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NBA

Rick Barry: para muchos, el jugador más insoportable de la historia

Fue un alero extraordinario, uno de los mejores de siempre y un adelantado a su tiempo. Pero también fue uno de los jugadores más odiados por todos, compañeros y rivales.

Rick Barry: para muchos, el jugador más insoportable de la historia
Focus On SportFocus on Sport via Getty Images

¿Qué hay que hacer para ser recordado como un villano extravagante, un tipo francamente insoportable, un compañero indeseable y, esencialmente, tal vez el jugador más odiado de la historia de la NBA? No es una sola cosa, claro. Ni una salida de tiesto en concreto, ni un determinado partido ni un muy, muy mal día en la oficina. Hay que ponerse a ello de verdad. Para empezar, por ejemplo, no está mal tener un libro autobiográfico (“Confessions Of A Basketball Gipsy”, las confesiones de un gitano del baloncesto) en el que cuentas cosas como que una vez pegaste a una monja o que tu propia madre, glups, te definió como "avaricioso".

¿Ayuda también, en un entorno como el de la actual NBA, ser vocal y reconocidamente conservador? Claro, y más si has tenido apariciones como partidario de Donald Trump. Mítines en campaña primero, acusaciones a los enemigos (a todo el que no esté en su trinchera, ya se sabe) después, cuando el desgaste presidencial hacía mella (como para no, en este caso). Y ayuda que eso entronque con fantasmas en el armario como una salida sumarísima de CBS, donde hacía carrera como comentarista, después de un comentario sobre Bill Russell, por entonces su compañero de retransmisiones, muy poco sensible en materia racial. Fue durante las Finales de 1981 y Rick Barry, el villano extravagante y narcisista, acabó saliendo de plano a pesar de que Russell optó por no echar más leña al fuego y aceptó que Barry, el avaricioso que había pegado a una monja, no sabía muy bien lo que decía.

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Dick RaphaelDIARIO AS

Desde luego su perfil político no marida bien con su ascendencia deportiva: debería ser un ídolo de los Warriors y de la Bahía de San Francisco, pero esa es tierra muy poco inclinada a lo conservador. Claro que Barry tenía el don de enfadar a todo el espectro sociopolítico estadounidense. En la ABA con Oakland Oaks, todavía en la Bahía después de saltar desde los Warriors/San Francisco/la NBA, le tocó una de esas tormentas de traslados que las franquicias de la otra liga, un invento imposible que definió un momento contracultural del deporte profesional estadounidense, acabaron naturalizando porque a la fuerza ahorcan. Primero, los Oaks pasaron a ser Washington Caps cuando la franquicia cambió de propiedad y asumió que no compensaba ser el hermano pobre del mercado, por muy grande que sea este. Con menos de 3.000 personas de media en las gradas del icónico Coliseum y dos millones de dólares apilados en pérdidas en dos años, la fuga a la capital en 1970 tenía su lógica pero no le gustó a Barry: “Si quisiera ir a Washington me presentaría como candidato a la presidencia”.

Pero es que después de solo un año la franquicia se marchó a Norfolk, un toque más próximo a otra América, y se convirtió en Virginia Squires. Barry, que tampoco pensaba perder ni un minuto en ese nuevo destino, se puso manos a la obra y trató de ofender de una sola vez a todo el mundo al sur de la línea Mason-Dixon, durante mucho tiempo un eje cultural fronterizo en la psique estadounidense. De perdidos, al río pero hasta el fondo. Entrevista con Sports Illustrated: “Mi hijo Scooter tiene que ir a la guardería este año. Odio las complicaciones que eso va a suponer en Virginia, no quiero que vaya a una escuela de la que salga hablando con acento sureño. Vendrá de clase y me dirá ‘hi y’all daaad’. Y no quiero eso”.

Objetivo conseguido: en septiembre de 1970, sin debutar en su nueva localización, fue traspasado a New York Nets, cerca de su New Jersey natal, a cambio de un pick de draft y 200.000 dólares. Lo más triste es la cara B: el dueño de los Squires, Earl Foreman, tiró más de oportunismo que de verdadero orgullo malherido en un momento en el que la franquicia, como casi todas en la ABA, se desangraba económicamente.

