Crisis abierta en los Wolves
Cuatro derrotas seguidas, mala actitud, poca química, rotaciones que no encajan, defensa porosa... estos Wolves no son los del curso pasado.
En una temporada muy complicada, los Kings, que andan a vueltas con una identidad perdida que se llevó la diversión, y (por ahora) las opciones de ser un aspirante serio en el Oeste demostraron en Minneapolis que no están muy allá… pero que están mejor que los Timberwolves. El partido tenía su miga: los Kings ganaron (104-115) y salieron de él 9-10, todavía en negativo pero por delante de estos Wolves (8-10) que apenas muerden ni siquiera en su casa (5-4) y que apilan cuatro derrotas seguidas. El curso pasado no encadenaron tres hasta la final del Oeste, contra los Mavericks. En este, ya han tenido dos rachas así. Y llevan siete derrotas en los últimos nueve partidos. Las dos victorias fueron, precisamente, en Sacramento en la prórroga y, con un triple en el último segundo, contra unos Suns sin Kevin Durant ni Bradley Beal.
Los Wolves son, en el mejor caso, mediocres: su ataque es decimotercero (de 30 equipos) y su defensa, y esto sí es un asunto complicado, decimosegunda por rating. El aval, la fuerza atrás, que los llevó el curso pasado a su segunda mejor temporada de siempre: 56 victorias y el segundo billete para la final del Oeste. El ataque a veces dio tumbos, pero la defensa siempre estaba allí. La mejor de la liga, una de las mejores de, como mínimo, el último lustro. ¿Ahora? Nada. Desconexiones, errores, fallos de concentración e intensidad… Rudy Gobert ha reconocido que no está siempre a la altura de lo que se le supone, y eso más allá de su conflicto en Toronto con Julius Randle y la chiquillada que empujó hacia una derrota muy fea y un intercambio todavía más feo con un Anthony Edwards que, por cierto, tampoco pone siempre, precisamente, los cinco sentidos en defender. El asunto de Toronto, un enfado de Gobert porque Randle no quiso ver que había ganado la posición cerca del aro, fue un recordatorio de todos los miedos que asaltaron a muchos cuando el equipo decidió reformular su filosofía con un cambio muy trascendente de personal.
Ahora mismo, no queda ni rastro del optimismo de la temporada pasada, el ascenso irresistible de un equipo llamado a competir ya por todo. Edwards no se mordió la lengua después de ese desastre contra unos Kings a los que ganaban por doce a poco más de siete minutos del final. El partido acabó con un 6-29 que desnudó las carencias de un grupo de jugadores que juega mal los minutos importantes y llega a ellos a trompicones, muchas veces después de consumir su energía en remontadas (casi) imposibles a las que se ve abocado por sus pésimos inicios de partido.
Edwards, decía, no se mordió la lengua: “Parecemos unos advenedizos. Va mal y nadie dice nada, va bien y todo el mundo se pasa de hype, vuelve a ir mal y otra vez nadie dice nada. Como equipo, somos blandos, y esa es nuestra personalidad ahora. No con el rival, internamente: blandos. Somos como una panda de críos. Todos, todo el equipo. No hablamos entre nosotros, nos estamos distanciando y cada uo juega con su propia agenda. Tenemos que arreglar eso porque no podemos seguir por ese camino. Tengo que aprender a saber qué demonios decir para que todos rememos juntos porque ahora cada uno tiene su agenda. Y esa es una de las principales razones por las que estamos perdiendo. Nos estamos distanciando, es obvio y todo el mundo lo está viendo. Todos los vemos, los entrenadores lo ven, los aficionados lo ven… nos están abucheando, joder, es de locos. Nos abuchean en nuestra casa, es una locura, una jodida falta de respeto”.
