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Ferrándiz, un sabio del baloncesto y de la vida

Con la marcha de Pedro Ferrándiz se nos ha ido el gran sabio del baloncesto español. Cuando era un niño de diez años me impactó la imagen, en una televisión en casa en blanco y negro, del manteo que le hicieron los jugadores tras ganar la Copa al Estudiantes en Jaén y anunciar el alicantino que dejaba definitivamente los banquillos. Me molesté en empezar a buscar, y eso que no había Google, quién era ese señor bajito que causaba tanta admiración en un mundo de gigantes. Así es como descubrí las Copas de Europa ganadas bajo su mando ante los equipos del Telón de Acero hasta conseguir que la leyenda en Europa del Real Madrid equiparase a su equipo de baloncesto con el ya encumbrado de fútbol. El episodio de la autocanasta de Alocén fue lo que me terminó de dejar fascinado con el personaje.

Por suerte, ese niño fue creciendo y pudo plasmar su ilusión infantil de ser periodista deportivo. Y así fue como logré conocer personalmente un día a Pedro Ferrándiz, que superó con creces las expectativas que tenía sobre él. Descubrí un sabio no del baloncesto, sino de la vida. Su pragmatismo emocional me dejaba impactado. Sensible y atento con los fieles a su causa y frío como el hielo con aquellos que le querían hacer daño. Cada comida con él se convertía en una lección de vida. Escucharle era aprender. Y su manera de manejar la filosofía triunfal de su amado Madrid de baloncesto era tan deslumbrante como esclarecedora. El ADN del Madrid lo tenía inyectado en vena desde los tiempos del incomparable Raimundo Saporta y de Santiago Bernabéu. La lealtad iba inscrita en su DNI y por eso acabó rodeado de los suyos, de los que de verdad le querían como persona y no como personaje. Le echaré mucho de menos. Los próximos gazpachos manchegos que me tome serán a su salud. Gracias por todo, don Pedro.