No había "buenos tiempos con Rick"

Sus compañeros también despreciaron, muy mayoritariamente, a un jugador chupón, narcisista e incapaz de entender que no todos podían ser tan buenos como él. Robert Parish dijo que tenía “una mala actitud” y Mike Dunleavy que carecía de “sentido de la diplomacia”: “Si le enviaran a Naciones Unidas, acabaría provocando el inicio de la Tercer Guerra Mundial”. Ken Macker, ejecutivo de los Warriors confirmó que todo el mundo le “detestaba”, en su propio equipo y en los demás: “Nunca verás a un grupo de veteranos charlando sobre aquellos buenos viejos tiempos con Rick”.

Pero quizá nada explica mejor qué pensaban sus compañeros de él que esto que le contó Billy Paultz (tres lustros de carrera entre la ABA y la NBA) al periodista Dave Hollander: “En 1980 estábamos en Houston y nos entrenaba Del Harris. Estábamos intentando cerrar algunos problemas que había en el vestuario, así que vino un psicólogo. Nos pidió que cerráramos los ojos, visualizáramos todos nuestros problemas y después imagináramos que los cogíamos, los metíamos en una bolsa y la tirábamos por un puente. Entonces teníamos que imaginar que veíamos como la bolsa caía al agua y se hundía hasta desaparecer. En ese momento, el psicólogo contó hasta tres y teníamos que abrir los ojos con la certeza de que nuestros problemas habría desaparecido. Cuando escuché el ‘tres’ abrí los ojos y dije ‘eh, Rick, no lo pillo. Si tenían que desaparecer mis problemas, ¿cómo es que tú sigues aquí?'".

Paultz, en realidad y pese al sarcasmo, apreciaba más que la mayoría a un compañero con el que había jugado en la ABA antes del reencuentro en Houston Rockets, en el último año de la carrera de un Barry que se retiró como uno de los mejores aleros de la historia. Por mucho que, en su caso, el reconocimiento fluyera con menos naturalidad que con otros. Está, eso sí, en el Hall of Fame y en la lista de los 75 mejores jugadores elaborada de forma oficial por una NBA (también estuvo en la de los 50) a la que puso en pie de guerra para reivindicar unos derechos laborales que estaban a años luz (eran los años sesenta) de lo que ahora entendemos como básico, lógico, en el deporte profesional. Hubo, y eso añade una veta muy interesante al análisis de su legado, una ofensiva contra él por parte de un establishment al que se enfrentó con su insensata y exasperante personalidad. La Liga y los propietarios de las franquicias añadieron mucha leña a un fuego que Rick Barry se encargaba, de eso tampoco hay duda, de mantener permanentemente avivado.

Cuando los jugadores no podían elegir destino

Para entender esto hay que cambiar el chip y ponerse en un marco mental que ni atisbaba la prehistoria de esta era actual del jugador empoderado y las estrellas por encima de las franquicias, un tiempo en el que los jugadores no podían, literalmente, elegir destino. Cuando la agencia libre era un artefacto sin ensamblar en el deporte profesional estadounidense. Esa lucha acabó con Tom Chambers, un excelente ala-pívot blanco que fue cuatro veces all star, pero había comenzado dos décadas antes y había tenido dos grandes héroes, uno especialmente maldito: Rick Barry, que llegó a San Francisco Warriors, como número 2 del draft de 1965, cuando todavía existía la reserve clause, una cláusula por la cual los equipos conservaban los derechos de los jugadores una vez finiquitados los contratos. La única opción era negociar uno nuevo o jugar por decreto una temporada más para el mismo equipo.

