Chris Paul, el jugador maldito
El gafe del base se extiende una temporada más y su intento de probar suerte en los Warriors acaba en rotundo fracaso. Un declive enorme y 19 temporadas sin anillos.
Hay jugadores que, simplemente, no han nacido para ganar. Es lo que le pasa a Chris Paul, un hombre con un talento enorme al que le persigue un gafe eterno. Y también uno de los mejores bases de la historia, probablemente el mejor de su generación, y una estrella que entra en ese selecto grupo de las que nunca ha ganado el anillo. Una desgracia que comparte con otros grandes de siempre: Karl Malone, John Stockton, Patrick Ewing o Steve Nash, con el que coincidió en la NBA. Una ristra de nombres que no es interminable, pero cuyas carreras han sido definidas por sus fracasos y no por sus éxitos, si contamos como tal al hecho de no haber conquistado un campeonato que sólo puede recalar en un equipo por temporada. Y que tienen el dudoso honor de haber demostrado una calidad innata y pasar por la mejor Liga del mundo protagonizando momentos realmente fabulosos, magníficos e increíbles... pero que, en el momento de la verdad, han chocado con muchas variantes que les han impedido tocar la gloria. Lesiones, dinastías, mala suerte o, simplemente, ser peor que el rival que han tenido enfrente. Así son las cosas.
Chris Paul acaba de terminar, con la derrota de los Warriors ante los Kings, su 19ª temporada en la NBA. Sólo Vince Carter (21) y Jamal Crawford (20) completaron más que él sin conseguir el anillo. Malone y Stockton hicieron las mismas. Un título tradicionalmente esquivo en su persona y que le ha hecho generar la sensación de arrastrar una maldición que ha trasladado allá donde ha estado. Y han sido varios sitios: Hornets (primero en Oklahoma y luego en Nueva Orleans), Clippers, Rockets, Thunder, Suns y Warriors. Seis franquicias distintas en casi dos décadas, numerosas camisetas vestidas, una cantidad ingente de compañeros y fracasos y más fracasos en los playoffs, ese lugar en el que se libran las mayores batallas y que el base ha disputado en 15 temporadas, una fiabilidad muy grande a la hora de llegar ahí, pero también de perder. Y eso lo ha hecho consiguiendo premios individuales, mejorando jugadores, convirtiendo en referentes en sus equipos y demostrando una capacidad enorme para el baloncesto. Pero sin ganar, el común denominador de un jugador que siempre lo ha intentado y nunca lo ha conseguido.
Ahora, Chris Paul se tendrá que pensar si sigue en activo o decide decir adiós. Apunto de cumplir 39 años, sería una despedida triste, pero llena de grandeza mirada en retrospectiva: Novato del Año de la NBA, Mejor Quinteto de Rookies, 12 veces all-star, 11 veces en los Mejores Quintetos de la temporada (con 4 presencias en el primero), 9 en los Mejores Quintetos Defensivos (7 en el primero), 5 ocasiones líder en asistencias, 3 en robos, MVP del All-Star Game, elegido uno de los 75 mejores jugadores de todos los tiempos, con su número 3 retirado en Wake Forest y segundo en la votación para el MVP en 2008, año en el que ganó Kobe Bryant por delante del base y de Kevin Garnett. Todo esto habiendo repartido 11.888 asistencias, tercero en la lista acechando a Jason Kidd y el que más lleva en activo por delante nada menos que LeBron James. Ah, y dos oros olímpicos en sendas victorias contra España en 2008 y 2012. Casi nada.
Un cúmulo de despropósitos
Paul se convirtió en un referente en los Hornets (primero en Oklahoma al estar la ciudad devastada por el huracán Katrina y posteriormente en Nueva Orleans), los de Monty Williams, Tyson Chandler, Pedrag Stojakovic y David West. Un equipo en el que se juntaron también nombres del pasado, en busca de su última oportunidad (Bonzi Wells, Bobby Jackson) y que llegó a las semifinales de Conferencia ante los Spurs, pero sin conseguir ganar el séptimo partido en casa a pesar de los 18 puntos, 8 rebotes y 14 asistencias de Paul. Y la historia fue la misma en los Clippers, donde se pasó varios años como candidato pero se cruzó con un Doc Rivers que arrastraba su maldición particular y que, después de su etapa en los Celtics, acabó hundiendo todo lo que tocaba. El 3-1 ante los Rockets en 2015 se convirtió en un 3-4, una de esas remontadas inexplicables (o sí, pero siempre a posteriori) de una plantilla llena, otra vez, de jugadores de primera línea: Blake Griffin, DeAndre Jordan... De nada sirvió.
