su primera era en Cleveland, Kobe Bryant era el mejor jugador del mundo, Chris Paul jugaba en unos Hornets que vivían en Nueva Orleans, los Bobcats hacían lo propio en Charlotte y Stephen Curry todavía no era jugador de la NBA. Desde luego, no hay mejor manera que repasar estos datos para darse cuenta de la travesía en el desierto a la que se han visto sometidos y que han aprovechado para hacer algún que otro guiño al pasado. Durante este periodo de tiempo, han retirado las camisetas de Chauncery Billups, Ben Wallace y Richard Hamilton, tres de los cinco miembros del quinteto que ganó el anillo de 2004 (los otros son Rasheed y Tyshaun Prince). Pero ni esos intentos de recuperar el orgullo perdido ha bastado para que se confirme un retorno que ha tardado mucho en llegar, pero que ya está aquí. Por fin.

El fichaje de J.B. Bickerstaff en el banquillo y la capacidad para completar la plantilla con jugadores de rol que apoyen a los más jóvenes (el último, en el mercado de febrero, fue Dennis Schröder) han sido dos pasos esenciales que se han unido al superlativo nivel de un Cade Cunningham que ha alcanzado la quintaesencia de su brillantez y promedia 25,7 puntos, 6,3 rebotes y 9,5 asistencias, comandando las hostilidades de un equipo en el que ayudan Malik Beasley (16,7 tantos y un 42,5% en triples desde el banquillo), Tobias Harris en un rol de veterano (13,8+6), un Jalen Duren soberbio bajo los aros (11+10, rozando el 70% en tiros de campo), los Triples de Tim Hardaway, la capacidad defensiva de Jaden Ivey cuando está sano y el todoterreno que representa Ausar Thompson, cuya buena salud y su ascenso a la titularidad han sido claves para esta última racha de los Pistons, la mejor en tantísimo tiempo y más que merecida. De hecho, desde que el joven jugador es titular, el equipo es tercero de la NBA en rebotes (más de 52), séptimo en recuperaciones y la quinta mejor defensa.

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Los Pistons han fraguado su ascenso en el rebote, la garra y la pelea bajo los aros, lo que siempre ha gustado más en Detroit, una ciudad que tiene una trama de asfalto y unos rascacielos que chocan con la ceniza, que se declaró en bancarrota en 2013 (cuando la franquicia empezaba a estar realmente mal) y que ahora intenta resurgir y recuperarse de las ruinas de antaño. Igual que su baloncesto referente en su pura esencia, adaptado a los tiempos actuales pero atacando la zona, haciéndose fuertes en el físico y corriendo cuando es necesario. A los Celtics, vigentes campeones, les han ganado de 20 puntos y les han dejado en menos de 100, siendo lo segundo todavía más increíble de lo primero. Espoleados por Cunningham (que ha sido All Star por primera vez en su carrera), por un buen entrenador, por un grupo joven y con futuro y con algún que otro veterano, están a apenas una victoria del cuarto puesto que ocupan los Pacers y que les daría ventaja en primera ronda de playoffs. Todavía es una hipótesis, algo que sólo se puede decir en susurros. Pero las 28 derrotas consecutivas y los tiempos aciagos han quedado atrás y el germen de los Bad Boys vuelve a estar más presente que nunca en una franquicia que, más que otra cosa, necesitaba recuperar una esencia perdida y reivindicar su lugar en la NBA. Uno que tienen por historia, hazañas inolvidables y gestas del pasado. Ahora, a por el futuro. En ello están.

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