Barry fue el primer deportista profesional que, en 1967, plantó cara a esa reserve clause para tratar de saltar de la NBA a la recién creada ABA, la desquiciada liga alternativa que operó hasta 1976, año en el que cuatro de sus franquicias se integraron en la NBA. Cuando lo hizo, se le consideró poco menos que un pesetero porque por entonces, sencillamente, no se consideraba que un deportista profesional tuviera derecho, bastante bien vivía ya, a aspirar a mejoras a través del cambio de equipo. Y lo curioso es que ni siquiera era esa su motivación: la oferta de Oakland Oaks (ABA), cuyo entrenador Bruce Hale era su suegro, era en lo básico idéntica (75.000 dólares) a la de los vecinos Warriors. Su deseo era cambiar de aires, buscar nuevas oportunidades. Pero su obligación, por esa reserve clause a la que por fin alguien se iba a enfrentar, pasaba por firmar un nuevo contrato con los Warriors o quedarse una temporada completa sin jugar (1967-68). Así lo hizo y, aunque no ganó por la vía legal, abrió la puerta al cambio de jugadores entre ligas, de por sí una bendición para un colectivo de repente con más opciones y, por lo tanto, con salarios más altos: la media pasó de 18.000 dólares al año en 1967 a 110.000 en 1975, cuando la NBA ya operaba en busca de la integración de las dos competiciones.

La ABA ganó legitimidad con este trance. Los jugadores podían optar por otra liga y podían aspirar a controlar su destino deportivo y su futuro económico. El terreno se había abonado para la llegada de otro personaje fundamental en la historia del baloncesto: Oscar Robertson, el Gran O. Uno de los mejores bases de siempre, el compañero de Lew Alcindor (después Kareem Abdul-Jabbar) en el anillo de lo Bucks en 1971, MVP en 1964, doce veces all star… y un presidente del sindicato de jugadores (NBPA) valiente y comprometido. Robertson inició la batalla contra la fusión NBA-ABA y en aras de la libertad de mercado. Eran otros tiempos: jugó catorce años y aseguró después que su sueldo total en ese tiempo no llegó al millón de euros. El litigio se alargó hasta 1976, año de la fusión y de un acuerdo que sentaba los principios para la desaparición de la reserve clause y el primer embrión de la agencia libre. Esa nueva norma llevó el nombre de Oscar Robertson Rule.

Un point forward adelantado a su tiempo

Así que Barry, que ya tenía bastante con lo que tenía, fue señalado también por lo que se consideró un ataque al sistema. Aireadas en la prensa sus salidas de tonos, esparcidas las críticas (algunas muy justas) desde la cima de la pirámide. Seguramente eso, añadido a sus propios y abundantes méritos, terminó de marcar el legado, la historia oral, de un jugador que en realidad fue extraordinario. Un prodigio que lanzaba los tiros libres al estilo cuchara… y apenas fallaba. Su porcentaje fue el mejor de la historia de la ABA (87,9%) y en la NBA solo se han superado, desde sus años como jugador (1965-80) Stephen Curry, Steve Nash y Mark Price, tres bases por encima del 90%.

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Walter Iooss Jr.DIARIO AS

Barry no fue nunca un base, pero sí acabó siendo (de hecho se dio a sí mismo esa consideración) uno de los primeros point forwards de la historia, un adelantado a su tiempo que era capaz de crear juego desde el poste, de aprovechar su tremendo físico (un 2,01 fuerte y rápido) para genera superioridades por toda la pista. El legendario Bill Sharman, su primer entrenador en la NBA, dijo que era “indefendible”, el mejor alero en su tiempo: mejor que los Pettit, Arizin, Schayes… mejor incluso que Elgin Baylor. Barry tenía una suspensión dulce que por entonces solo mejoraba Jerry West; era un tirador antes de la aparición de la línea de tres, un jugador que superaba por velocidad a los defensores altos y arrasaba por fuerza a los pequeños. Capaz de jugar de casi todo -escolta/alero/ala-pívot- y de ser el único máximo anotador de una temporada en el trío NCAA (37,4 puntos de media en su último año en los Hurricanes de Miami), ABA (34 en la temporada 1968-69 con los Oaks) y NBA (35,6 en los Warriors 1966-67).

Nadie anotó a más ritmo que él en la ABA (30,4 puntos de media). Por delante del legendario Julius Erving (28,6) y de cualquier comparación con una NBA en la que solo Michael Jordan (30,1) y Wilt Chamberlain (30,07) superan los 30. Ahí, en la liga mayor, Barry promedió 23,2 puntos, 6,5 rebotes y 5,1 asistencias. Y fue un jugador especial pese a sus problemas recurrentes de rodilla tras una rotura de ligamentos en diciembre de 1968, con los Oaks. La temporada anterior a la de esa grave lesión se la había pasado en blanco por el pulso legal con los Warriors. Así que se quedó en solo 35 partidos en dos años de teórica plenitud, entre los 23 y los 25.