El extraordinario base, que coleccionaba títulos de asistente y All-Star, además de presencias en los Mejores Quintetos, no disputó sus primeras finales de Conferencia hasta 2018, con los Rockets. Pero se lesionó en el quinto partido y no pudo disputar ni el sexto ni el séptimo, una catástrofe que personificó luego James Harden y una entidad que falló 27 triples de forma consecutiva y sucumbió a la dinastía de los Warriors (4-3). Tras ello, las diferencias con Harden aumentaron y se utilizó al playmaker como chivo expiatorio de la derrota del año siguiente. En la burbuja, con los Thunder y en su retorno a Oklahoma, cayó precisamente ante Houston. Y llegó a los Suns como mesías, pero acabó escaldado por Giannis Antetokounmpo y los Bucks, que remontaron un 2-0 y dejaron a Chris Paul, en su única presencia en dicha ronda, con la miel en los labios y la sensación de que esa fue su gran oportunidad perdida.
El declive del mito que nunca lo fue
Chris Paul decidió firmar por los Warriors tras su abrupta salida de los Suns, que no querían ejercer la opción de equipo tras una nueva lesión ante los Nuggets, en las pasadas semifinales de Conferencia, y prediciendo que el base ya había dejado atrás sus mejores días. Sí lo hicieron en Golden State, activando los 30,8 millones que se llevará este año, la misma cifra que tiene pendiente el curso que viene, una cifra demasiado atractiva como para optar por la retirada. Los Warriors se hicieron con él en un ejercicio de nostalgia, juntándole con varios veteranos (el big three original lo es) en un intento de unir a varios nombres bajo la misma bandera. Pero del pasado no se vive y el nivel de Paul no va a volver. Los finales son así para todo el mundo que no se llame LeBron James. Y el declive de uno de los mejores bases de la historia pasó de ser paulatino a total y absoluto.
El base ha disputado este año 58 partidos, sólo 18 de titular, en una plantilla que parecía de Play Station, como muchas otras en los últimos tiempos (véase los Clippers), pero siempre con los mismos resultados. Con muchos problemas físicos a sus espaldas, algo inherente en la carrera de un jugador que sólo ha disputado los 82 partidos de regular season en una ocasión (en la 2014-15), se ha quedado en 9,2 puntos, 3,9 rebotes y 6,8 asistencias, las peores estadísticas de su carrera. Carente de explosividad, sigue demostrando su calidad en el bote, el dribling y jugando con sus rivales alrededor de la zona antes de mostrar su acierto en el tiro, pero ya no tiene fuelle, las fuerzas le han abandonado, se fatiga con facilidad y ha perdido precisión. Va a tirones, a ramalazos, pero siempre con muchas dificultades. Y un miedo a la lesión brutal. En el play in, más de lo mismo: 3 puntos y 2 asistencias en 18 minutos: -15 con él en pista. Una sombra de lo que en su día fue. En el recuerdo, sus 21,8 puntos y 8,2 asistencias de promedio en las Finales perdidas, 19+8 en las cuatro derrotas seguidas. Giannis se fue a 35,2+13,2+5 de media y 50 tantos en el sexto y definitivo. En el momento de la verdad, el playmaker fue peor. Nada más.
Ahora, Chris Paul tiene que decidir qué hace con su futuro. Steve Kerr, que quiere que vuelvan todos, ha dicho que le encantaría contar con el base una temporada más. Y los millones que puede cobrar son motivo más que suficiente para dar un último paseo por una NBA que nunca ha sido suya. Pero si lo hace llegaría a las 20 temporadas en la mejor Liga del mundo y alargaría una carrera extraordinaria, mágica. La de un jugador único, uno de los mejores bases de siempre, un hombre que ha tenido encontronazos con muchos jugadores pero que ha personificado al último gran base clásico que ha visto la competición norteamericana. El del pase, la precisión en el lanzamiento, el poder en ambos lados de la pista, los highlights, las buenas manos y el robo por bandera. Una vida deportiva impresionante sólo estropeada por una pequeña muesca, la del anillo perdido. Y un jugador genial que ha descubierto eso que antes o después todo el mundo comprende, a la fuerza o no, en la NBA: ganar no es fácil. Nunca lo es.
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