Los cambios por ahora se atragantan
La actitud, desde luego, no ha sido la ideal ni ha mantenido la excelente inercia de un equipo que ahora le da vueltas a ese extraño traspaso (por poco frecuente en un finalista de Conferencia al alza) que mandó a Karl-Anthony Towns a Nueva York a cambio de, básicamente, Julius Randle, Donte DiVincenzo y una primera ronda protegida. Towns fue muy importante en el éxito de la temporada pasada. Maduro, adaptado a un rol secundario y muy comprometido. Su perfil físico y su talento como tirador y anotador daban una variante que ha desaparecido. En su lugar, Randle es más pequeño, todavía más laxo en defensa (tarda en recuperar en transición, se duerme en cambios…) y mucho menos eficiente en ataque, acostumbrado a esas jugadas en las que consume posesión y empuja hacia el aro. DiVincenzo, por ahora y para colmo, ha sido una sombra del jugador que se destapó en Nueva York la segunda mitad de la temporada pasada.
Así que, a juzgar por este primer mes y pico de competición, no parece que los Wolves hayan acertado con ese traspaso que vendieron, en lo deportivo, como un “2x1″ para tener más profundidad y variantes. Además, Mike Conley se ha perdido partidos por lesión y los Wolves no ganan (literalmente: 0-4) sin su presencia como organizador y como gestor veterano. Y Jaden McDaniels está tirando muy mal, lo que compromete en ataque quintetos que sí deberían funcionar en defensa. Chris Finch, acusado ahora de inmovilista, mueve con demasiado tiento el árbol aunque hay un clamor que pide más minutos para Naz Reid, un Nickeil Alexander-Walker muy recuperado tras su patinazo final en playoffs y el prometedor rookie Rob Dillingham, que al menos mete frescura y puntos en el backcourt.
Pero, sobre todo, el traspaso de Towns ha puesto en evidencia que no se hacen experimentos, a ser posible, con un núcleo duro que acaba de encajar y que se ha quedado a un paso de las Finales de la NBA. Porque, finalmente, las razones del traspaso eran básicamente económicas: recortar salarios para pegar un buen tajo al impuesto de lujo, que los Wolves como franquicia solo han pagado dos veces (pero, si no es ahora ¿cuándo?); hacer cuentas para salir del temible (y, a veces, una excusa muy a mano para no arriesgar y gastar) second apron. Quitarse de encima la extensión en la que entraba Towns (cuatro años, 220 millones) y que se iba a unir al casi máximo de un Gobert con muy poco mercado y al súper máximo de Anthony Edwards (5x244).
Si era solo cuestión de dinero, y es muy posible, parece que le ha costado a los Wolves la posibilidad de estar muy arriba en un Oeste abierto de par en par (o eso parece); Si había un objetivo competitivo, deportivo, tal vez la moraleja acabe siendo que mejor ir a por todas en el corto plazo que intentar cuadrarlo todo en el medio para acabar en un ni lo uno ni lo otro. Conley, que es fundamental para mantener cuadradas las agendas de las que habla Edwards, tiene 37 años; y el escolta, que tiene 23 pero al que le toca ya hacer de líder de un equipo aspirante, es extraordinario pero cae a veces en pecados de juventud, momentos en los que parece que tiene más superpoderes de los que puede administrar con sentido.
Y Gobert tiene 32 y una química por ahora nefasta con un Randle que vuelve a ser lo que ha sido muchas veces: un jugador que resta en algunos apartados lo que suma en otros. Y un talento de vaivenes y estados de ánimo, algo que en los Wolves se quitaron de en medio en su momento con D’Angelo Russell. Pero esa lección tampoco se tuvo en cuenta cuando llegó la oferta de los Knicks por Towns, la oportunidad de resetear un plan económico que se estaba inflando al ritmo habitual (lógico, casi) cuando se entra en los estadios de verdadera aspiración al anillo. Ahora, los Wolves están en crisis, tocados y, por lo que parece, perdidos. Queda mucho, pero el riesgo es serio: la amenaza es de naufragio para un proyecto que parecía fascinante hace solo unos meses. Lo dice el propio Anthony Edwards.
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