Pero, contando con todo eso, este es el currículum de Richard Francis Dennis Barry III: campeón de la ABA (1969) y de la NBA (1975) con MVP de las Finales. Ocho veces all star de la NBA y cuatro de la ABA, nueve veces en los Primeros Quintetos (cinco NBA, cuatro ABA) y unas medias totales, entre las dos Ligas profesionales, de 24,8 puntos, 6,7 rebotes y 4,9 asistencias. Nacido en New Jersey con sangre irlandesa, francesa, británica y lituana, acabó siendo, milagro, un buen pasador y un jugador de equipo aunque en 1974 Sports Illustrated dijo de él que si veía a un compañero prefería “donarle sangre que pasarle la bola”.

Era un talento generacional. Cuando llegó a San Francisco Warriors, enfadado porque no había sido drafteado por los Knicks, el equipo pasó de 17 a 35 victorias y él fue un evidente Rookie del Año (25,7 puntos, 10,6 rebotes). En su segunda temporada fue MVP del All Star y los Warriors jugaron las Finales. Con él y el tremendo pívot Nate Thurmond, rascaron dos partidos (casi una hazaña) a los Sixers de Wilt Chamberlain, Hal Greer, Billy Cunningham… El inacabable Chamberlain hablaba fascinado de los triples marcajes que su equipo tenía que emplear para minimizar a ese tremendo Barry que después tuvo problemas de cuentas económicas con los Warriors y montó todo el lío de una ABA que, más allá de los 75.000 dólares a la vista, le habló de 500.000 totales en tres años (con pagos prorrogados, especialidad de una Liga obligada a manejarse con picardía). Y de un 15% de la propiedad de los Oaks, un 5% de las venta de entradas a partir de los 600.000 dólares de recaudación…

Las cosas en la ABA no fueron como esperaba: líos, lesiones, gradas casi vacías y, al menos, ese anillo de 1969 tras el que aseguró que “no veía esperanza” para el resto de equipos. En junio de 1972, un juzgado le prohibió jugar en ningún sitio que no fuera el equipo que ya era Golden State Warriors, trasladado de San Francisco a Oakland. En octubre se consumó el regreso a la franquicia con el que fue campeón de la NBA en 1975. Era un Barry que, obligado por las lesiones de rodilla, jugaba ya más lejos del aro y se apoyaba más en sus suspensiones y su visión de juego. En una perfecta historia de Cenicienta, los Warriors ganaron a Sonics y Bulls en el Oeste y barrieron (4-0) a los Bullets de Elvin Hayes y Wes Unseld en la Final. Barry, MVP, promedió 30,6 puntos, 5,7 rebotes, 6,2 asistencias y 2,9 robos.

Pero su legado en la Bahía no quedó a salvo ni con ese anillo, el último de la franquicia antes de la era Stephen Curry. En su defensa del título, los Warriors ganaron 59 partidos (59-23) y llegaron a playoffs como favoritísimos. Pero cayeron en siete partidos en la final del Oeste, contra Phoenix Suns. En la primera parte, Barry se enganchó en una trifulca con Ricky Sobers. En la segunda casi no tiró a canasta. Él dijo que trataba de integrar a su equipo en ataque, las malas lenguas que el vestuario se partió cuando la estrella vio la repetición de la pelea en el descanso y comprobó que ninguno de sus compañeros había movido un dedo para acudir en su ayuda. Un séptimo partido marcó uno de sus momentos más bajos del mismo modo que otro había fijado uno de los más altos: solo él ha llegado a 50 puntos en un séptimo de playoffs en NBA o ABA. Fue en la temporada 1969-70, con Washington Caps, en Denver y contra los Rockets: 52... y derrota de su equipo.

Sus buenos momentos siempre parecían tener un lado amargo, a sus picos seguían valles en los que muchas veces se sepultaba él mismo. Porque, claro, volvamos al principio. ¿Qué hay que hacer para ser recordado como un villano extravagante, un tipo francamente insoportable, un compañero indeseable y, esencialmente, tal vez el jugador más odiado de la historia de la NBA? Pues eso: no es una sola cosa.